Francotirador teatral
"Pertenezco a la generación cascada. El final de nuestra guerra y el largo destierro subsiguiente partieron por la mitad una modesta carrera literaria que había empezado tarde. La poesía se satisface con un eco discreto, que no provoca desconfianza. La escena, en cambio, es un hecho de publicidad ruidosa y abierta. Nada permitiría hoy un teatro que fuese una transposición de mi poesía. Como dramaturgo, soy, pues, un autor frustrado. Me gano la vida con dificultades, y no me veo con ánimos para escribir teatro póstumo".Estas palabras de Joan Oliver, en una entrevista concedida a Serra d'Or a principios de los años sesenta, resumen bastante bien lo que fue la carrera del autor. Los teatrólogos suelen distinguir tres períodos en la producción dramática de Oliver: antes, durante y después de la guerra civil. El primero (Cataclisme, Cambrera nova, Alló que tal vegada s'esdevingué) es, como dice Fuster, un intento de comedia burguesa, un teatro deliberadamente "literario"; "literario", sí, pero con una sólida estructura; un teatro en el que los matrimonios burgueses se tratan de vos y en el que la misma institución matrimonial vivida por esos personajes se convierte en algo grotesco. Es, en definitiva, un teatro inteligente, satírico y cínico, una especie de Jules Renard pasado por la modernidad teatral europea.
Del período revolucionario, en plena guerra civil, su obra La fam (El hambre), Premi Teatre Català de la Comèdia 1938, es, sin duda, el texto más sólido de aquel momento. Frente a la proliferación de inevitables pastorets disfrazados de communarás, los personajes de La fam son los únicos que analizan de manera crítica la situación revolucionaria que vive el país.
La benemérita minoría
Al perder la guerra, Oliver se exilia en Chile, de donde regresó para encontrarse con una escena profesional incapaz de asumir la producción satírica, corrosiva, de nuestro francotirador, como le llama Fuster.
Pero, por suerte, ahí estaba la niinoría. "La selecta, infortunada, inquieta, benemérita minoría", al decir de Oliver. Esta minoría, esos happy few de la izquierda del Ensanche, apiñados en la salle d'amis que era la Agrupació Democràtica de Barcelona, en funciones de una noche y gracias.
Un Oliver que ofrece dos textos de cierta importancia: Ball robat (traducida al castellano por Montserrat Julió con el título de Bodas de cobre), estrenada por la ADB en el desaparecido Candilejas en junio de 1958, y Primera representació, otro espectáculo de la ADB, dirigido por Salvat y estrenado en el Romea en 1959. En ese teatro, el francotirador, pese a mantener una postura crítica rigurosa, se muestra más compasivo, más chejoviano, como dice Jordi Carbonell.
A Oliver se le conoce principalmente por su adaptación de la brechtiana Ópera de tres reales (que acarrearía la desaparición, por orden gubernativa, de la ADB en 1963); por su delicioso Pigmalión, por El misántropo (Lliure, 1982)...
Llegado el momento de la normalidad, de la "recuperación" de nuestros "clásicos" -recuperación pero no revisión-, el Oliver de Ball robat, al igual que media docena de autores nada desdeñables, parece no interesar a nuestros comisarios teatrales. El Oliver traductor, sí; el Oliver autor, ése mejor olvidarlo. Y cuando momentáneamente se le quiere resucitar se echa mano de una comedieta musical, del todo intrascendente, en un intento de reducir al francotirador a una caricatura de sí mismo. ¿Oliver o el dramaturgo que no pudo ser? Demasiado sencillo. Oliver fue, es, un dramaturgo; sin público, pero dramaturgo, como una casa de payés. Las circunstancias históricas no le fueron favorables, cierto, pero cuando éstas cambiaron, los comisarios le dieron la espalda. Y no me digan que su teatro había perdido interés. Su teatro era, es, nuestro teatro, nuestra tradición teatral, que Oliver calificó de modesta, y que como tal se merecía una revisión.
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