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El 'traspaso' de una prostituta cuesta en España entre 200.000 y 500.000 pesetas

Una prostituta callejera suele valer en España entre 200.000 y 500.000 pesetas. Al menos, ése es el precio habitual de traspaso que paga un proxeneta a otro para poder hacerse cargo de la explotación económica de la chica. Sin más herramientas auxiliares, en ocasiones, que la pensión y la pastilla anticonceptiva, la prostitución de calle, burdel o barra se rige por unos cánones muy diferentes al comercio carnal de élite. La utilización todavía de métodos anticonceptivos rudimentarios -la esponja, el zeta-zeta y el cucal- explica que una prostituta haya confesado haberse practicado ella misma 13 abortos. Estos datos proceden de una investigación sociológica realizada en 11 comunidades españolas sobre medio millar de profesionales desde julio de 1985 hasta abril de 1986.

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Esta primera investigación de alcance nacional sobre una realidad sórdida, enmascarada en ocasiones por la literatura o la piedad, el estudio ha sido realizado por tres sociólogas de la Fundación Solidaridad Democrática, dentro de su programa de atención a la marginación de la mujer. Uno de los objetivos perseguidos por las sociólogas María Espinosa, Ana Santamaría y Baltasara Martínez Toledano al iniciar su trabajo, financiado por la Administración, era cuantificar el colectivo. El objetivo se ha revelado imposible. "La policía no lo sabe, y la prostitución encubierta dificulta la obtención de cifras. En Madrid; por ejemplo, hay aproximadamente unas 2.000 profesionales callejeras", indica María Espinosa.Aunque ser buena profesional es una de sus principales fuentes de orgullo, asumen la moral tradicional cuando hablan de sí mismas. "Su discurso es justificativo; consideran que su trabajo es socialmente útil y que su papel es tener cubierta y encauzada la sexualidad masculina. Pero su sueño íntimo es dar con un hombre que las retire".

Esa ruptura entre la mentalidad y la práctica les hace más vulnerables frente al rechazo social, pero se desquitan con su desprecio a la mujer casada que no sabe retener al hombre en la cama. Por lo mismo, creen que gracias a ellas "se mantienen unidas muchas parejas" y que, en cierto modo, contribuyen a conservar el orden y las estructuras vigentes. "Si no fuéramos nosotras, serían otras", suelen repetir. "Somos el desahogo del hombre casado", siguen diciendo aún, convencidas, al parecer, de que contribuyen a que no suba la tasa, de divorcios.

Al servicio del hombre parece ser la lección aprendida de la prostituta profesional. Su pundonor, en ocasiones, les hace denunciar a las drogadictas que no se enteran, que no cumplen bien su papel frente al cliente. Pero si pudieran lo dejarían. "A menudo entran en ese mundo por poco tiempo, para ganar dinero rápidamente. Pero se adaptan pasivamente a la situación y difícilmente salen de ahí. Es un círculo vicioso; se quejan de la vida que llevan, pero a la vez saben que no tienen otro modo de ganar el mismo dinero. Y siguen".

La frontera de los 40

La vida de una prostituta se acaba una vez pasados los cuarenta. A partir de ahí, no suele haber más camino que la mendicidad si no se dispone de ahorros. Algo frecuente en un colectivo que suele tener la economía al día y que trabaja bajo el ojo vigilante del proxeneta.

El 85% de las mujeres encuestadas sólo ha realizado estudios primarios, el 29% sólo sabe leer y escribir y el 11 % son analfabetas sin matices. Las razones por las que se han visto abocadas a este añejo oficio no son las mismas que las de Catherine Deneuve en Belle de jour, sino la pura precariedad económica.

Las mismas carencias se hacen patentes en su situación sanitaria. "Pese a ser una población de alto riesgo, el 59% carece de cobertura sanitaria". La Seguridad Social ampara a un pequeño, porcentaje de ellas, aunque no como titulares, sino como beneficiarias. La cartilla de beneficencia o la medicina privada son los cauces por los que estas mujeres acceden a la atención sanitaria.

"No es lógico que se les someta obligatoriamente a controles periódicos, lo que supondría que se quiere garantizar la salud del cliente y no la suya, pero es necesario que la ley de Sanidad les ofrezca cobertura sanitaria que preserve su asistencia".

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