Thatcher, en casa
Thatcherismo es un término que pasará a la historia de las relaciones internacionales como sinónimo de dureza, de fuerza y de rigor. También como el símbolo de una época política caracterizada por la agresividad de los líderes de la derecha, la firmeza de sus convicciones y la disposición a ser coherentes en la práctica con ellas. Por eso sorprende que quien ha dado su nombre a esta corriente de pragmatismo resolutivo en la gobernación de los países sea precisamente una mujer de una finura en, el trato personal nada acomodable a la imagen de parlamentaria feroz que ella misma se ha ganado.Cuentan que cuando Thatcher, como jefa de la oposición conservadora, visitó Madrid y habló con. el presidente Suárez, a ella le disgustó cabalmente la capacidad que éste tenía para hablar de cosas sobre las que obviamente desconocía; a sensu contrario, su entrevista en Londres con Felipe González la dejó la imagen de alguien que preguntaba todo lo que ignoraba y no tenía el empeño de aparentar una cultura universal. Sean verdad o no estas anécdotas, no me cabe la menor duda de que Margaret Thatcher debe su principal atractivo político a la sinceridad de sus pronunciamientos y a la claridad de los mismos, actitud que a veces hace sudar de indignación o de espanto a personajes vecinos a sus posiciones ideológicas, como el canciller Kohl, mientras que la acercan en el trato humano a supuestos adversarios declarados, como Mitterrand. La gente desconoce con frecuencia la importancia del comportamiento personal de los líderes de este mundo en sus acuerdos y desacuerdos políticos. Junto a las maquinarias de los partidos, los intereses de los grupos de presión y las opciones ideológicas, este caerse bien o mal entre los propios gobernantes desempeña un papel, si no decisivo, desde luego considerable en las decisiones que toman de forma conjunta. Y no habrá analista en este mundo que sea capaz de negar la fascinación que la figura de Margaret Thatcher produce en el arco iris de las relaciones internacionales y en la constelación polémicade las fuefzas políticas de su país.
Primera ministra y líder de un partido que no se distingue precisamente por su feminismo, en un país en el que todavía hay quien lucha por mantener la llamada grada de los clubes sólo para hombres, éstos se esfuerzan con frecuencia en asimilar su imagen y sus concepciones al mundo masculino, para lo que cuentan, entre otras cosas, con la complicidad manifiesta de las feministas de la progresía. Sólo así pueden conciliar, a la vez, la figura y el significado de Thatcher con las convicciones extendidas, en el Partido Conservador de que todavía hay valores a respetar que algo tienen que ver con el sexo de las personas, y con las dirigentes del movimiento feminista, que apuestan por un resultado bastante diferente al de Thatcher cuando a la condición femenina se le restituya el poder que históricamente le ha arrebatado el hombre. Pero la realidad es qué esta mujer de sesenta años, capaz de dirigir -y de ganar- una guerra cruel como la de las Malvinas y que presume de haber lanzado a su país a un programa de reconstrucción nacional y de recuperación económica, no se parece en nada a una Isabel de Castilla, demoledora en su genio, sino que guarda las proporciones y el aspecto de cualquier ama de casa de la clase media británica y hace gala de una educación y simpatía no exentas de dulzura. Hay que añadir que las fotografías y la televisión no hacen justicia a su sutil atractivo fisico y que la comodidad de trato que ella misma genera se compadece mal con las historias -indudablemente fundadas- del sacrosanto temor que inspira a sus ministros y subordinados. Pero por lo que yo he visto y oído, Thatcher sigue siendo más temible por lo que piensa que por cómo lo expresa, y en todo caso hay que reconocer la linealidad de su acción política con su reflexión. Estoy seguro, por ello, de que en un país como el nuestro, donde los políticos acostumbran a camuflar sus sentimientos y a simular sus propósitos, un liderazgo de las características del de ella -independientemente del signo ideológico que tuviera- causaría estragos.
Discutida en su propio partido, temida hasta el odio por los líderes del Tercer Mundo, ridiculizada en las tertulias machistas y criticada en las del ferilinismo, Margaret Thatcher lleva siete años al frente de su país. No es fruto de la casualidad: sus dotes profesionales y su capacidad de convicción están fuera de duda. Hoy es una incógnita si podrá presentarse con éxito a un tercer mandato en las próximas elecciones, en las que todos los sondeos vaticinan un triunfo laborista, pero algunos se preguntan ya si el thatcherismo no amenaza con convertirse, además de en un estilo político, en toda una era.
Con motivo de la visita que los Reyes realizarán la semana entrante al Reino Unido, la primera ministra británica me concedió esta entrevista el pasado jueves, día 17, en su despacho oficial del 10 del Downing Street. Ese mediodía habían sido hallados los cuerpos de tres rehenes asesinados en Beirut y un camarógrafo de la televisión británica fue secuestrado también en Líbano. El aeropuerto de Heathrow estuvo además inactivo durante cuatro horas tras haber descubierto una bomba en el equipaje de una pasajera de las líneas israelíes El Al. En medio de semejantes acontecimientos, era la primera vez que Thatcher hacía de claraciones para los medios de comunicación españoles en su calidad de primera mandatariade su país. Exigió un cuestionario previo, del que fueron descartadas por su gabinete nueve preguntas entre 28. La mayoría de ellas eran cuestiones relacionadas con la política interior británica, pero dos versaban sobre Gibraltar, y en ellas la interrogaba sobre el almacenamiento -o no- en la Roca de armamento nuclear y el volumen de información que el Gobierno de Londres da al de Madrid sobre dichos arsenales. La entrevista se hizo, pues, con arreglo a ese cuestionario, que fue respondido verbalmente por la primera ministra. No obstante, ésta aceptó contestar a preguntas, no fórmuladas por escrito, sobre la situación en Libia y la actualidad política relacionada con la misma. Cuando terminó el diálogo, que duró 30 minutos, Margaret Thatcher se expresó así sobre la visita a su país de don Juan Carlos y doña Sofía, que comienza el martes: "Estamos encantados con que venga el Rey. Es la primera visita de Estado de España desde hace 80 años, y estamos seguros de que va a ser un éxito". Como Carlos Mendo, corresponsal de EL PAÍS en Londres, y presente en la entrevista, la interrumpiera para recor darle el viaje que hizo Alfonso XIII en busca de la que luego sería su mujer, la. primera ministra añadió: "Alfonso, sí... Nuestra monarquía es muy antigua, como usted sabe, y estoy segura de que todo irá perfectamente".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.