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Nuestra civilización

Este año de confrontaciones políticas en el terreno electoral puede dar lugar a inquietantes situaciones. Con un enfoque sombrío cabe pensar con preocupación en una agudización de las tendencias a la prepotencia de los vencedores, el rencor de los vencidos y, en suma, una crispación excesiva que poctría enverienar el clima de tolerancia y convivencia indispensable para la democracia política y el progreso económico. Todo esto corresponde, sin embargo, a, la tela de araña de las profecías, y conviene no hacer especulaciones al respecto hasta que se ponga fin. a los enfrentarnientos y se serenen las aguas. Por lo pronto, hay una serie de factores positivos reales, entre los cuales destaca el hecho muy importante: de que la sociedad española se tia entregado apasionadamente a definir su posición ante el mundo exterior. Hacía mucho tiempo, en efecto, que España no mostraba una sensibilidad tan intensa en cuanto a un tema concreto de política internacional, que llevaba consigo la toma de posiciones en cuestiones vitales como son la pertenencia a bloques, la paz y la defensa.Así, de cara al mundo, no vueltos de espaldas a él, hora es de comprender cuál es la civilización a que pertenecemos, entendiendo por civilización el conjunto de opciones morales, políticas, culturales y de sistema socioeconómico que rigen en un contorno tecnológico determinado. Decir simplemente, como es habitual, que formamos parte de Occidente, ¿no constituye un anacronismo, un concepto superado?

Hace aproximadamente 20 años trabajaba en el Comité de Política Científica de la OCDE, en París, con un puñado de científicos y diplomáticos. Nuestra tarea principal consistía en intentar proponer una escala de prioridades para el desarrollo e investigación de las ciencias de la naturaleza y de las ciencias sociales. Las dificultades más graves eran las diferencias de nivel económico entre los países y sus discrepancias en concepciones de vida. Este último tema quedó relegado cuando llegamos a una especie de hallazgo intelectual fascinante: pese a la variedad de regímenes políticos, todas las naciones que estudiábamos, tanto de la OCDE como externas a la organización, compartían la misma civilización.

Recogí el criterio de aquel pequeño grupo de hombres en un ensayo donde afirmaba que desde 1945 la civilización occidental había entrado en un proceso donde se aniquilaba a sí misma y aniquilaba a las restantes civilizaciones, transformándose en la primera civilización planetaría que conoce el hombre.

Amold Toyribee afirmaba en Un estudio de la historia, antes de la II Guerra Mundial, que entonces coexistían cinco civilizaciones. Según el nuevo punto de vista en que coincidían los delegados en el citado comité, las cinco civilizaciones empezaban a disolverse en una sola, la única de dimensión mundial que hasta ahora ha aparecido.

Han pasado muchos años desde que formularnos aquella tesis. Durante ese tiempo mi experiencia personal no ha hecho más que confirmarla. He ocupado puestos diplomáticos en sitios tan dispares como Hong Kong y La Habana, he viajado por numerosos paises tan diferentes como son Francia y Malaisia, México y Egipto, Estados Unidos y Hungría. En estancias cortas o de larga duración, he reafirmado la idea de que la humanidad entera comienza a vivir con el mismo, latido. No hay, por

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ejemplo, grandes dificultades entre las reivindicaciones y deseos de la juventud de Hong Kong y de Estados Unidos, aun cuando esto parezca demencial a quien no lo conoce directamente. Del mismo modo que los jóvenes malayos, búlgaros, checos, argentinos, cubanos, egipcios, procuran llevar pantalones vaqueros y bailan al ritmo de canciones que triunfan en todos los continentes, diría que sus sueños y ambiciones van por senderos parecidos, aunque se interpongan los sistemas políticos y el abismo económico que a unos y otros separa. En otras palabras, lo que varía es el entorno tecnológico y la renta por habitante, que oscila desde la miseria absoluta hasta la opulencia, pero las opciones que se tienen como metas ideales igualan ya a los hombres, aunque avancen con lentitud. No olvidemos, por lo demás, que toda nueva civilización tarda en configurarse y afianzarse varias generaciones, si no varios siglos. Un fenómeno tan complejo como es el encuentro entre Oriente y Occidente, la homogeneidad cultural y la fijación de una escala de valores capaz de sustituir a las que han ido desplomándose durante los últimos decenios no puede fructificar en unos años ni en unos pocos decenios.

En consecuencia, sabiendo que hemos presenciado el fin de las civilizaciones anteriores a 1.945 y que ahora asistimos a la fementación y aparición paulatina de una nueva civilización que se extenderá por todas las latitudes, hemos de conformamos por el momento con tratar de adivinar cuáles serán las características últimas de ese inmenso cambio histórico.

En tal empresa de adivinación y tanteo del futuro solamente parece claro un hecho, mientras que se vislumbran tres opciones como valores prioritarios de ese porvenir al que nos dirigimos. El factor que nos lleva a la civilización única es la creciente interdependencia entre los continentes, los países, los sistemas, los intereses. Las tres opciones pueden ser la libertad, el progreso y el trabajo.

Cada vez más, no ya por la rapidez de los medios de comunicación, sino principalmente por el tejido común que va formándose, no cabe la indiferencia hacia lo que sucede en el exterior. Al igual que la baja en los precios del petróleo repercute en la economía de los países industrializados, la expansión del fundamentalismo iraní es un elemento de desestabilización potencial del mundo árabe y el florecimiento tecnológico de California, Corea, Hong Kong y Singapur contribuye a un posible desplazamiento al Pacífico del eje de la política mundial, un largo etcétera muestra hasta qué punto lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia puede influir de modo sustancial en nuestra forma y nivel de vida.

En lo que concierne a España, es indudable que la interdependencia se gradúa de manera que en un primer plano somos interdependientes con Europa Occidental y América del Norte, en un segundo plano con América Latina y países árabes, en un tercero con los Estados socialistas, y en un último plano con el Tercer Mundo. No obstante, esta raduación no es inmutable y las circunstancias pueden dar grandes sorpresas a medio o largo plazo.

El problema de las opciones de la nueva civilización es mucho más discutible y está directamente conectado con tres temas: la escala de valores morales, la estructuración de las relaciones interhumanas y la función del Estado.

El dato fundamental es que nuestra civilización no puede ser otra que la de dimensión planetaria. Esto implica un refozamiento de la sensibilidad del pueblo hacia el exterior. Otros países nos llevan una gran delantera en esta toma de conciencia, y ello les permite desarrollar un papel activo mucho más importante en la historia. Ser país de punta es ante todo participar en el mundo, no conformarse con un ciego aislacionismo propio del pasado.

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