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Tribuna
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Los patios de Argüelles

Las calles de Meléndez Valdés, Fernando el Católico, Gaztambide y Andrés Mellado enmarcan una de las manzanas más bulliciosas del barrio de Argüelles, manzana podrida para los vecinos de la zona, amantes de la paz, el silencio y el orden establecido, que miran con preocupación la alegre verbena cotidiana que pasea de pub en pub por los subterráneos al compás de los trepidantes ritmos del momento.Esta manzana, construida al comienzo de los setenta sobre los terrenos de una iglesia y de tina residencia para hijos de emigrantes, puede servir como ejemplo de la inmisericorde destrucción de Argüelles, quizá el que ha sufrido mayores transformaciones en las últimas décadas, transformaciones que casi han hecho desaparecer el menestral caserío, sustituido por modernos bloques de pisos y apartamentos. Los habituales llaman a éstos patios, cruzados de puentes y horadados por galerías. comerciales: Filasa o Aurrerá, marcas comerciales relacionadas con los orígenes del centro, señalados por la especulación.

La compañía constructora, de acuerdo con la parroquia sobre cuyos solares se edificó este monstruo bicéfalo -dos son los patios- cedió para el culto una parte del terreno. En los sótanos, entre pub y pizzería, se deja ver el reclamo de la parroquia de San Ricardo en dura competencia con los otros quioscos de la feria permanente. A vista de pájaro puede comprobarse un curioso efecto, las hordas juveniles no acampan en las cercanía del templo, inconscientemente, dejan una tierra de nadie en este rincón bendito al que se ve reducido el culto, tras el pacto inmobiliario de la clerecía local con el Moloch urbanístico.

Tabernáculo entre tabernas, tufaradas de alcohol fermentado ascienden a los cielos, fumarolas producidas por la combustión del hachís escapan a los aires. Los habitantes de los pisos vecinos, tras sus dobles ventanas y sus cierres de seguridad, observan con preocupación los ritos profanos y escuchan atemorizados los gritos que sobresalen de la espesa batahola. Los fines de semana, una procesión compuesta por representantes de todas las tribus de la urbe canta. los gozos de la disipación y ofrece frecuentes libaciones a los dioses paganos. Aquí conviven el punk con el quinto de permiso, niñas bien, atildados mods y universitarios en celo, hinchas que acompañaron a su equipo en el desplazamiento a la capital, músicos en paro y camellos de poca monta.

Las modernas crónicas sitúan en este centro de pecado enfrentamientos de esquina en los que corrió la sangre, redadas y batallas campales, protestas de los vecinos e incluso esporádicos tiroteos cuyos ecos llenaron de temor a los pacíficos ciudadanos, que habitan en las proximidades. Las broncas más sonadas suelen producirse, sin embargo, a causa de una plaza de aparcamiento, heroica gesta en estas calles estrechas y transitadas que bordean los patios. La zona pasa ahora por momentos de relativa calma en cuanto a la crónica de sucesos, aunque sin que haya disminuido el aporte de clientes y consumidores que beneficia la cercana presencia de la Universidad.

Las denominaciones y dedicaciones de los locales cambian con frecuencia. Aunque nadie señale aquí la impronta de la naciente movida, los patios de Argüelles pueden reivindicar su condición pionera. Aún sobrevive el viejo Gatuperio, que, con su acertada denominación (gatuperio: mezcla de cosas incoherentes, embrollo, enjuague), dio carta de naturaleza a los 10.000 bares que se instalaron en su entorno. Glorias fugaces, desapareció el Grog, que rellenaba de spaghetti los atléticos cuerpos de los jugadores de rugby; permanece el Joc, que inició a los madrileños en las hipotéticas delicias de los combinados de café, y el Fox, instalado en un bunker de ladrillo. Junto a los bares crece también la dudosa oferta gastronómica de restaurantes chinos, pizzerias, burgers, cervecerías al gusto germánico, pollerías, cruasanterías, briocherías y otros híbridos para ser degustados sin excesivos remilgos en un alto del camino entre cubata y cubata.

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