Continuidad y cambio en el desarrollo urbano contemporáneo
Seguramente, nadie del selecto grupo de arquitectos europeos, apenas una docena de delegados del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), reunidos aquella mañana de marzo de 1932 en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona -tal como muestra el documento fotográfico en el que se les ve volcados sobre el plano de algunas de las grandes ciudades de la época-, podría imaginar que muchos años después otros protagonistas muy distintos en número, perfil profesional y origen geográfico volverían a reunirse en la misma ciudad con el propósito similar de analizar de nuevo la situación del desarrollo urbano internacional.Asimismo, me atrevo a pensar, pocos de los ahora reunidos en Barcelona en mayo de 1986 (demógrafos, economistas, sociólogos, planificadores urbanos y representantes políticos de las grandes metrópolis de los cinco continentes) conocerán que en esta misma ciudad anfitriona algunos de los maestros del urbanismo de este siglo (entre ellos Le Corbussier, Gropius, Van Esteren y el arquitecto barcelonés J. L. Sert) proyectaron y analizaron una encuesta urbana internacional que serviría de base a las resoluciones del IV Congreso del CIAM y a la Carta de Atenas (193,4), cuyos principios inspiraron el curso del urbanismo moderno.
El escenario barcelonés
Más allá de la anécdota, la coincidencia, del escenario barcelonés es a la vez evocadora y elocuente. Por una parte reafirma la continuidad de la ciudad de Barcelona y sus representantes técnicos y políticos con una tradición científica que les ha llevado, a estar presentes en la vanguardia del debate urbano internacional. Por otra parte, la distancia, temporal marca el profundo cambio mundial (auténtica mutación histórica) ocurrido entre los dos períodos de referencia, en el que se ha producido la emergencia de una realidad metropolitana inimaginable hace medio siglo.
Dentro de pocos años, la mitad de la población mundial vivirá en las ciudades. Una de cada cinco personas residirá en metrópolis de más de cuatro millones de habitanteReclasificación
Durante las últimas décadas, la aceleración de la dinámica demográfica y los profundos cambios de la base productiva han dado lugar a un caleidoscopio de situaciones urbanas a escala internacional y nacional, así como en el interior de las grandes metrópolis. La crisis, o si se prefiere el cambio urbano, adopta así manifestaciones diversas.
En las grandes ciudades de los países industrializados se está produciendo sobre todo un proceso de reclasificación de la población, con descensos en la ciudad central y dispersión en los anillos periféricos. Caída de la fecundidad, con el consiguiente cambio en la estructura de edades: menos niños, más jóvenes y más viejos; reconversión industrial e introducción de nuevas tecnologías: incremento del desempleo, especialmente de los jóvenes, y marginalización social. En los países en desarrollo, incremento acelerado de la población urbana, sobre todo en las grandes ciudades, producto combinado del crecimiento natural y de los flujos migratorios; dependencia de la base productiva y fragilidad del marco institucional, en parte heredados del pasado colonial; endeudamiento, sobresaturación de las precarias infraestructuras urbanas, hipertrofia de la economía informal y de los asentamientos suburbiales. En definitiva, tanto en el Norte como en el, Sur, transformaciones profundas en la especialización y en las funciones urbanas. Pero también expansión de la ciudad sumergida, en su mayor parte ignorada, compuesta cada vez más por una población de una gran diversidad étnica.
Rico legado teórico
Volviendo al hilo conductor inicial, la crisis urbana actual, de dimensiones inéditas a escala planetaria, nos obliga a repensar las funciones de la ciudad. En los años treinta, los clásicos del urbanismo moderno nos enseñaron a abordar los problemas urbanos en sus diversas interrelaciones a través de las funciones básicas de la ciudad de su tiempo. Su esfuerzo analítico no ha tenido hasta ahora precedentes. En consonancia con la situación de cambio histórico de su época, adoptaron una actitud de ruptura intelectual, a la vez que proponían un tratamiento global de la cuestión urbana. Estaría fuera de lugar entrar aquí en sus discutibles propuestas prácticas. Lo que importa destacar como punto de referencia es el rico legado teórico de esta tradición científica.
Los fundadores de los CIAM concibieron la ciudad funcinal desde fuera como una totalidiad planificable en zonas funcionales, con los consiguientes riesgos de segregación no deseados. Quizá ahora, situados también en una encrucijada de profundos cambios históricos, habría que pensar y actuar en la ciudad desde dentro, desde las diversas partes reales, los distritos, los barrios y sus gentes, en un proceso integrador de las funciones urbanas sobre el territorio, hasta llegar a la ciudad integral. De igual modo, deberíamos concebir los países como sistemas de ciudades, pequeñas, medianas y grandes, y favorecer su conectividad. En un sentido paralelo, las políticas urbanas tendrán que proceder a un proceso de integración para interrelacionar la dinámica demográfica con los cambios en la base productiva. Desde un punto de vista estratégico, esta nueva manera de entender la ciudad debe tener una clara orientación política a corto plazo que minimice los costes sociales del ajuste económico.
A las puertas del siglo XXI, es indudable que esta potenciación del modo de vida urbano sólo tendrá sentido a medio y largo plazo si promueve el acceso a la gestión y a los beneficios de la ciudad a todos sus ciudadanos. Será difícil que ello pueda conseguirse aisladamente sin contar con un considerable esfuerzo de solidaridad y cooperación nacional e internacional, en el cual las ciudades tendrían un destacado protagonismo.
En mi opinión, la Conferencia de Barcelona debería contribuir a sentar las bases de partida para marchar en esa dirección.
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