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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ONU, en España

LA VISITA del secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, a Madrid no tiene solamente aspectos protocolarios. Es una ocasión para importantes conversaciones políticas y para la inauguración de un centro de información de las Naciones Unidas, del que España carecía hasta ahora. Este viaje se produce cuando las Naciones Unidas atraviesan una etapa difícil y cuando su futuro es objeto de muchas discusiones. El propio Pérez de Cuéllar ha sido el primero en exponer con valentía algunas de las causas de la actual crisis.En primer lugar, la institución internacional se encuentra amenazada por un grave problema financiero, que ha colocado a la ONU ante la posibilidad de no poder atender dentro de unos meses sus pagos más imprescindibles. A este propósito, la Asamblea ha adoptado medidas drásticas, que desbordaban las competencias del secretario general, en una sesión especial. Pero el aspecto más preocupante es que esta crisis financiera refleja, sobre todo, una actitud de EE UU que no tiene solamente motivaciones presupuestarias. Washington ha tomado la resolución de reducir su contribución económica, que representa el 25% del presupuesto general de la organización, en una decisión absolutamente insólita, porque el pago de la cuota a la ONU no es algo que cada país decide, sino la aplicación de un tratado internacional que obliga a todos los Estados miembros. Por ello es inevitable relacionar esta cuestión financiera con una tendencia política más general, que se ha acentuado en el último período, a marginar a la ONU en cuestiones esenciales y a reducir su papel al mínimo.

Sería absurdo, no obstante, limitarse a señalar esta responsabilidad norteamericana. La degradación de los principios de la ONU viene de lejos. El problema de fondo es otro: muchas personas se preguntan si, en la actual situación internacional, los principios de la Carta de la ONU -y las estructuras encargadas de aplicarlos-, pensados en 1945 para una evolución del mundo que luego ha sido muy distinta de la prevista, siguen teniendo validez. Pérez de Cuéllar, en unas declaraciones recientes en estas páginas, señalaba, aludiendo a las superpotencias: "Soy totalmente contrario a volver, como en el siglo pasado, a una especie de directorio que tiene el privilegio de resolver todos los problemas mundiales". Pero no carece de peso el argumento de que, guste o no guste, la realidad internacional de hoy está muy alejada de los esquemas definidos por las Naciones Unidas, y de que es vano aferrarse a una defensa cerrada de la organización, porque los hechos están por encima de las utopías. También está bastante difundida la idea de que en la ONU se pronuncian muchos discursos, pero que no es capaz de actuar.

La ONU actual es un organismo que ha sufrido ya una proceso de transformaciones en el curso de su historia. La respuesta a las dudas sobre su papel no se puede encontrar en la consulta de los textos fundacionales de 1945 al mundo de hoy. El bloqueo de algunos de los órganos decisivos de la ONU, como el Consejo de Seguridad, se inició desde que surgió la guerra fría, o sea, pocos años después de su creación. Es evidente que ese bloqueo ha determinado que la ONU concentrase en gran parte su actividad -aparte de ser teatro de polémicas- en problemas y conflictos que no enfrentan directamente a las dos superpotencias. La composición actual de la ONU refleja, sobre todo, el proceso de descolonización, y por eso el Tercer Mundo tiene una presencia impresionante, sobre todo en la Asamblea General, en la que todos los países tienen un voto igual. En la actual política de EE UU predomina la tendencia a abordar los conflictos con países del Tercer Mundo (Granada, Nicaragua, Libia) dejando de lado los principios fundamentales de las Naciones Unidas. Y no cabe duda de que la existencia misma de la ONU, aunque carezca de operatividad, es un obstáculo para tal política. El deseo de marginar a la ONU está motivado, sobre todo, por su universalidad, por esa igualdad de derechos entre todos sus miembros, que choca, al menos formalmente, con las realidades del poder militar y económico.

¿Mejoraría la situación internacional si lograse imponerse la tendencia a reducir el papel de la ONU?

Todo indica que sería lo contrario. Reconociendo sus graves defectos -y dejando de lado un aspecto tan importante como el de sus órganos especializados, que contribuyen a internacionalizar una serie de esferas de la vida social, la ONU encarna, sobre todo, unos principios de las relaciones internacionales que nadie se atreve a repudiar claramente. Los mismos que violan la Carta de la ONU intentan a la vez invocarla. Ésta representa un punto de referencia, un barómetro de conductas, y la existencia de la ONU ejerce una presión moral y política sobre los Gobiernos cuyos efectos se hacen sentir muchas veces a largo plazo. Ofrece a la vez unas posibilidades únicas de negociación y mediación que en ciertos casos han sido decisivas. La política de la democracia española ha sido de apoyo resuelto a las Naciones Unidas. Cabe esperar, pues, que la visita del secretario general sirva para dar nuevo vigor a tal política.

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