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FERIA DE SAN ISIDRO

Joselito

JOAQUÍN VIDAL, Joselito confirmó ayer la alternativa y entró en la milicia de matadores con categoría de mariscal. El toreo fue suyo desde que se abrió de capa y todo lo demás en la corrida quedó convertido en anécdota. Mandaba en el toro, mandaba en la lidia y, pues su, personalidad torera era arrolladora, asumía también el mando en plaza. A Curro Romero y Paco Ojeda, las grandes figuras del cartel, los relegó a la función de comparsas. Y tiene sólo 17 años, recién cumplidos.

El toreo total ejercitaba Joselito y, si ésta va a ser siempre su cualidad y su poder, aquí hay un gran torero. Lidió con saberes de maestro, lanceó con finura de estilista, fue virtuoso en las suertes de muleta, se volcaba sobre el morrillo en el volapié. Y, además, exhibió un valor escalofriante, dejándose ceñir el pitón, aguantando tarasca das con una serenidad escalofriante. Y, si la embestida venía vencía, rectificaba lo imprescindible -ni un milímetro más- para en el siguiente tiempo de la suerte seguir toreando absolutamente relajado, como si no hubiera ocurrido nada.

Aldeanueva / Romero, Ojeda, Joselito

Tres toros de Aldeanueva, con trapío, que dieron juego; sexto, de Peñajara, poderoso y reservón; tercero de Murteira y quinto del marqués de Ruchena, ambos sobreros, justos de trapío y manejables. Curro Romero: media delantera y tres descabellos (protestas); bajonazo descarado y descabello (bronca). Paco Ojeda: pinchazo, bajo y media atravesada baja (algunos pitos); bajonazo descarado y tres descabellos (bronca). Joselito, que confirmó la alternativa: estocada desprendida y dos descabellos (oreja); dos pinchazos y estocada (vuelta clamorosa a hombros). Romero y Ojeda salieron bajo una lluvia de almohadillas, protegidos por la fuerza pública. Plaza de Las Ventas, 26 de mayo. 17ª corrida de feria.

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Intervino en quites y entusiasmaron al público sus chicuelinas apretadas, unas navarras en perfecta ligazón, la serpentina, las verónicas en diferentes estilos. Hubo una ocasión en que Curro y Ojeda pretendieron darle una lección a este neófito que les dejaba en ridículo e intentaron quites también. Se produjo la lección, en efecto, pero al revés. Mientras Curro y Ojeda fracasaban, Joselito, en su turno, instrumentaba suaves lances del delantal y remataba con la maravillosa armonía de la media verónica, desmayando el giro escarlata tras la cadera.

La faena de muleta al toro de la alternativa constituyó una asombrosa muestra de toreo puro, desde su propia construcción hasta la hondura y la belleza con que ejecutaba las suertes. Desgranaba el toreo fundamental amalgamando técnica e inspiración, dominio y templanza, y alcanzó la plenitud en los ayudados a dos manos que instrumentó para cuadrar al toro. Al ejecutar el volapié, se volcó sobre el morrillo.

Joselito alcanzó en este toro un triunfo legítimo, pero más importante fue su significado, pues la fiesta llevaba años esperando un torero de capacidades plenas y vocación manifiesta y su toreo anunciaba este advenimiento.

Cuando iba a saltar a la arena el sexto toro, el público dedicó una, ovación cerrada a Joselito, en reconocimiento a la torería que había derramado a lo largo de toda la corrida. Y aún la acentuaría después, en los lances de recibo, en un sensacional quite por verónicas; hasta en los pares de banderillas, en uno de los cuales el asta le rasgó la taleguilla a la altura del vientre y el torero ni siquira se miró. Y, sobre todo, en el principo de la faena de muleta, un prodigio de hondura y mando que hizo saltar al público de sus asientos.

Sobrevino entonces el ventarrón y, de tanto buscar el terreno donde podría torear al pairo, el toro se descompuso, echaba la cara arriba, lo cual no arredró a Joselito para torearle al natural, a pesar de los parones y los derrotes que hubo de consentir. Esta vez pinché, pero no desmereció su actuación memorable y la plaza entera le aclamó en la vuelta al ruedo, que dio a hombros.

Aquellos monstruos de gran cartel y honorarios fabulosos, Curro y Ojeda, eran incapaces, mientras tanto, de hacer nada a derechas. Joselito parecía el maestro, ellos los alumnos y, además, del pelotón de los torpes. Quizá se tratara de una realidad estricta o, por lo menos, ayer lo era. Curro Romero se inhibió en un toro; en el otro, que asesinó el picador mediante un puyazo mortal de necesidad, trazó algún derechazo de su marca y luego le ahogó la embestida, que es uno de sus recursos favoritos.

Con los toros más chicos y flojos de la corrida, escasamente complicados, Ojeda dio síntomas de supina incompetencia. Los toros embestían, insólita crueldad, que para este torero es un problema insoluble.

Los monstruos de gran cartel y honorarios fabulosos fueron despedidos a almohadillazo limpio. No es la primera vez (ni será la última, seguramente). Tampoco el dato es concluyente: suele ocurrir que las figuras de expectación tengan una mala tarde y un tercero en discordia se alce con el triunfo.

Sin embargo, ayer era distinto. Ayer no había tercero en discordia. Había un torero cabal, con vocación de maestro a sus 17 añitos recién cumplidos, que entraba en la milicia de matadores con categoría de mariscal. Si persevera o no, eso lo dirá el tiempo. Pero, hasta donde podemos conocer, de momento, aquí hay torero.

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