Dos grandes obras sobre García Lorca
, ENVIADO ESPECIAL
No se llenó el Patio de Carlos V en la segunda actuación del fabuloso Rostropovich y la Orquesta de la Radio de Baden-Baden (Alemania Occidental), dirigida por Uri Segal, en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada. El hecho me parece cuando menos desconcertante, pues si es cierto que el programa no era de repertorio, no lo es menos que encerraba interés y diverso orden de atractivos; entre ellos la posibilidad de que los granadinos conocieran dos obras sobre tema lorquiano de dos célebres compositores extranjeros: el alemán Wolfgang Fortner y el soviético Shostakovich.
Pero habría bastado el anuncio de las Variaciones rococó de Chaikovski tocadas por Rostropovich para agotar todo el taquillaje. A pesar de sus excelentes relaciones con España y su admirada amistad hacia su majestad la Reina, no es demasiado fácil escuchar a Rostropovich, dado su calendario de trabajo como instrumentista y como director.
Perder la ocasión, como tantos han hecho en Granada, de enfrentarse con uno de los más altos exponentes de la interpretativa contemporánea se me antoja signo altamente negativo.
Las Variaciones rococó de Chaikovski en manos de Rostropovich se convierten en un auténtico milagro musical. Se puede imaginar una versión parecida; es imposible mejorarla. Que la obra, no se sabe por qué un tanto desestimada por los públicos, es algo precioso y magistral me parece indudable; que una versión como la de Rostropovich la enaltece en el más alto grado constituye una pura evidencia.
Cuando el violonchelista soviético avanza, bien arqueado, su brazo derecho para atacar, por ejemplo, la Zarabanda de Bach, que tocó como propina, la memoria se va inevitablemente hacia el gesto y la manera de Pablo Casals. Bien sabemos que por la lógica evolución del pensamiento instrumental y de los conceptos interpretativos y hasta por la misma singularidad de ambas personalidades el arte de Rostropovich marcha por distintas vías que el del gran español o, si se quiere, lleva a las últimas consecuencias las conquistas de Casals.
No es sólo la calidad sonora, inolvidable, o el avasallador virtuosismo lo que asombra en el mítico Rostropovich. Hay todo un pensamiento y una sensibilidad musicales que saben distribuir sonidos y silencios como nadó: lo ha hecho. En Rostropovich el silencio cobra su máximo valor dentro del discurso musical de una belleza literalmente inenarrable y en todo momento expectante, inquietante.
Público encandilado
Después de su Chaikovski -elegante, supervirtuosístico, incluso dramático a veces- y tras las interminables ovaciones, Rostropovich tomó su Guarnerius para ofrecernos pentagramas de Juan Sebastian Bach para derramar sobre un público encandilado, algo que recuerda el célebre título de Liszt: La bendición de Dios en la soledad. Uri-Segal y la Orquesta de la Radio de Baden-Baden prestaron, más que colaboración, auténtica creación en compañía a partir del pensamiento musical del solista.Entre la larguísima atención que han dedicado varios cientos de compositores al tema de Lorca, la versión de Bodas de sangre de Fortner y la Sinfonía 14 de Shostakovich son sin duda ejemplos significativos. El intermedio de Bodas de sangre nos presentó un Fortner sabio en su manera de hacer y superficial en su españolismo. No lo intenta siquiera Shostakovich en los dos poemas de Federico incluidos en su sinfonía de 1969, junto a otros de Apollinaire, Küchelbecher y Rilke.
Dos voces solistas que en este casó fueron las excelentes de la soprano húngara Eva Zsapo y del barítono búlgaro Anton Diakov. Impostadas en un breve conjunto instrumental de cuerda y percusión, exponen los 11 poemas no solamente unificados por una intención expresiva y una serie de actitudes ante la muerte, sino también por el mero tratamiento técnico, la clarificada escritura instrumental y la muchas veces conmovedora dramaticidad melódica. El éxito fue grande para todos y la largueza de las ovaciones compensó en parte la ausencia de unos centenares de personas.
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