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Reportaje:

"Quiero todo el verano para pescar"

Juan Carlos Delgado, el niño del doble trasplante, descansa en su pueblo

MadridParapetado tras un bocadillo de crema de chocolate, Juan Carlos Delgado no sólo trata de ocultar la cara al fotógrafo. Con sus ojos azules cargados de recelo, parece decirle al profesional que pierde el tiempo con él. Durante los tres últimos meses se ha sentido acosado, examinado a veces como personajillo de feria, exprimido en cientos de fotos. Unas fotografías en ocasiones robadas con la promesa incumplida de "'te regalaré una". "Empezando por un tal Fernando, que trabaja en la clínica Puerta de Hierro y que no paraba de tirarle fotos diciendo que eran para el doctor Figueras, o que eran para no sé quién. Y en los meses que estuvimos allí no vimos ni una", se queja la madre, Daría Delgado. "Se las pedimos y nos dio excusas", añade. Su hijo, Juan Carlos Delgado, corrobora su desilusión manteniendo un gesto adusto y una mirada de alerta a la cámara. En Villalobos (Cáceres), donde descansa y se recupera, se encuentra por fin seguro. En su casa de planta baja, donde una fresca penumbra alivia el sofoco que exuda el pueblo extremeño, Juan Carlos Delgado ha instalado su particular madriguera. Este es su terreno y poco le importa que las fotos sólo persigan un objetivo informativo. Como un pequeño dios herido encerrado en su torre de marfil, al final sólo admitió, a regañadientes, que se le hicieran tres fotos."Me voy a pescar con el Isma y Rubén", anunció a su madre, como forma expeditiva de quitarse de en medio. "Es que no sabe usted lo que ha sido esto", explica la madre. "El día que vinimos, un periódico extremeño quiso que posara con una camiseta del diario; otro pretendía fotografiarle sin ropa, para que se vieran las cicatrices de las operaciones. Y el niño lloraba porque quería echarse la siesta y no le dejaban... Y todas estas molestias a nosotros no nos sirven de nada. Ya hemos pedido en televisión que el público done sus órganos para que haya más gente que pueda salvar su vida como mi hijo", repite Daría Delgado, cansada y estoica. "Para colmo, ahora dicen que pedimos dinero a los periodistas. Y es mentira".

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Juan Miguel decide

Ese era el aire que se respiraba el pasado viernes 28 de junio en Riolobos (Cáceres), una réplica cabal del calor abochornado que se pegaba al cuerpo al abandonar las casas. Inicialmente, Daría Delgado dijo que el pequeño no se encontraba en casa. "Ha ido a dar una vuelta con su padre y no vendrán hasta la hora de comer. Pero si quieren hacerle una entrevista tienen que hablarlo con Juan Miguel Aspirella, en quien hemos delegado todo este asunto", siguió diciendo la madre. "¿Y quién es este señor, alguien de la familia?" "No; es un señor de aquí que ha sido diputado, y es él quien decide si se hacen entrevistas o no", concluyó la señora con calma.Ésa primera sorpresa no fue la única. Juan Miguel Aspirella no se encontraba en su casa, una vivienda que aparecía adornada con un cartel electoral de Felipe González. "Está en Plasencia, porque trabaja en UGT. Vendrá sobre las dos", dijo su suegro. En un bar cercano a su casa y en la Casa del Pueblo ratificaron la información. "Lo mejor es que le esperen en el bar, porque a las, dos suele pasar por aquí a tomar una cerveza", aconsejaban los amables habitantes de Riolobos. En pleno mediodía sabían ya perfectamente quiénes eran los forasteros y a qué habían venido. Y ninguno de ellos parecía asombrado de que unos periodistas que habían recorrido más de trescientos kilómetros tuvieran que tratar con un hombre ajeno a la familia. Tampoco atribuían connotaciones neocaciquiles a esta mediación del político socialista. Simplemente, así estaban las cosas: había que esperar sin remedio que llegara de Plasencia Juan Miguel Aspirella. Sólo él podía arrumbar la muralla familiar.

Por fin, al filo de las tres de la tarde, apareció Aspirella. "Quiero que comprendáis que aquí ha venido gente de toda clase. Y que han tratado de especular con el niño. Y los padres, que son muy sencillos, han delegado en mí, lo que supone, en realidad, un embolao, porque me encuentro en situaciones muy comprometidas". En efecto, Aspirella estimó que "no podía negar a un medio como EL PAÍS realizar su información", por lo que no podía sustraer al niño y a los padres de los periodistas. Pero en su afán por proteger a los Delgado de la avaricia ajena, o quizá de la tentación de que, ingenuamente, pudieran aceptar dinero "para paliar los gastos que ha supuesto la enfermedad del niño", había autorizado días antes que la revista Tiempo le hiciera una amplia entrevista y que iniciara una suscripción popular entre los lectores. "Tiempo ha abierto ya la suscripción con una cantidad de 300.000 pesetas en una cartilla de la que disponen ya los padres, destinada a velar por el futuro de Juan Carlos, que, dada su situación, no podrá ser labriego, como sus hermanos. "¿Quiere decir que ha vendido la exclusiva a nuestros compañeros de Tiempo?". "No; formalmente, no, no se habló en esos términos; aunque me ha llegado ayer una nota de ellos en la que me piden que los padres firmen que no concederán otras entrevistas. Pero, claro, eso no lo van a firmar ellos. Pero, claro, hay una cierta prioridad por parte de la revista. Yo voy a hablar con los padres para que podáis hacer la información, pero no podéis extenderos mucho", sentenció el ugetista convertido en improvisado manager. Es más, "si no fuerais de un periódico serio, os tendrías que ir y venir más adelante, a una fiesta que el ayuntamiento va a hacerle y en la que se invitará a toda la Prensa".

