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FERIA DE SAN ISIDRO

El toreo ecuestre de Antonio Ignacio Vargas

Entre los torazos coloraos del marqués de Domecq hubo dos muy mansos: tercero y cuarto. Al tercero no pudo Vidrié sacarlo de tablas. Podían los peones, que bregando eficazmente con el capote se lo colocaban en los medios, pero el caballero no lo encelaba allí y el torazo regresaba rezongando a su refugio de madera. El cuarto ya se mostró de salida querencioso a la barrera, y allí habría seguido, hasta su muerte incivil, de no ser porque afloró desde el primer momento la torería ecuestre de Antonio Ignacio Vargas.Fueron los momentos más interesantes de la corrida. Vargas comprometía al caballo por la grupa, o de costado; se auxiliaba de la voz gritándole el vocabulario culto de la dehesa -"¡je, jia; quió, quió; acurrá, acurrá!", etcétera-; pues conocía las querencias y dominaba los terrenos, provocaba y conducía al torazo donde habría de perder los cálidos aromas ahoftigados del chiquero, y cambiarlos por los más sugerentes de la culata equina, y lo enceló.

Domecq / Hermanos Peralta, Vidrié, Vargas

Toros despuntados del marqués de Domecq, mansurrones, excepto los dos primeros. Angel Peralta: vuelta protestadísima. Rafael Peralta: silencio. Manuel Vidrié: ovación y saludos.Antonio Ignacio Vargas: ovación y salida al tercio. Por colleras: hermanos Peralta, silencio; Vidrié-Vargas, oreja. Plaza de Las Ventas, 17 de mayo. Octava corrida de feria.

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La faena resultó laboriosa, pero mereció la pena. De ahí en adelante, el manso embestiría al caballo, a veces hasta codicioso, y Vargas pudo permitise el lujo de quebrar banderillas tres veces en el platillo. También prender las rosas, que resultaron patrioticas, pues merced a los colores de sus florones, el morrillo del toro quedó coronado rojo y gualda.

Tras el rejón de muerte,. la fiera mansa convertida en brava se amorcilló un poco y Vargas echó pie a tierra para descabellar. Menudo susto se llevó la fiera mansa convertida en brava cuando vio que la criatura apocalíptica aquella que le seducía moviéndole el rabo y luego -icanacha!- le tundía los lomos, se había partido en dos, y una de ellas galopaba a cuatro patas por un lado, mientras la otra perneaba por otro con mucho airear de zahones, hacia la barrera.

Hubo ovación para Vargas, y el público, se quedó corto en el preinio. No obstante, se explica. Al público de estas corridas de rejones el ejercicio del toreo le importa poco y lo que le divierte son las carreras a galope tendido, mientras salta de sus asientos y vitorea entusiasmado cada vez que al toro le clavan un rejón o una banderilla, allá penas donde caigan. En las corridas de rejones nunca se corea el ¡ole!; en su lugar se grita ¡bieeen!, y luego, mucho palmotear y reirse. La gente es feliz en las corridas de rejones.

Por esas legítimas preferencias populares, Ángel Peralta, que no se acopló con un toro bravo, arrebataba cuando hacía girar en pirueta a su caballo, y más arrebataron aún Vargas y Vidrié en su actuación por colleras, que les salió redonda.

Perfectamente conjuntados, traían bien estudiadas las suertes, las ejecutaron con precisión, imprimieron velocidad a los caballos y espectacularidad a las reuniones; y llegado el número de las rosas, el gentío enloquecía de placer, en tanto el toro enloquecía también, pues no sabía de dónde le caía encima tanto pincho, ni daba abasto para amagar el derrote a tanto caballo como se le venía encima desde todas, partes.

La collera de los hermanos Peralta, en cambio, resultó deslucida. No es que estos rejoneadores sean peores que los otros, sino que son anárquicos, y cada cual hacía la guerra por su cuenta. Así Rafael ponía en suerte el toro, cuando se le cruzaba como un rayo su hermano Ángel y clavaba la farpa. O no la clavaba, que el hermano Angel no tenía su tarde de aciertos. Más de media hora cabalgaron por allí, aburriendo al público, que ya le dolía el asiento, y al toro, que también le dolía, y lo apoyó en las tablas. El hermano Rafael echó pie a tierra y descabelló.

El hermano Rafael tampoco aprovechó la bravura del toro que rejoneó en solitario. Incluso estuvo a punto de salir despedido por las orejas del caballo, al ejecutar un quiebro, y quedó cabalgándole el cuello. Ofrecían una estampa singular. Fue un lance sin importancia -un fallo lo puede tener cualquiera- pero a la gente le sentó mal este apagón en la luminosa tarde de rejoneadores que se prometía, y no se lo perdonó.

La afición comentaba, como siempre en Las Ventas, que "el bueno es Vidrié". Luego, cuando se produjo la torera actuación de Vargas, surgió un bando disidente. La afición dividida porfiaba sobre cuál de estos dos rejoneadores vale más. "Vidrié tiene mejor doma"; "No, la tiene Vargas". Los aficionados madrileños, quién más, quién menos, no suelen pasar de la Casa de Campo, donde no hay ni conejos, pero para esto de la doma caballar también tienen su sabiduría.

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