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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cante y tragedia clásica

, Hay entre estas Judith y Antígona una diferencia radical Judith es lineal, clara, coherente; hay una historia a cuyo servicio se pone la música y la danza, y todo se arquitectura en función de lo que eso exige. Enrique de Melchor ha creado una música diáfana, de gran belleza y expresividad, que él mismo interpreta con su guitarra flamenca, doblándose a veces en dos, en tres y creo que hasta en cuatro guitarristas con su clase excepcional.Antígona es mucho más compleja y difícil. Hay una carga que llega a ser agobiante de símbolos, algunos de ellos no muy comprensibles, quizá porque no están suficientemente explícitos. La danza se nos ofrece constantemente entreverada con elementos ajenos a ella, a lo que tan proclive es a veces Granero: lonas, mantones, palos (que se caen), un palio, el velo de la novia, una silla de ruedas..., demasiadas cosas para que la danza pueda llegarnos limpia, con su fuerza expresiva y su emoción elementales, pero fundamentales; ocurren demasiadas cosas en el escenario, que llegan a producir en el espectador tensión y desasosiego quizá buscados, pero a mi juicio inconvenientes. La música de De Diego y Martín Rubio, con referencias de muy diversa genealogía, es también compleja y difícil, hasta el punto de que cuando nos llegan sonidos tan simples y hermosos como los de la alboreá, no sólo es un gozo oírlos, sino también un alivio. Incluso el texto que la narradora nos comunica está mucho más cargado de retórica que Judith.

Las furias

Autor: Francisco Suárez. Música: Enrique de Melchor (Judith), Emilio de Diego y Víctor M. Martín Rubio (Antígona). Coreografía: José Granero. Dirección: Granero y Suárez. Teatro Español de Danza, con Sara Lezana, Carmen Cortés, Julio Príncipe, María Silva y cuerpo de baile. Teatro Romano de Mérida.

Esta narradora es el hilo conductor de las dos historias, y María Silva la hace con sobriedad. Pese a ello, el personaje es un problema. Cuando la danza se tiene que explicar con palabras, se está recurriendo a algo impropio de la danza. Yo no sé si Suárez lo ha hecho así con convicción de que era lo que mejor convenía o porque no encontró una solución más idónea.

En cualquier caso, la danza hay que explicarla con la danza, y hago extensiva esta apreciación a algunos pasajes demasiado ilustrativos de ambas obras que rompen el ritmo del baile; por ejemplo, para decirnos que Holofernes fuerza a Judith no hace falta tirarlos al suelo y poner el cuerpo de él sobre el de ella con movimientos convulsos: en un espectáculo bailado, eso puede y debe ser expresado con baile.

Si los responsables del espectáculo examinan esto fríamente, observarán de inmediato que cuando el público se halla realmente prendido de lo que ocurre en el escenario es cuando la magia del baile se desarrolla en su plenitud, libremente, con toda su capacidad de sugestión y belleza, que los tiene, y en los que Granero demuestra su capacidad para dar un nuevo acento a la danza española y flamenca sin desvirtuarla en lo fundamental.

Es una danza cuyos intérpretes demuestran solvencia, desde el cuerpo de baile hasta Carmen Cortés, quien en Judith pone su máscara inquietante y una extraordinaria clase de bailaora al servicio de un personaje clave. Sara Lezana aporta belleza y sensualidad, y Julio Príncipe una técnica un tanto fría y monocorde, quizá impuesta por la composición hierática de sus personajes.

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