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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La contrarrevolución sexual

LA REVOLUCIÓN sexual de los años sesenta, que en España comenzó a ser reconocida y a tener una pequeña parte en las leyes en la década de los setenta, está sufriendo ahora los efectos de una contrarrevolución.Se desarrolla en cuatro planos diferentes: uno, el más antiguo, la creación de la autorrepresión por el miedo a las consecuencias; otro, el de la aparición de nuevas leyes conservadoras; el tercero, el de la acción de escuadras lanzadas por la sociedad contra los transgresores de las costumbres antiguas. Hay un cuarto plano que aparece en forma de moda por el cual los mismos sujetos que podrían beneficiarse de la nueva tolerancia la rechazan o la reconvierten. Los tres primeros están forzados directamente por el miedo. El cuarto responde a unos datos muy curiosos del nuevo libertarismo juvenil.

El miedo antiguo que expandía la noción de pecado y la refería a lacras visibles como consecuencia del sexo, para producir la autorrepresión, tiene ahora el refuerzo de una enfermedad considerada nueva, como es el SIDA; pero está continuamente referido a las plagas antiguas, de alto rendimiento represivo. No sólo se está señalando una nueva multiplicación de la sífilis y las otras enfermedades secretas -que hoy son fácil y rápidamente curables en la mayoría de los casos-, sino por la expansión de los posibles peligros que conllevan los hallazgos que han sido armas de la revolución sexual: los anticonceptivos químicos, mecánicos o quirúrgicos. Dar cifras o datos tanto del aumento de las enfermedades de transmisión sexual como de los daños de los anticonceptivos es caer en la fantasía y en la intoxicación. La mayor parte de los científicos solventes indican que los anticonceptivos, usados convenientemente y, según el individuo, aconsejados por los consultores públicos o privados, son inocuos y en todo caso mucho menos arriesgados -en porcentajes- que la gestación llevada a término.

Las leyes de represión de formas de actividad sexual sancionadas ahora por el Supremo de Estados Unidos tienen su reflejo en otros países, como en el Reino Unido, donde se prepara una modificación legal de los programas de educación sexual, de forma que encaminen a los niños hacia la construcción de familias numerosas. La sociedad dominante, constituida en forma de Estado, ha tendido en todos los tiempos a controlar por sí misma la natalidad y, por tanto, a encaminar el uso de la sexualidad hacia la procreación, con exclusión de todo lo demás: para utilizar la familia como forma de transmisión del engranaje del poder y de la perpetuación de las clases sociales. Desde la quema en la hoguera hasta la discriminación se han empleado toda clase de métodos coactivos. Ahora predomina en las sociedades occidentales una nueva política natalista, para evitar los fenómenos de envejecimiento y sus consecuencias laborales y presupuestarias y para no perder el equilibrio con el Tercer Mundo, y se produce nuevamente el asalto legal a las libertades sexuales. Esta acción está duplicada por los nuevos terroristas de la ultraderecha, como los que en España incendian o asaltan lugares que para ellos son de perversión; y aparece en formas más leves en las manifestaciones contra el divorcio o el aborto, contra la pornografía y la permisividad. Hay que señalar de todas formas que la acción gubernamental española se mantiene dentro de un miedo considerable: el divorcio no ha visto reformadas las cuestiones de procedimiento a los cinco años de promulgarse, y el aborto sigue encerrado en la mezquindad de los casos previstos por la ley y en la pasividad contra sus saboteadores. La falta de una información eficaz sobre los anticonceptivos y su aplicación es una muestra de timidez.

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La restricción que la sociedad española hace pesar sobre sí misma tiene componentes muy complejos. Por una parte está una especie de libertarismo juvenil que se enfrenta con lo instituido o con lo capitalizado por los poderes: de la misma forma que la estatalización de la cultura está provocando una fuga en masa de la que se ofrece a demasiados raudales para no ser sospechosa, o que hay un movimiento en Madrid contra la movida explotada y abanderada por la comunidad, ha comenzado también una especie de huida de la sexualidad abierta.

La idea de que pueda todo ello constituir una especie de defensa de especie frente a los excesos de población y las dificultades territoriales (el paro, la escasez, la crisis económica) no es desdeñable. Aparece en otros países y en otros núcleos de población muy distintos al español. Aunque en esos otros lugares haya explicaciones sociopolíticas interesantes. En el Islam, por ejemplo, no son sólo las leyes de Jomeini y de los otros dirigentes integristas las que coartan las libertades, sino que entre las clases intelectuales, como los estudiantes de El Cairo o de Damasco, que rechazan las libertades que identifican con el occidentalismo, hay jóvenes licenciadas cairotas que acuden voluntariamente a que se les practique la ablación del clítoris, costumbre ancestral contra la cual sus madres lucharon heroicamente. En Argentina, la resistencia al divorcio puede ser un miedo gubernamental a la pérdida del apoyo de la Iglesia y la masa católica; en Irlanda forma parte de un catolicismo que sirve todavía como seña de identidad contra la dominación protestante británica.

Los datos locales pueden tener aspectos muy diversos, pero todos envuelven el mismo fenómeno, que parece más bien pasajero o de inclinación pendular: un canto del cisne del viejo tabú, una política de control de las libertades ciudadanas.

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