Por qué Europa no confía en el recurso de la fuerza
En un artículo de fondo de Corriere della Sera se sostenía que el terrorismo ha. tenido como resultado el crear una fractura entre Europa y Estados Unidos. Yo querría profundizar aquí en un aspecto de este , problema, sobre el que, por otro lado, ya he escrito varios artículos en los últimos dos años. Mi impresión es que hace ya tiempo que se está produciendo una divergencia creciente entre los planteamientos políticos estadounidenses y los europeos. Los estadounidenses, tras el período de Kissinger, tienen tendencia a utilizar su poderío militar. Los europeos, que carecen de poderío militar, prefieren las negociaciones diplomáticas y, a falta de éstas, la inercia, la espera. El protagonista de la acción armada contra Libia no ha sido la OTAN, sino la nación norteamericana, la fuerza armada de Estados Unidos. Cuando el, presidente de Estados Unidos anuncio que se llevaría a cabo la acción militar-, lo hizo en la televiisión estadounidense, en el morriento de mayor audiencia, y no habló al mundo ni a los pueblos de Occidente, sino a los ciudadanos norteamericanos. Las televisiones y los diarios europeos han informado con gran énfasis sobre el consenso del pueblo estadounidense, sobre su regocijo, precisamente mientras en Europa aumentaba el temor, la perplejidad y, finalmente, también las críticas.Quizá la acción militar contra Libia, como anteriormente el intento de capturar a los terroristas desviando el avión en que viajaban, constituya la respuesta más eficaz contra el terrorismo. Quizá el giro dado por la Administración de Reagan al restablecer la política de la cañonera y al adoptar el método de la represalia haya resuelto o pueda llegar a resolver un problema que de otra manera parece insoluble. Sea como sea, a mí me basta, sin embargo, poner de relieve que por ahora todo esto no resulta muy claro para los europeos. Por ahora, en su gran mayoría, la opinión pública europea no se siente más protegida ni más segura que ayer. Los europeos temen la guerra, quizá porque han sufrido muchas en sus países y han podido constatar que, a fin de cuentas, no han producido ningún resultado positivo. La I Guerra Mundial dejó a Europa débil y desgarrada por conflictos crueles. La II Guerra Mundial ha hecho que Europa pierda su predominio sobre el mundo.
De todo esto resulta una desconfianza quizá irracional, quizá un poco pusilánime hacia el empleo de la fuerza. Una desconfianza de pueblos viejos, en decadencia, que contrasta brutalmente con el optimismo norteamericano.
Pero esta desconfianza es una realidad y, como sociólogo, he: de considerarla un dato del problema. Posiblemente, los estadounidenses tienen razón cuando afirman que los europeos no quieren luchar, que piensan sobre toclo en los negocios y que buscan continuamente el compromiso. Pero, nos guste o no, los europeos son así, y no van a ser las exhortaciones norteamericanas ni los artículos de unos cuantos diarios los que van a modificar esta actitud tan arraigada.
En opinión de los europeos, la reciente intervención estadounidense en el Mediterráneo marea un giro radical. Los europeos han constatado que los norteamericanos poseen un poderío militar infinitamente superior al suyo. Y que lo utilizan de acuerdo con sus propios intereses y criterios, sin preocuparse demasiado de lo que piensen los demas. Estados Unidos es una nación libre y soberana que no debe dar cuentas a nadie de lo que hace. E interviene en el Mediterráneo como lo haría en el Caribe o en las Filipinas.
Los europeos habían creído ser, para los norteamericanos, algo especial; habían creído gozar de derechos especiales. Muchos, en Europa, habían llegado a pensar que los estadounidenses sentían una especie de respeto reverencial hacia nuestra experiencia y nuestra sabiduría. Este mito se está diluyendo y, junto a él, el mito de que el presidente de Estados Unidos es el presidente de todos los países occidentales y no únicamente el presidente de Estados Unidos.
Está surgiendo un delicado problema de legitimidad. Los europeos están acostumbrados a considerar legítimo un poder que sea expresión de la voluntad popular, del voto. Pero no son los europeos quienes eligen al presidente de Estados Unidos o a los
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miembros del Congreso. Sin embargo, son éstos quienes toman las decisiones cruciales para nuestra vida y nuestro futuro. Por primera vez en su historia, los europeos se sienten gobernados por una potencia. extranjera y extraña a su propio sistema político. Una potencia amiga, pero, aun así, extranjera. Y comprenden que su situación no es muy diferente de la de Centroamérica o de Suramérica.
Pienso que muchas de las críticas de Europa contra la actividad de Estados Unidos no derivan de motivaciones lógicas o racionales, sino más bien, en el fondo, del desasosiego emotivo causado por su papel subalterno e impotente. Por hallarse en una situación de dependencia que, tradicionalmente, nosotros, europeos, hemos considerado propia de protectorados y colonias.
Es cierto que los europeos no tenían nada que proponer como alternativa a lo que han hecho los norteamericanos. Pero la capacidad de iniciativa estadounidense y su seguridad, su fanfarronería, va a conducirlos, en un futuro próximo, a mostrarse todavía más pasivos y, al mismo tiempo, más recalcitrantes. Los norteamericanos son ya la potencia, son ya quienes deciden, los amos, y así, por parte de los europeos, irá aumentando el temor a tomar postura. Dejarán hacer y luego protestarán.
Dejarán que los norteamericanos tomen la iniciativa, combatan, bombardeen, pero ofreciendo un apoyo cada vez menor, mostrándose cada vez menos solidarios, tratando de verse involucrados lo menos posible. Dispuestos, eso sí, a criticar y a alegrarse en cuanto los estadounidenses cometan un error. Porque el poderoso, quien consigue imponerse a los demás, tiene además la responsabilidad de no equivocarse nunca. Los débiles acumulan su resentimiento y lo manifiestan sólo cuando el fuerte se debilita. Los débiles permanecen callados y se rebelan tan sólo cuando el poderoso vacila. Si es éste el resultado que buscaban los terroristas, están dando en el blanco.
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