El toro bravo es de Victorino
JOAQUÍN VIDAL, "A ver, jovencito, descríbame cómo es el toro bravo", diría el maestro en la escuela, si en las escuelas enseñaran a los niños la fiera ibérica por excelencia, además de los rinocerontes, los hipopótamos y demás criaturas que vegetan por ahí. Y el jovencito no tendría más remedio que describir a Veloso, un toro de Victorino Martín, que ayer exhibió su bravura hasta el asombro.
Fue un toro pequeño, incluso recogido de pitones; lo que son las cosas. Fue lo que los clásicos Hamaban un toro cortejano, y su trapío era indiscutible. Enjundiosas consideraciones sobre el trapío de los toros podría hacer la ciencia si ayer hubiesen estado los sabios en las gradas de Las Ventas. Por ejemplo, ese quinto toro y el primero eran terciaditos y, sin embargo, no tenían menos trapío que los grandullones. Por ejemplo, al cuarto, que rebasaba la media tonelada, lo protestaron poIr su escasa presencia.
Victorino Martín / Ruiz Miguel
Toros de Victorino Martín, desiguales de presencia, que en general dieron buen juego; bravísimo el quinto, muy manso el tercero. Ruiz Miguel, único espada. Estoconazo (petición y vuelta). Estoconazo (oreja). Dos pinchazos, otro hondo, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos). Estocada ladeada (oreja). Pinchazo y bajonazo en la suerte de recibir (petición y vuelta con protestas). Pinchazo y estocada atravesada (aplausos). Salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. Décima corrida de feria.
Así que Veloso, chiquito, pero matón, saltó a la arena y nada más ver los capotes ya se los quería comer. Tomó tres varas metiendo los riñones y durmiéndose bajo el peto, la tercera arrancándose de lejos. En banderillas resultó pronto y alegre. Y tomó la muleta con tal fijeza, cadenciosa codicia y suavidad que, si no existiera el toreo, esa embestida reclamaría su invención.
Ruiz Miguel toreó bien a Veloso, le templó naturales y derechazos, giró un molinete, se lo echaba por delante en los pases de pecho. Y, sin embargo, la faena carecía de vibración. Porque allí hacía falta arte. El toreo no podía alcanzar su plenitud armónica sin ofrecer el contrapunto del arte de torear al arte de la embestida brava.
Veloso araba el ruedo con el hocico, seguía el movimento de la muleta hasta el último hilo escarlata de las bambas y, cuando el diestro no se la ofrecía, permanecía quieto y cuadrado, fijo en el engaño, pendiente de la llamada. Hasta cuando Ruiz Miguel le citó a recibir, dos veces, el torito bravo metía la cabeza desollándose las fauces en la arena.
Vuelta al ruedo negada
El presidente no concedió la vuelta al ruedo del toro, que el público pedía por aclamación. El presidente negaba un premio que había ganado de sobra el ganadero, pero, sobre todo, no supo entender que se estaba viviendo un momento histórico de la fiesta, en el cual él mismo tenía un papel preponderante. Pues toros de casta y nobleza no abundan y, cuando surge uno excepcional, como Veloso, marca un hito y corresponde a la liturgia de la tauromaquia revestirse de pontifical.
La variedad de tipos, bravura y temperamento de las reses llenó de lances interesantes la corrida, en la que Ruiz Miguel tuvo una actuación meritísíma, siempre entregado a la lidia, exponiendo en cada tercio y en cada suerte, rebañando con ejemplar honradez todas las posibilidades de lucimiento. Hasta al manso declarado que se corrió en tercer lugar y al espectacular sexto, ambos broncos, les aguantó gañafones e intentó faenas.
Con los toros bravos y boyantes Ruiz Miguel depuró la técnica de las suertes y, además, se esforzó, a su manera, en interpretarlas con todo el gusto y el sentimiento de que es capaz. La verdad es que estas cualidades sólo se le presumían, pues no acababan de trascender, pero la voluntad que ponía en el empeño era más que suficiente para el público, que le agradecía su entrega.
Al cuarto, protestado por falta de trapío y por invalidez, que acabó borreguito, le toreó mas despacio y con más primoroso estilo que a ninguno, ebrio de dominio, pero también buscando desagarradoramente el calor popular que no acababa de producirse.
El sexto, un cárdeno de impresionante arboladura, derribó con estrépito, se enceló en el caballo hasta herirle y el picador tuvo que escapar gateando bajo las patas de¡ toro, mientras las cuadrillas coleaban a la fiera. El torazo cárdeno no perdía la referencia del nuevo caballo qué sacaron para hacer la suerte. Permanecía fijo en sus movimientos, sólo qué el caballo era un burro de mucho cuidado, reculante y retozón, y el picador no podía dominarle.
Por la riñonada
La lidia estuvo parada muchos minutos a causa de este circo. Se acercó luego El Pimpi, su humanidad partiendo el espinazo a otro caballo más manejable, y ya el toro escarbó y volvió grupas. Pero al Pimpi no se le iba a ir el toro di rositas. Se adelantó a los medios, le metió puya por la riñonada y lo dejó arrepentido de vivir. La barbarie de la acorazada de picar se había enseñoreado de Las Ventas.
El toro arrepentido de vivir también lo estaba de su bravura y acabó tirando tornillazos, pese a lo cual Ruiz Miguel intentó naturales imposibles. A. hombros sacaron al torero por la puerta grande y fue merecido premio a su importante actuación. Pero en el coso quedó la nostalgia de Veloso, paradigma del toro de lidia, quintaesencia de la bravura, cuya simiente tiene Victorino y la guarda celosamente en sus dehesas de Extremadura.
Babelia
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