Confusión 'nuclear'
LAS DECLARACIONES del presidente Reagan, el pasado 11 de junio, sobre su decisión de no seguir respetando el tratado SALT II han creado una de las mayores confusiones que se recuerda en los círculos de la Casa Blanca. Por un lado, Reagan dijo que el SALT II había sido violado por los soviéticos y que, por tanto, su propósito era no seguir aplicándolo, pero agregó que los límites fijados en el tratado solamente serán superados por EE UU dentro de varios meses y que mientras tanto él esperaba llegar a un acuerdo con la Unión Soviética sobre reducción de armamento estratégico. Es más, reconoció que los soviéticos habían presentado una nueva propuesta interesante en Ginebra y habló en términos positivos de Gorbachov, rectificando incluso lo que había dicho pocos días antes, destacando que era el primer dirigente soviético que se pronunciaba en favor la reducción de las armas nucleares; reiteró a la vez su convicción de que la nueva cumbre se celebraría. Poco después, el portavoz de la Casa Blanca dijo a la Prensa la frase que Reagan había omitido: que el SALT II ya no era válido.La Prensa norteamericana se esfuerza por comprender las causas de tanta confusión en un tema de tanta trascendencia; un factor evidente es la presión creciente de la línea dura que encarna el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, contraria al SALT II. A mayor abundamiento, lo que apareció claramente en la conferencia de prensa es que Reagan no domina el problema de las armas nucleares y que sus palabras reflejan las presiones a las que está sometido.
Por otro lado, EE UU se enfrenta hoy con una diplomacia de la URSS que se parece cada vez menos a la de los tiempos de Breznev y Gromiko. Está en marcha algo que se podría calificar como "ofensiva de paz", en la que el protagonismo personal del líder soviético Mijail Gorbachov se destaca en cada momento; la respuesta que Washington daba a las propuestas de Gromiko, tachándolas de propaganda, era válida entonces. Pero ahora ya no lo es ante las iniciativas de Gorbachov. EE UU está a la defensiva en el problema de la moratoria de las pruebas nucleares, que la URSS aplica unilateralmente desde agosto de 1985, obteniendo con ello amplio apoyo en el Tercer Mundo y en Europa. Las propuestas sobre reducción de fuerzas convencionales que el Pacto de Varsovia ha aprobado en su última reunión deberían permitir desbloquear ese tema. La URSS ha introducido esta vez algo que siempre había rechazado: el ámbito de aplicación se extenderá a los Urales; incluirá la parte europea de la Unión Soviética. Otro punto nuevo -al que los soviéticos han sido reacios siempre- es la inspección in situ. Ello supone algo esencial, incluso desde un punto de vista psicológico: que comisiones de inspección de un bloque actúen en el territorio del otro.
Otra característica de la actual diplomacia de Gorbachov es que no se descorazona pese al escaso eco de sus propuestas en Washington. Incluso la reacción soviética tras la declaración de abandono del SALT II ha sido matizada. Ello confirma hasta qué punto la actitud soviética dimana de las necesidades interiores de Gorbachov para sus planes de reforma.
Poco se sabe de la nueva propuesta soviética en Ginebra sobre armas estratégicas, pero parece confirmar una flexibilización de la anterior negativa a aceptar la llamada guerra de las galaxias. En las propuestas soviéticas hay puntos que tienden a conservar situaciones de ventaja que Occidente no puede aceptar. Las discusiones serán de resultado incierto, pero existe tanto en Europa como en círculos norteamericanos la sensación de que en la diplomacia de Gorbachov hay aspectos nuevos que merecen ser discutidos a fondo. Un rechazo sistemático podría echar a perder posibilidades quizá históricas.
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