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Ir a Lourdes

Esta vez la madre de Juan Carlos Delgado invitó a los periodistas a sentarse. "Ahora tenemos que ir Lourdes", explica, resignada, esta mujer de ojos azules -como el hijo-, color de iris que abunda en esta zona. "Resulta que una familia que fue a vernos a Madrid, cuando estábamos en el hospital, y ha hecho una manda (una promesa) de ir a Lourdes si salía bien el niño, y, claro, tenemos que ir con ellos". Pero no es el único viaje ni la única promesa que ha suscitado Juan Carlos Delgado. "Me está llamando continuamente una señora de Palma de Mallorca diciéndome que tenemos que irnos quince días a la playa, porque lo ha ofrecido también. Y yo le digo que cómo vamos a ir este año, que el niño no puede bañarse este verano, porque tiene todavía puesta una gomita. Y ella, la señora de Palma, dice que da igual, que por lo menos podrá jugar en la playa, que vayamos el mes que queramos, pero que la promesa era para este año". Y Daría comenta con humor este trasiego, este cambio que se ha operado en su vida a través de la desgracia. "No me he movido del pueblo en toda la vida y ahora voy a ser como la mesa del turrón", ríe ante la perspectiva viajera que se le echa encima.Al margen de su enemistad con las cámaras, Juan Calos Delgado se encuentra relajado en su pueblo. Aunque serio y un poco pálido, parece feliz cuando coge la bicicleta y la caña y se va con el Ismael y Rubén a pescar. "Yo soy el que más peces cojo, sobre todo tencas", asegura. Pese al enorme bocata que se estaba zampando en la puerta de su casa, "no tiene buen apetito". El régimen que sigue no es severo, pero "las comidas tienen que ser guisadas antes, porque hay que tener cuidado de que no coja un virus o una enfermedad".

Juan Carlos Delgado debe ingerir unas veinte pastillas al día. A las nueve de la mañana y a las nueve de la noche tiene que tomar un tipo de píldoras "para el rechazo", cuya caja cuesta 36.000 pesetas. En el desayuno ingiere nueve pastillas. Con el almuerzo, otras cuatro. Y cinco más a la noche. "Es posible que cuando volvamos a Madrid, el próximo mes, le reduzcan la dosis". Esta disciplina diaria la aguanta bien Juan Carlos, que si algo ha probado es que tiene una voluntad nada frágil. "Ha sido siempre un niño muy alegre y muy abierto, pero ahora está más aburrido, más reservado", continúa la madre. Esa reserva tozuda acentúa más su actitud de niño fuerte, sutilmente protegido por su madre. "Me han dicho en el hospital que no le consienta todo, que se me va a montar encima. Pero es que si le riño me duele más a mí. Siempre he estado pendiente de él, porque ha sido el más delicado de los hijos", reconoce, mientras le mira con los ojos velados.

Las familias donantes

Un niño delicado, que antes se mareaba mientras jugaba con los amigos, y que ahora, gracias a la servidumbre del doble trasplante de corazón e hígado, ha recobrado la normalidad. "Nos gustaría mucho conocer a los familiares de los donantes de mi hijo. Juan Carlos también quiere conocerles y agradecerles su gesto. Estamos averiguando su dirección para ir a verles. No sé lo que les voy a decir cuando les vea, pero, les diremos todo lo que pueda hacerles bien".Los padres de Juan Carlos tienen una parcela de regadío de tipo medio, de unas siete hectáreas, lo que supone una renta de unas 800.000 pesetas al año. Toda la familia, incluido un hijo casado, y Genaro, el mediano, trabajan en el tabaco. Juan Carlos, por su parte, que el próximo curso hará quinto de EGB, se encamina hacia una vida más sedentaria, ligada al estudio. "Le gusta mucho estudiar, aunque ha repetido curso varias veces por la enfermedad", dice su madre. "Lloraba a veces por tener que ir al hospital en vez de ir al colegio". Los adultos del pueblo, por su parte, han realizado ya múltiples gestiones para que obtenga becas en el futuro. Algún maestro le ha traído cuentos y fábulas para el verano; pero, de momento, Juan Carlos Delgado, que también ha olvidado el ordenador que le regaló el ayuntamiento, prefiere dedicarse a vaciar de peces el río de su pueblo".

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