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LA LIDIA / FERIA DE SAN ISIDRO

Permiso para banderillear

La mayor parte de los matadores banderilleros tienen una especial predilección por el ringorrango y el contoneo antes de iniciar el segundo tercio, que es el que protagonizan.

Primero los matadores banderilleros piden permiso al presidente: "Con su permiso". Luego, se dirigen al público. Finalmente, se marcan un garboso giro de ballet sobre los dedos de los pies, mostrando al orbe los garapullos. A la hora de la verdad, en cambio, lo más probable es que banderilleen a cabeza pasada, o prendan un palo, o si los dos, lo hagan por los bajos.

Deberían saber -y, de paso, buena parte del público-, que los matadores no necesitan permiso para banderillear. Les basta con coger los palos, irse al toro y ¡plas!, fundirle con un par en lo alto.

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Madrid era una fiesta

A principio de la década de los años 70 la mayoría de los matadores-banderilleros hacían la suerte con una monotonía y una vulgaridad apabullantes, y pretendían disimularlo mediante los permisos, los ringorrangos y los contoneos. Y resultó que crearon escuela; en eso.

Al presidente ni siquiera hay que pedirle permiso para torear de muleta al primer toro. El reglamento taurino recoge el rito tradicional iniciado por los padres de la tauromaquia, que consistía en brindar: Brindo por usía. ¿Suena?. Lo recoge con carácter de mandato: los espadas brindarán su primer toro al presidente. No menciona permisos.

Tampoco tienen los matadores la obligación de muletear desmonterados. Se sabe en Madrid, y se sabe también en otras plazas, donde Esplá, Palomar y alguno más frecuentemente muletean cubiertos.

Pero no se sabe mucho en Jerez, donde se la armaron a Rafael de Paula en la corrida-concurso del viernes por hacer la faena cubierto. Hasta tuvo que pedir perdón.

En cambio a los matadores que se quitan la montera y se meten en el callejón a charlar y fumarse un pitillo mientras torean sus compañeros -cuando es sabido que su obligación es permanecer atentos a lo que ocurre en el ruedo y estar siempre prestos al quite- nadie les dice nada. Ni siquiera el presidente.

Aunque en esta autoridad se comprende: en el palco, le gusta hacer el Don Tancredo.

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