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El espíritu de cuerpo

La expresión es de una extraordinaria ambigüedad: no se trata del espíritu del cuerpo, esencia vaga e intangible buscada afanosamente por teólogos, filósofos y poetas, parte inconsútil. de nuestro ser que algunos confunden con la psiquis y otros con la afectividad, ni se trata tampoco del cuerpo del espíritu, fantasmagóricas apariciones de cuerpos que ya han dejado de serlo y, sin embargo, insisten en presentarse bajo la forma de manchas en la pared, rostros de la humedad o cualquier fenómeno más o menos parapsicológico. El espíritu del cuerpo es el corporativismo, enfermedad crónica de empleados, funcionarios, profesionales y servidores de la nación, que se manifiesta, de manera eruptiva, cada vez que una Parte del todo -o sea, un miembro con cuerpo del intangible espíritu de la función- recibe una crítica, con independencia de su justicia.Los orígenes de la enfermedad son desconocidos, aunque algunos eruditos señalan que se manifiesta no bien un individuo, dotado de cuerpo -es decir, un par de ojos, frente, nariz, boca, dientes, órganos genitales, aparato urinario, anginas y alergias-, pasa a integrar la plantilla (si es fijo, mejor; si es, temporal, todavía posee algunos anticuerpos) de una institución, servicio, colegiatura u órgano administrativo de carácter público o privado. Arropado por la antigüedad del organismo que integra, empapado de su historial lleno de laureles, embriagado por el sentimiento de pertenecer a un cuerpo (etéreo) que existió antes que él, existe con independencia de él y existirá cuando él ya no exista, el miembro de ese cuerpo deja de ser uir hombre solitario que pasea su extrañeza, su debilidad, su miseria, como diría Vallejo, por las calles abigarradas de una ciudad que le ignora, para convertirse en un representante del cuerpo. Es alguien que tiene dos cuerpos: uno, material, susceptible de accidentes, enfermedades y decrepitud, y otro, de carácter simbólico, arquetipo de todas las virtudes. Algo dé la historia de ese cuerpo colectivo (policía, Ejército, derecho, medicina, Administración pública, etcétera) penetra, por ósmogis, en su torrente sanguíneo; la comunión se ha realizado: él, su cuerpo y el cuerpo son parientes cercanos.

El efecto psicológico de integrar el espíritu de cuerpo de cualquier servicio o institución no es muy diferente al de aquel joven que en solitario es incapaz de decir un piropo a una muchacha, pero en grupo actúa como el Violador de Boston.

El espíritu de cuerpo enfervoriza, entusiasma, calma la soledad y disminuye la angustia. Como el Valium. A pesar de su carácter intangible, el espíritu de cuerpo tiene algunos rasgos propios, una psicología, digamos. Así, por ejemplo, el espíritu de cuerpo de cualquier institución, pública o privada (policía, Ejército, medicina, psicólogos, administración de Correos, etcétera) posee un yo hipertrofiado, y, por eso mismo, frágil, susceptible. Cuanto más grande es el ego, con más facilidad (y a veces sin la menor intención) se le hiere. Es tan grande como inseguro: no puede encajar las críticas, la menor sospecha de merecerlas le crea una inseguridad insoportable.

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Uno de los principios básicos (e inconfesables) del espíritu de cuerpo, es que cualquier crítica, por el mero hecho de haber sido expresada, es injusta. El espíritu de cuerpo es, por antonomasia, inocente. El otro gran principio dice: quien critica a uno de los miembros, criticá al cuerpo en general. De ahí la reacción autodefensiva no del miembro afectado, sino del cuerpo en su totalidad. Como si al pinchar un nervio todo el sistema neurovegetativo respondiera. El espíritu de cuerpo se confunde concupiscentemente con cada uno de sus miembros: es un todo visceral.

La mayoría de las veces, las ofensas de este espíritu de cuerpo son imaginarias; el espíritu de cuerpo suele ser paranoico. Pero si son justas, no importa, no se trata de eso.

No todas las profesiones y oficios tienen la misma densidad de espíritu de cuerpo. En general, cuanto más numeroso es el organismo, la gloriosa institución que alberga a los funcionarios, el espíritu de cuerpo, es más sólido, más compacto. Cuanto más armado, más sensible a las críticas: policía, Ejército. El espíritu de cuerpo de la medicina suele ser muy vigoroso también. Salvo casos indiscutibles, como amputar la pierna equivocada o cortar un segmento de cuerda vocal al quitar un nódulo, la medicina se ejerce casi en secretcÍ y en absoluta complicidad profesional, que deja de lado al paciente (un ignorante) y al resto de la familia, o sea, de la sociedad. Para qqe el espíritu de cuerpo tenga ese carácter de logia es necesario también una jerga incomprensible para los demás. Un trámite en curso es una expresión tan inefable, misteriosa y enigmática como un cuadro hemostático con alteraciones pericardiales, y ante la jerga críptica, pronunciada sin un rictus y con afásia emocional, no hay crítica que prospere.

El espíritu de cuerpo disminuye hasta casi desaparecer en las profesiones más individualistas, más solitarias. Así, por ejemplo, si un escritor publica un libro lo somete voluntariamente a la crítica. Igual que un pintor, uncantante o una actriz. Y si la recepción del trabajo no es buena, si el producto es destrozado por la crítica, el espíritu no reacciona: nadie se solidariza con el poeta menospreciado ni con la actriz caricaturizada. Es más, uno tiene la sospecha de que el resto del cuerpo experimenta una cierta satisfacción. Tal como nos temíamos, los artistas, o no tienen cuerpo, o no tienen espíritu.

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