Ni toros ni lidiadores
Cuando en una corrida concurso de ganaderías falta el toro bravo, como ayer, el propósito falla por su base. Si además el toro que sale es inválido, también como ayer casi todos, la experiencia no tiene sentido. Pero si, por añadidura, los diestros no son lidiadores, las normas del concurso, mal interpreta das o incluso burladas, pueden convertir la corrida en un circo. De lo cual también hubo ayer.Y menuda tarde la de ayer, el cemento sumando grados a la sofocante temperatura, la noche que caía sobre la lenta lidia, y aquello no se acababa nunca. Era la hora de la cena cuando Morenito de Maracay intentaba dar el derechazo número mil, entró palmas de tango pues la gente estaba harta. El Rey le pidió el abanico a una vecina de localidad, se dió un poco de aire y luego abanicó a Luis Apostua, el presidente de la Asociación de la Prensa, que le acompañaba en una barrera del 10.
Concurso de ganaderías/ Esplá, Morenito de Maracay, Mora
Dos toros de Albaserrada (1º, sobrero), dos de Martínez Benavides (3º sobrero), uno de El Madrigal y otro de Marcos Nuñez. Juan Antonio Esplá: dos pinchazos y estocada ladeada (algunos pitos); bajonazo (silencio). Morenito de Maracay: pinchazo a toro arrancado estocada atravesada y dos descabellos (silencio); estocada corta caída y descabello (división y saluda). Juan Mora: dos pinchazos, descabello y se acuesta el toro (ovación y salida al tercio); media y descabello (palmas). El Rey presenció el festejo desde una barrera y los diestros le brindaron sus primeros toros. Plaza de Las Ventas, 3 de julio. Corrida de la Prensa.
Si el Rey se da aire, todo el mundo puede darse aire también, y la afición de cercanías se tomó la licencia de pedirle el abanico a la vecina. Batían abanicos barbado rostros, recalentadas axilas, algún escote gozaba el amoroso aire de su vaivén, y servía para aliviar la plúmbea desmesura dé la corrida. Todos tenían prisa por irse, menos los toreros. Los toreros se lo tomaban con calma. Los toreros se tomaban con calma hasta los fundamentos del primer tercio y lidiaban según les diera la gana, o no lidiaban; caso de Juan Mora, que intercambiaba papeles con su peón Manuel Luque, y este era el que ponía al toro en suerte. El mundo al revés, la fiesta igual.
Sólo Juan Antonio Esplá se sentía lidiador, por lo menos director de lidia, y exigía que sus compañeros plantearan la suerte donde es debido -en la parte opuesta a chiqueros- o colocaran los toros de largo. Claro que los toros delataban pronto su mansedumbre, ora calamocheando, ora escarbando, ora huyendo de la quema, o todo a la vez; de donde situarlos de nuevo justamente en la parte opuesta a chiqueros, a distancia, etcétera, constituía un atentado contra la paciencia de la gente y un derroche del tiempo que tiene disponible para el ocio, ambos bienes escasos en la era que vivimos.
El único toro aproximadamente bravo que hubo, de Albaserrada, era sobrero. Ese toro, de mucho respeto, tomó tres varas poderoso, fijo, crecido al castigo, metiendo lo riñones, todos ellos elementos propios de la bravura.
Lidia adelante aumentó progresivamente la manifestación de su casta y había que reconocerle a Esplá el mérito de medirse con ella, por los muchos peligros que conlleva. Claro que el torero se cuidaba el cuerpo, para lo cual tomaba precauciones, pero cuando imprimió mando al pase, la embestida resultaba clara y larga. Hasta estoqueado y caído quería el toro embestir. El sobrero Albaserrada sí era de concurso; sólo ese. Al de Martínez Benavides, un inválido boyante, Esplá le instrumentá algunos redondos de bonita factura.
Morenito de Maracay tambien embarcó bien al manso pastueño del Madrigal -trapío apabullante, seria cornamenta, un tío- sólo que metía el pico y pretendía darle el derechazo mil. Con el segundo Albaserrada, flojísimo y atontado, anduvo tranquilo, seguro, fácil; también vulgar.
El arte lo puso Juan Mora en unas maravillosas verónicas. de saludo al sobrero de Benavides, embraguetado, bajas las manos, templado el lance, y luego a lo largo de un muleteo valeroso, en el que porfió entre los pitones para provocar la arrancada del aplomado toro. Así hizo, después de administrarle sensacionales ayudados por alto -la suerte cargada, largo y curvo el recorrido- y una tanda de redondos que fue pura exquisitez. No pudo repetir la gala en el sexto, pues el Núñez se le quedaba en la suerte y derrotaba. Las tantas eran ya y, para entonces, las vecinas de localidad no prestaban abanico, ni consuelo, ni nada. De manera que lo mejor era escapar de allí, y nos lanzamos a la calle, en tropel.
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