Valverde
La calle de Valverde nace a la sombra de la Telefónica, aquí tiene la empresa su puerta de servicio, oscurecida por la colosal silueta del proto-rascacielos madrileño, obra de míster Weeks, un arquitecto importado de Manhattan para ponerle un toque neoyorquino a la naciente Gran Vía. Compensando la influencia americana, el escultor Ignacio de Cárdenas, que se ocupó de la ornamentación exterior, buscó inspiración en el barroco madrileño.Desde primeras horas de la noche, este tramo de Valverde, que desciende hasta la calle de la Puebla, registra gran animación, bullicio multirracial, ajetreo de modernos, trayecto de peripatéticas que hacen su calle en la del Desengaño, ajenas a la feroz concordancia. Suenan las insidiosas musiquillas de los tragaperras, y grupos de oficinistas, que celebran algo, invaden los restaurantes chinos que se reproducen miméticamente.
Hasta hace unos años abría sus puertas en este tramo uno de los restaurantes chinos más veteranos de la ciudad; tras sus falsos tejados en forma de pagoda, los comensales podían elegir entre más de 200 platos, en un decorado auténtico de película de chinos, sierpes y dragones en las molduras, reservados discretos, lámparas tenues, biombos y lacas. Todo desapareció sin dejar rastro, no hay tradición por espuria que sea, capaz de resistir esta vorágine, hoy mesón galaico, mañana cervecería alemana, pizzería, comida rápida para estómagos ansiosos.
El Yastá (ya está), que forma cadena con el Casi-Casi, hereda la antorcha del tugurio moderno de la calle, pero su optimista denominación es negada habitualmente por los hechos, prohibición de actuaciones en directo y problemas burocráticos. En los años sesenta, cuando empezó la furia de las guitarras eléctricas, los aspirantes a rockers conocían esta calle por un establecimiento especializado, cuyos escaparates ofrecían desde las primitivas Jomadi o Super-Kustom hasta las inalcanzables Fender.
Hay otra calle de Valverde, o mejor dicho otras calles dentro de la calle de Valverde, para conocer, por ejemplo, la que sirvió de escenario a Max Aub en una de sus mejores novelas, titulada con el nombre de La vía; hay que aprovechar la mañana y remolonear por los zaguanes de las casas situadas en la vertiente norte, al otro lado de la Puebla.
La línea divisoria está ocupa da por el monasterio, convento y colegio de las Madres Mercedarias. La puerta del colegio está casi enfrentada, ahora, al estridente neón de un sex-shop, colindante también con la neoclásica sede de la Academia de Ciencias Físicas y Exactas. Este tipo de encrucijadas místico-científico-profanas es muy frecuente en el callejero del centro de Madrid; por aquí anduvo de cacería el infatigable Caballero de Gracia, galanteador longevo y arrepentido a la postre, que en esta calle fue estoqueado por tres emboza dos, que resultaron ser tres da mas hermanas, Las Tres Victorias, que tras darle una lección al promiscuo donjuán procedieron caritativamente a curar sus heridas.
Otros donjuanes se asoman a la calle de Valverde: don Juan de Alarcón, que fundó el referido convento mercedario, en el que se guarda incorrupto el cuerpo de la beata madrileña Mariana de Jesús. El otro donjuán, el burlador Tenorio de Sevilla, debió acercarse también al velatorio de su biógrafo; la capilla ardiente del eximio Zorrilla estuvo instalada en el edificio de la Academia, que antes de albergar a la de Físicas, fue sede de la de la Lengua.
Editoriales y distribuidoras de librería hallaron su refugio en esta vía, la editorial Molino exponía aquí sus novedades: las novelas de aventuras de Karl May o los entrañables diarios de Guillermo Brown. La librería Martínez Murguía, especializada en psicología, pone el contrapunto intelectual a las novelas populares, junto a lo que fuera iglesia y colegio de los padres Agustinos, que, siguiendo los dictados de los tiempos, abandonaron sus posesiones, incluido el tradicional oratorio del Espíritu Santo, a las constructoras.
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