Música nueva y música de siempre en el festival de Santander
ENVIADO ESPECIAL El festival internacional de Santander ha entrado ya en sus característicos ciclos musicales, con el dedicado a las Nueve sinfonías de Beethoven y el estreno de obras corales de seis autores españoles contemporáneos.
En el santuario de La Bien Aparecida, el coro de RTVE, dirigido por Pascual Ortega, ofreció un concierto ejemplar, una muestra de lo que debía ser más frecuente en una agrupación dependiente y al servicio de la radio y la televisión. El programa incluía páginas de seis maestros de generaciones distintas, desde el octogenario Ricardo Olmos hasta José Luis Turina, poco más que treintañero.
Las Viejas canciones de amor y vida revelan dos cualidades fundamentales de Olmos: su natural instinto musical y su acertado tratamiento del conjunto vocal, además de una cultura que domina el gusto y las formas renacentistas españolas a través de una recreación de belleza serena y directa.
Dos alcoyanos -el poeta y musicólogo Adrián Miró y el compositor Carlos Palacio (191 l)- funden sus intenciones en los cinco sonetos del Llanto por María Luisa. Hubo algún momento en que Palacio pareció representar algo así como un socialrealismo español, al que de hecho pertenecen también algunas partituras escritas en París por Salvador Bacarisse. En los sonetos, Palacio se nos muestra como un cualificado y conmovedor heredero de un humanismo expresivo de largas raíces en nuestro país.
Juan Alfonso García (1935), tenido con razón por jefe de la escuela musical de Granada, ofreció sus Seis caprichos, sobre los que dedicara Federico García Lorca a Regino Sairíz de la Maza. Primer acierto: la evasión del tópico andalucista y pintoresco, tantas veces aplicado a los versos de Lorca. Apenas en Guitarra escuchamos dejes de la cadencia andaluza, y en esta canción o en Crótalo imita el compositor con gran sutileza el son de ambos instrumentos. Por lo demás, Juan Alfonso García prefiere bajar a las secretas galerías que otorgan trascendencia incluso al Lorca aparentemente más nacional-popularista.
'El tío Simón'
La poética de Gabriel Celaya es algo bien diferente en su representativa Biografia, hecha de vida y recuerdos gritados antes de ser ineditados. José Luis Turina hizo en su Para saber si existo un creacionismo musical paralelo al de los versos en su orden y en su libertad.
Hay en el Cántico del madrileño Francisco Cano (1939) una precisión y una austeridad casi sufriente de sentimientos que parecen derivarse de la vieja imaginería castellana. La politonalidad se torna policolorismo dentro de una gama bien determinada, impuesta tanto por el tema como por el pensamiento musical del compositor.
El bilbaíno Antonio Larraudi (1932) se obligó a trabajar sobre un tema pobre y popular del repertorio pejino, típico de la costa de Laredo: la tonada de El tío Simón. El éxito fue tan grande que el público reclamó algunas propinas, entre las que destacó la conocida Mozuca, excelentísimamente tratada por Arturo Dúo Vital. Pascual Ortega trabajó todo el programa muy a conciencia y logró resultados de gran calidad.
Estuvieron presentes en La Bien Aparecida las cámaras y los micrófonos de RTVE, y ausentes en el final del ciclo Beethoven, celebrado la noche del sábado. La Novena sinfonía convocó, una vez más, a varios miles de personas. A cargo de la Sinfónica y Coro de RTVE, actuaron como solistas Ana María Higueras, Mabel Perelstein, Laubenthal y Muff, bajo la segura e iritrépida dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez.
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