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El triunfo del exceso

Diego A. Manrique

Queen cuenta con un arsenal de razones para explicar su desbordante éxito. Así, este cuarteto de antiguos; universitarios ingleses ha exhibido desde siempre un dominio completo de los recursos del estudio de grabación, algo de lo que se enorgullecen justamente: hasta 1980, en las contraportadas de los elepés iba una nota que explicaba que allí no se usaban sintetizadores. La guitarra de Brian May podía convertirse en una gran orquesta eléctrica., la voz de Freddie Mercury se multiplicaba hasta alcanzar niveles de coro celestial, pero todo era obra del grupo (y de su productor). Respecto al repertorio, han abandonado paulatinamente la dedicación inicial al rock duro para probar de todo; el hecho de que cada uno de los miembros aporte canciones ha mantenido una saludable diversidad en sus discos, que abarcan desde la opereta al rockabilly, pasando por música de baile al gusto del momento (como Another one bites the dust, plagio de los norteamericanos Chic).Pero lo que distingue a Queen, lo que les convierte en la apoteosis del rock-como-cireo, es su absoluto descaro, su total falta de vergüenza, su carencia. del sentido del ridículo.

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Las ocurrencias del vocalista, que -de acuerdo con la entrevista publicada en EL PAIS del pasado viernes 1 de agosto- no siempre satisfacen a los instrumentistas, definen a un grupo de nombre ambiguo (en la jerga inglesa de la homosexualidad, una reina es un personaje que adopta modales y poses femeninos). Mercury ha protagonizado algunos de los videoclips más llamativos de la historia del medio, apabullantes fantasías Usch, con masas de figurantes y aparatosos decorados que prescinden de cualquier noción de buen gusto y pretender ser la versión moderna de los números cinematográficos de Busby Berkeley.

Ese amor por lo grandioso les ha convertido en maestros del espectáculo en grandes recintos, donde la música toma un segundo plano ante el desfile de efectos especiales y la ostentación de complicados sistemas de luminotecnia. Esos despliegues de recursos técnicos y prosperidad aseguran su triunfo ante públicos POW habituados a los fastos del rookelefantiásico, como se ha demostrado en sus abundantes visitas a países de regímenes dictatoriales. Resulta sintomático que, cuando se les habla de retos creativos, ellos respondan con que todavía tienen que conquistar Tailandia o Singapur. Es su verdadera razón de ser: su música camaleónica no tiene nada que decir, ya que está tan vacía como lujosamente construida. En directo, Queen se vanaglorian de su poder, de su boato. Eso sí, exigen que los asistentes a sus ceremonias de autoglorificación paguen religiosamente por participar: hay que alimentar a la reina grotesca y arrolladora.

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