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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Regreso a la ley de la jungla

'COBRA' ES la película que continúa la larga serie de los Rambo y de los Rocky; la inversión de una ideología y de una filosofía difícilmente lograda en Occidente con respecto al delito y su represión y a la suposición de inocencia. Son productos estentóreos, llamativos y altamente comerciales -en España, Cobra se ha estrenado en 125 salas simultáneamente, y terminará por recorrerlas todas con el paso del tiempo- pero no únicos: hay películas menores, series de televisión, que presentan las mismas características, que se resumen en una: el orden y la ley tienen que violarse a sí mismos, traicionarse y renegarse, para destruir al delincuente. Es decir, hacer de sus agentes mismos unos delincuentes pagados.La idea de la justicia por su mano no es nueva, pero sí está, como queda dicho, invertida. El héroe forajido -fora exido, fuera de la comunidad-, el bandido generoso que ha dado en España una larga tradición, era popular porque servía a lajusticia inmanente que estaba ocupada por las clases dominantes contra las sometidas: parte de personajes como Robin Hood o Dick Turpin, y llega a la novela negra americana (aunque con un mayor pesimismo). Un largo proceso, algunas revoluciones y algunas guerras ideológicas -entre ellas, la última contra el fascismo y su jurisprudencia de Nuremberg-, ha ido creando unas limitaciones al ejercicio de la justicia y de su brazo armado (las diversas policías), sobre unas premisas políticas que impiden la arbitrariedad, y que basan en constantes primarias, como el derecho a un juicio público y limpio, el de la defensa desde el momento de la detención, la presunción de inocencia, la separación de poderes: es decir, están hechas con la idea de proteger al ciudadano contra los abusos del poder, que en otro tiempo fue total, ál mismo tiempo que contra la delincuencia probada y conocida. Lo primordial es que los principios de ley y orden no sean utilizados como pretexto para el abuso de poder. De la misma forma, se ha elaborado un complicado derecho internacional para evitar las transgresiones en los litigios. Este sistema, que no está enteramente implantado, merece el respeto constante de la mayoría universal, y coincide con el desarrollo, pero también está en la actualidad sometido a una revisión de carácter retrógrado.

La ideología que ahora se expande con breves y contundentes frases comerciales -"el brazo fuerte de la ley", "el crimen era una plaga. Él es el remedio", dice la publicidad española y americana de Cobra- tiende a difundir la idea de que todo este delicado armazón humanista ha favorecido el delito y que, por tanto, hay que renunciar a él. Produce en todas partes -y aquí, especialmente- un malestar en la policía, algunos de cuyos miembros entienden que las limitaciones impuestas -uso de armas, torturas, incomunicaciones- coartan la libertad de su trabajo, o que los jueces ponen en libertad a quienes ellos detienen con riesgo de su vida -sin medir la infinita variedad de delitos que el juez considera y el valor de las penas-, o la lenidad de las prisiones, que les parecen demasiado blandas -y esta lucha por prisiones que no sean inhumanas es otra larga y difícil conquista-, pero entre los mismos jueces, entre los mismes funcionarios de prisiones, hay quienes creen que, en efecto, las legislaciones impiden la buena finalidad de sus castigos.

Desgraciadamente, esta impresión se ha contagiado a una parte de la opinión pública, y películas como ésta no hacen más que atizar la sensación arcaica de que es precisa la transgresión de las leyes por sus propios agentes, y mezclan de una manera insensata desde el hurto hasta la amenaza soviética, desde la droga y las libertades de costumbres hasta un vago y amplio izquierdismo. De ahí que muchos comentaristas en Estados Unidos, en el mundo occidental y, desde luego, en España, consideren una mezcla de fascismo o prefascismo la exaltación y la exasperación de esta disparatada defensa propia de la sociedad frente a los transgresores: acompañada de grandes destrozos, de matanzas sin límites, de sangre a kilos y armas nuevas, atañen al mismo tiempo a una violencia de profundidad que trata de desterrarse de la sociedad y a los sistemas democráticos que son los directamente responsables de la difusión y conservación de los derechos humanos en defensa de la inocencia y en el aquilatamiento de la. culpabilidad y su represión. Está suficientemente claro que a la transgresión sólo se puede responder con la ley, y estrictamente dentro de ella; producir nuevas transgresiones nos lleva a la edad de piedra.

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Lo que se entabla con esta polémica no es una simple cuestión de derechas y de izquierdas, es la necesidad de conseriar la tersura social y evitar un caos colectivo, unos delirios de matones justicieros, unas pandillas de vigilantes, unos linchamientos y unas súbitas penas de muerte o ejecuciones sumarias. Un problema de civilización.

Una sociedad como la nuestra, donde se debate con un deficado bizantinismo la cuestión del fascismo pasado o de: la renuncia democrática de algunas personas, o historias grotescas de pureza de sangre democrática basadas en fechas de conversión, se está dejando penetrar en cambio por esta gran oleada ideológica.

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