Emily Dickinson, el ángel de la guarda de las letras norteamericanas
Hoy se cumple un siglo de la muerte de Emily Dickinson. Fue el ángel de la guarda de las, letras norteamericanas y está en el centro de la línea que va desde Anne Bradstreet hasta Silvia Plath, a la mitad del camino entre el puritanismo y el suicidio. Pero amaba la vida y aquéllos eran tiempos heroicos, con el estruendo de la guerra civil al fondo y el fragor de los balleneros o las emboscadas de los indios. Eran los días de Moby Dick y El último Mohicano. La época dorada de Hojas de hierba, y en el centro de aquel vendaval creativo, una chica se encierra en su casa de Amherst, en Massachusetts, no lejos de Boston, y se pone a escribir, se dedica a hacer literatura y cuenta a un papel lo que le pasa. Hace unos textos intelectuales, pese a su apariencia de sencillez, Henos de unos jadeantes guiones que dan una sensación de cadencias temblorosas. Crea una escritura difícil y exigente donde se narran las pequeñas tragedias de la vida cotidiana, sin títulos, sin pretensiones editoriales. Se repiten las preguntas obsesivas, se vuelve a la autocensura y a la compasión, en un indefinible paisaje de pérdida y soledad, en un marco de naturaleza insinuante. Los árboles; no nos impiden ver el texto, y escondida, como un pájaro herido, realiza una ceremonia de, intimación con el arte parecida a, la que hicieron las Brontë o Virginia Woolf.Escribe 1.775 poemas, aunque sólo publique siete durante su vida. Se enfrenta con sus pensamientos -"Tú eres el sol, la flor somos nosotros"-, entra en una ceremonia de definiciones y crea su propia metafísica ingenua. Una chica que sufre y cuenta lo que le pasa -"Mi historia tiene una enseñanza / tengo un amigo ausente". "Por qué no me dejas entrar en el cielo?". "Amor, eres alto y yo no puedo alcanzarte"-. Una joven busca en la escritura su salvación, y estas líneas, que se repiten en pequeños poemas, son como su diario, un monólogo con su intimidad y una sublimación mística. En el fondo hay un amargo desencanto, una infinita búsqueda de comprensión y compañía. Le falta sentirse amada,- y además el ambiente familiar la oprime. Su padre, un prestigioso abogado de Amherst, la trata con distancia. Ella misma pasa por Mount Holyoke para acabar pronto escondida en la madriguera de sus pensamientos. Conoce algunos hombres, lo mismo fueran tutores, como clérigos o profesores, y pronto entran en sus poemas, dándoles la respuesta críptica inmediata, como amores o decepciones. Una reclusa que se pregunta por Dios, el amor o la muerte, y que esboza una sacra conversatione consigo misma, que llevará hasta Rilke y que unirá a Holderlin con Wallace Stevens.Apenas salió de Amherst como no fuera para ir en una ocasión a Boston, y en otra a Filadelfia y Washington. No quería la menor complicidad con el mundanal ruido y vivía protegida por las consignas de Emerson, una búsqueda ardiente de la plenitud interior, de la self-reliance y de la exploración de sus sentimientos. Escribía sin descanso y envió sus poemas al reverendo Higginson, quien apreció cómo en aquellas páginas había auténtica creación y ecos directos de John Donne. Vestida de blanco, la imaginamos al atardecer leyendo sus autores favoritos. La espléndida King James version de la Biblia, que le proporciona el punto de partida; Shakespeare que le encanta, aunque apenas lo refleje en sus poemas, y después Keats, Tennyson, los Browning y las Brontë. Esas lecturas dejan su mella, y el reverendo Higginson le espera el 16 de abril de 1862, pues ella necesita saber si sus poesías están vivas, o muertas. Poco después se inicia una correspondencia entre ambos. Cuatro meses más tarde el preceptor y crítico le pide un retrato y ella se excusa, asegurándole ser "pequeña como un búho" y con unos ojos "como el vino de Jerez que el huésped deja en el fondo de un vaso". Su vida es una renuncia.
Una lírica con problemática religiosa surgida tal vez por una necesidad de escribir, de llevar un diario o de responder las cartas. Hay en su arte un tenaz autoanálisis nacido en la imagen del padre, una búsqueda de amor donde sea posible encontrarlo, hombres o mujeres, y una necesidad acuciamte de compañía. Se habla del amigo ausente o de las veces que mendigó a las puestas de Dios, o de la dulzura del pantano con sus misterios. Éxtasis y angustia se funden en el corazón de una muchacha que busca su propio lenguaje confesional y sabe huir de todo lo que se hacía en la época y crear su etilo personal y así construye su ars amandi con esas confidencias -"Sentí un funeral en mi cerebro", o "tu riqueza me enseñó pobreza". Otras veces tiene la ironía exquisita de la concisión: "Una pradera puede hacerse con un trébol y una abeja/ un trébol, una abeja y ensueño. / El ensueño basta si son pocas las abejas". No es un texto de Robert Frost, pero podía serlo. Su poema número 1775 se abre como un sublime epitafio: "La tierra tiene muchas llaves. / Donde no está la melodía / está la desconocida península. / La belleza es la realidad de la naturaleza".
Una chica vulnerable e indefensa que está abriendo los rumbos de la gran poesía americana. Que parece decir al oído a Harold Bloom cómo la poesía es la angustia de las influencias, un romance familiar, una interpretación errónea de la vida, una perversión disciplinada. Su obra es un sublime malentendido entre creación y lector. Éste es el terror de sus moribundos tigres, de sus suburbios secretos y de las montañas que crecen inadvertidas. Estamos ante la más pura tensión lírica, ante una autora que ama la vida y huye de la erudición, que jamás hubiera hecho los Cantos del siglo XIX, pero sí una versión atenuada para recitar en voz muy baja de sus íntimas Hojas de hierba'. No sabe publicar, se refugia en el acto creativo y desde esa gloriosa actitud de disciplina y silencio conmueve a las letras americanas. Ama la literatura como si fuera su amante secreta, incluso mantiene con ella una relación adúltera. Y hasta sucumbe en esa aventura. Muere soltera, el 15 de mayo de 1886, en Amherst, a los 56 años, pero sus poemas a veces ocultan sus íntimas contradicciones: "El demonio, si fuera fiel, / sería el mejor amigo". Parece como si William Blake visitara de repente su casa rodeada de árboles. Una autora fascinante. Tal vez la mayor escritora norteamericana.
Babelia
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