Solidaridad
EMILIO MARTINEZ, La de ayer fue una tarde de gestos solidarios. Toreros, público y presidente rivalizaron en quites por solidaridad, una nueva suerte. Así, al toricantano Juan Rivera le aconsejaba Galloso -eficaz director de lidia toda la corrida- cómo acabar con el toro del doctorado, un mansazo peligroso, que fue condenado a banderillas negras. Parecía misión imposible para Rivera. Menos mal que encontró la solidaridad del presidente, que le envió dos avisos con mucho retraso y después paró el reloj esperando eternos minutos a que cayera la res, con lo que evitó al diestro el borrón en su carrera de tomar la alternativa viendo marchar al corral al toro de la ceremonia. Antes, Rivera había mostrado detalles de toreo der güeno. En el que cerró plaza, un elefante con cuernos, que pesaba casi 700 kilos el angelito, Rivera volvió a dejar aromas que presumen en él un buen futuro taurino.
Martínez Uranga / Galloso, Sandín, Rivera
Cuatro toros de Martínez Uranga; uno de Alejandro García, lidiado en primer lugar, y otro de César Moreno, lidiado en segundo. Todos bien presentados y mansos. José Luis Galloso: silencio. Una oreja. Lucio Sandín: palmas. Palmas. Juan Rivera (que tomaba la alternativa): ovación. Ovación. Las Ventas. 13 de julio. Media entrada.
Galloso, veterano y ratonero, pasaportó al segundo de un bajonazo y varios descabellos, no sin haberle pinchado en los ijares con la espada escondida en la pañosa durante la faena. "A mí me van a echar un toro al corral", pensaría, "de eso nada". En el cuarto, débil de remos, estaba toreando con frialdad cuando el animal le cogió y lanzó por los aires de forma espectacular. Torero -en un gesto de profesionalidad- y público se calentaron. Aquél, volviendo a la cara del toro para extraerle unos cuantos pases; éste, solidario e impresionado, solicitando la oreja. Como colofón, el presidente se solidarizó a su vez, y concedió el apéndice, a pesar de no ser faena para ello, y menos tras el espadazo caído.
Lucio Sandín se enfrentó a otros moruchos. En el primero estuvo valiente y con mucha clase en lo poco que pudo hacer: unos ayudados con la izquierda y unos redondos con mucho arte. Pero, como es habitual en él, fue un pinchaúvas, a pesar de contar también con los consejos de Galloso. Por cierto, que algún japonés de los que rodeaban al presidente debió regalarle un reloj, pues la autoridad le envió un aviso a Sandín con exactísima puntualidad. En el otro, más manso, Sandín cumplió pulcramente.
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