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Quirófano

Manuel Vicent

Sentía una soledad tan profunda que al final decidió operarse de algo. Era un hombre de mucha pasta. Le bastaba hacer así con el dedo para que al instante una bandada de cirujanos acudiera en su ayuda. También su salud era perfecta. Por consiguiente, podía elegir cualquier clase de enfermedad a su antojo. Después de reparar mentalmente todas las vísceras y menudillos del cuerpo exigió que le rajaran el corazón. La otra alternativa consistía en ir a Ibiza o a Marbella. Ese tedio solar ya lo conocía: los mismos rostros de siempre, cada año más ajados; el gentío de oficinistas dándose crema en las paletillas bajo la estúpida canción del verano; esas fiestas en la discoteca de moda donde los maricones para ser felices se disfrazan de gato o de conejo hasta el amanecer. Decidió operarse no por esnobismo, ni siquiera por aburrimiento, sino por necesidad de creerse alguien en el mes de agosto. Eligió el corazón por tratarse de la víscera más elegante.Se encontraba muy solo. Tenía dinero para pagarse placeres comunes, diálogos insustanciales infinitas sonrisas de criado o de camarero, pero buscaba una relación de la máxima profundidad que a la vez fuera peligrosa. Nada mejor que dejarse abrir en canal y ofrecer el bulbo más íntimo a la espada de un cirujano desconocido. Así lo hizo. Al llegar el primer día de vacaciones ingresó en un sanatorio de lujo. Se tumbó por las buenas en un quirófano como en una hamaca y allí un tipo vestido de verde, desde la trasera de una mascarilla, le formuló esta pregunta de barbero: ¿qué va a ser? Aquel veraneante, cuya salud era de hierro, contestó que deseaba pasar un par de semanas distraído, y entonces se señaló el corazón. El cirujano puso manos a la obra. Comenzó a trincharle las costillas hasta sacarle la bomba del amor a la intemperie. Todo estaba en regla. Aun así, le sustituyó una válvula en buen estado por otra de cerdo, puesto que ése era el capricho pactado. Cuando salió de la anestesia el hombre solitario, en sueños descubrió a una linda enfermera que se pintaba los labios mirándose en la amplia cicatriz de su esternón como en un espejo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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