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Tribuna:EL 'POP' ESPAÑOL Y LAS ANGUSTIAS DEL CRECIMIENTO / 1
Tribuna
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Nervioso compás de espera

Diego A. Manrique

En las cumbres del pop español habitan hoy, grupos directamente emparentados con la insurrección de 1980: incluso El último de la Fila, el nombre más. fresco en la primera división, tiene su origen en Los Rápidos, un producto tardío de la nueva ola. Es una generación musical que nació con estrellas en los ojos y que ha sufrido más de lo que imaginaba hasta llegar al puesto actual. La pelea ha sido dura, pero algunos -caso de Radio Futura o Alaska y Dinarama- pueden permitirse prescindir este año de las actuaciones y tornarse con calma la grabación de sus nuevos discos. Todo un lujo (aunque es bien cierto que tienen poca competencia en sus respectivas demarcaciones).

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Entre 1980 y 1986,muchos cambios. El primero, que los grupos pueden vivir cómodamente de los contratos de ayuntamientos y otras instituciones deseosas de conectar con el público joven. Para algunos heterodoxos, como Fernando Márquez, eso supone adoptar una complacencia ante el poder que ha timado el potencial agitador de una música que nació arrogante y rebelde. Pero los grupos han aceptado alegremente a los nuevos patronos, aunque eso suponga desequilibrar el endeble circuito de locales privados, imprescindible para la forja y la subsistencia de los novísimos.También se han regularizado las alternativas discográficas: prácticamente todas las compañías fuertes aceptan la música más fresca, que compite en el mercado Con los lanzamientos de las independientes que se han profesionalizado (DRO, Grabaciones Accidentales, Twins, Nuevos Medios). Cada sector ha madurado y se especializa en lo suyo: las grandes optan por grupos bien empaquetados y con posibilidades de aceptación masiva; las pequeñas se permiten un margen para la experimentación y aceptan trabajar con grupos todavía crudos. Siguen existiendo los prejuicios, eso sí: todavía puede ocurrir que una independiente rechace una grabación por estar "demasiado bien producida" o que un trío insólito como Magenta encuentre un rechazo activo al estar respaldado por una multinacional. En cuestiones de imagen se camina por el filo de la navaja, y hay que guardar las apariencias.

Fuera de la capital, el horizonte se pone oscuro. Cuentan con sellos regionales Valencia (Citra, Discos Medicinales), Asturias (SFA), Canarias (Jaja), Castilla y León (Caskabel, PIGS), Cataluña (PDI, Marilyn, etcétera), el País Vasco (Soñua, Discos Suicidas). Conviene no dejarse deslumbrar por esta sopa de letras, ya que la mayoría sobrevive más que prospera. Esta debilidad de las discográficas refleja el descomunal papel que tiene Madrid como centro de lanzamiento de los sonidos nuevos: dejando aparte el caso del rock radical vasco, que refleja ceñudamente el clima de la zona y cuenta con canales propios, todo se hace pensando en la capital del reino.

Madrid irradia tendencias y elige los candidatos al estrellato. La fuerza reguladora de los medios de comunicación nacionales es inmensa: un programa de impacto como La edad de oro, que reflejaba los paramétros madrileños (o, más exactamente, los del círculo de amistades de Paloma Chamorro), tenía efectos devastadores en provincias al transmitir una estrecha definición de lo que era aceptable en un momento dado. Entonces y ahora, el mimetismo de lo madrileño produce lamentables copias; es una tentación a la que han resistido los grupos vigueses -que han preferido la infiltración en los cenáculos de la capital- y algunas bestias tozudas, como Los Ilegales asturianos. Hay una moraleja para esta triste historia: tienen más posibilidades los que mantienen la pureza de su visión original que los que aceptan componendas para intentar subirse al carro de la moda.

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