Reflexiones poselectorales
Como resultado de las últimas elecciones, el partido socialista va a formar de nuevo Gobierno apoyado en una cómoda mayoría absoluta. Que los Gobiernos cuenten con el respaldo parlamentario preciso para cumplir su tarea es la consecuencia lógica del sistema democrático y en general lo más conveniente para los intereses nacionales. Pero cuanto mayor sea el poder el Ejecutivo más necesario resultará delimitar social y políticamente su ejercicio.En los países democráticos y desarrollado, además de las garantías formales recogidas en la Constitución, existe un sistema de contrapoderes que permite contemplar sin temor los Gobiernos fuertes. Una judicatura independiente, un equilibrio en el reparto del poder político en el ámbito regional y municipal, una oposición que constituye una alternativa real de gobierno y, finalmente y sobre todo, una sociedad civil fuerte (sindicatos, empresas, asociaciones cívicas, medios de comunicación, instituciones no lucrativas).
En España, tras 10 años de andadura demnocratica, la fragilidad de estos contrapoderes es la sombra más preocupante del panorama político, junto a la cuestión vasca, y un signo de semidesarrollo social. Es responsabilidad del Gobierno, del resto de la clase política y de los ciudadanos cubrir este vacío.
A los gobernantes socialistas habrá que exigirles una visión de Estado, aunque a veces parezca, a corto plazo, contraria a sus intereses de partido, pues sólo así servirán a la consolidación del régimen de libertades. La regulación de la televisión privada es, a juicio de muchos, la clave para conocer si los socialistas prefieren la modernización de la sociedad al control del poder. Es preciso también neutralizar la televisión pública para evitar que se repitan, por ejemplo, las actuaciones vistas con motivo del referéndum y del seguimiento de la campaña del PRI), que en cualquier sistema democrático arraigado hubieran sido causa de grave escándalo. La independencia judicial habrá de respetarse no utilizándose partidistamente la nueva ley, lo que es compatible con el aggionarmento ideológico y organizativo de la judicatura. Conviene reformar el reglamento del Congreso, para permitir una oposición mejor y más viva. La economía debe continuar el proceso de liberalización, evitándose que sectores tan importantes como la banca y el eléctrico puedan de hecho ser controlados por la Administración.
Dentro de 10 meses se celebrarán unas elecciones importantes. Si se proyectan los últimos resultados, el PSOE acumulará el Gobierno de las autonomías, pues ha obtenido en todas ellas mayoría de votos, cuando lo deseable sería equilibrar su poder. Para lograr esto último, con la presente ley electoral, los partidos políticos de centro-derecha tienen que coordinarse entre sí y disputar al PSOE el espacio político del centro.
Para ello, en primer lugar se ha de contar con el nacionalismo vasco y el catalán. El primero, en grave crisis interna, necesitaría recuperar el espíritu de un Ajuriaguerra y hacer compatibles autogobierno y política de Estado. Al nacionalismo catalán, torpemente acosado, hay que tenderle puentes de solidaridad y no seguir erosionando la figura de Miguel Roca, quien debe jugar un papel importante en el futuro de la vida política española. También habría que integrar en esta tarea a los otros partidos regionalistas.
En segundo término, es necesario que la derecha democrática termine de desprenderse de una parte de la clase política que con la desaparición de Fuerza Nueva buscó en ella su refugio. También la derecha tiene que comprender que, aunque resulte la formación mayoritaria, para poder optar a ese voto de centro quizá sea preciso hacer algunas concesiones en el liderazgo, tal como supieron hacer en su día los gaullistas en Francia.
Por otro lado, se necesita pactar con Adolfo Suárez. Si éste, en su resurgimiento, ha sido capaz de autocriticarse por lo que fue el destino de UCI), estaría excepcionalmente situado para ocupar un puesto relevante en este proyecto. Si no se coloca en esta perspectiva, a la par de realismo y generosidad, Suárez será un obstáculo hoy insalvable, pero, sin duda, circunstancial, para la tarea de construir una alternativa al PSOE.
Finalmente, la Democracia Cristiana ha de intentar ocupar el lugar que le corresponde en el centro. Cuenta para ello con identidad ideológica y arraigo social propios.- La legítima pretensión del PDP de hacer oír su voz en el Parlamento ha sido descalificada al tiempo desde la derecha y desde la izquierda. Esta coincidencia alienta la sospecha de que existe un interés compartido en mantener el actual statu quo. El mito acuñado sobre la actitud poco constructiva de Alzaga tiene su origen en la imposiblidad de atacarle en su trayectoria democrática o en otros frentes. El Escorial supuso a la Democracia Cristiana lo que Suresnes al
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PSOE, sin que nadie haya empeñado la fama de los actuales líderes del socialismo por la sustitución de Llopis. Respecto a UCD, pretender convertir a uno de los que tuvieron la lucidez de detectar a tiempo sus problemas y sugerir soluciones en el causante del desastre parece excesivo. UCD no cayó como fruto de una conspiración, sino como consecuencia de la inhabilidad de sus líderes para resolver sus conflictos internos y mantener su electorado. Y en estos hechos, cuanto más relevante fuera la posición en el liderazgo, mayor la cuota de responsabilidad. La historia es implacable con las imágenes falsas, por muy buenos propagandistas que éstas tengan.
No se puede continuar con el espectáculo de la descalificación mutua y de la desconfianza en el próximo. Hay que reconocer las derrotas electorales y encontrar nuevas respuestas a los deseos de los electores: los unos, sabiendo que la Coalición Popular es un modelo insuficiente; los otros, que solos no pueden tampoco ganar unas elecciones. Mantener el estado de cosas actual supone, de hecho, trucar el régimen democrático, pues la oposición, a cambio de un cierto status y un amplio margen de libertad, se limitaría a legitimar la existencia de un poder instalado sobre el Estado. En definitiva, la oposición de centro-derecha solamente si se convierte en alternativa real de gobierno podrá moderar la acción del poder ejecutivo.
Por último, para que la red de contrapoderes quede completa, los ciudadanos, con el desarrollo libre de sus iniciativas, tendrían que fortalecer el entramado social y acotar el campo de actuación de la Administración pública, que debe tener cada vez una importancia menor en las vidas de los españoles, si éstos asumen su propio protagonismo. Solamente así se haría más cercana la metáfora de Hölderlin: "El Estado no es más que el muro que rodea el jardín de los frutos y flores humanos".
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