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Tomelloso crea un museo con un centenar de obras del pintor realista Antonio López Torres

El pintor Antonio López Torres (Tomelloso, 1902), considerado como uno de los mayores exponentes del realismo contemporáneo, cuenta desde ayer con un museo dedicado a su obra en su pueblo natal. Maestro de pintores, entre los que se encuentra su sobrino Antonio López García, López Torres, ahora enfermo y casi inmovilizado, está ilusionado con poder ver reunidos unos cuadros que él cuida como hijos. El museo, en la Casa de Cultura del pueblo, ha sido financiado por el Ayuntamiento con 75 millones de pesetas, y sus fondos, un centenar de pinturas y dibujos, cedidos por el pintor y sus familiares.

El día previo a la inauguración oficial del museo, Antonio López García, junto a su mujer, la pintora María Moreno, y el concejal de Cultura, Emiliano Negrillo, repasan una y otra vez el centenar de pinturas y dibujos colgados en dos plantas del edificio, que ha diseñado el arquitecto Fernando Higueras. López García y su mujer, recién llegados de Nueva York, llevan toda la semana trabajando y organizando el museo de su tío y maestro, abierto ayer con un discurso del nuevo académico Francisco Nieva, y que convocó a un millar de personas en esa localidad de Ciudad Real.Antonio López Torres, que vive con dos hermanas solteras en un piso situado a unos quince metros escasos del museo, en una calle que lleva su nombre, sigue a través del sobrino la marcha del museo. López Torres, inmovilizado desde que hace un año sufriera un ataque de hemiplejia, espera poder estar en la inauguración de su museo, aunque se le ve claramente fastidiado porque tendrá que ir en la silla de ruedas.

Sentado en su habitación, junto a su sobrino. Antonio, López Torres hace esfuerzos por hablar de su vida de pintor y maestro. Es un manchego de aspecto frágil, delgado y de baja estatura, pero con una belleza y una fuerza impresionantes en el rostro. La edad y la enfermedad no le han hecho olvidarse de que alguien le peine el pelo blanco y le recorte adecuadamente la barba que se dejó cuando empezaron a aparecer las primeras arrugas en su cara.

Hijo de una familia acomodada de labriegos, cuyo padre se resistió mucho al principio hasta permitirle ser pintor, su mayor preocupación es que el museo exhiba demasiada obra, que los cuadros puedan dar la impresión de estar amontonados y no puedan ser bien apreciados individualmente. Su sobrino le tranquiliza diciéndole que no, que todo está perfectamente colocado. Él quiere que cada,uno de sus trabajos pueda ser visto con el mismo amor con el que él los ha conservado a lo largo de su vida; que los visitantes puedan aprqciar una por una desde las cuevas de tinajas que él pintara antes de salir por vez primera de Tomelloso hasta los paisajes del pueblo o el retrato de su abuela Juana.

Esta preocupación está ligada al purismo creativo de este pintor, que nunca ha trabajado para ninguna galería de arte y que considera que vender cuadros es un peligro para la autenticidad de la pintura. Él ha preferido vivir del dinero que ganaba como profesor de dibujo -primero en los institutos de la comarca y después en Madrid- que depender de la venta de sus cuadros.

Tal vez por la misma razón tampoco se le ha pasado nunca por la imaginación el adquirir obra de otros pintores. "Lo importante", dice ahora, "es que el pintor esté bien informado y tenga su propia personalidad". Sobre su personalidad pictórica, López Torres se resiste a definirse, aunque se iluminan sus diminutos ojos grises cuando dice: "Salvando las distancias, estoy más cerca de Velázquez que de los otros. No debe hablarse de parecidos, porque cada cual siente y ve las cosas de manera diferente. Al mediocre o al bien dotado se les nota rápido lo que son".

Recuerda que en su generación "había muchos amanerados muchos que querían hacer cosas graciositas. Allá ellos, por que lo que debe hacer el pintor es siempre mantener su personalidad".

Críticos y alumnos de López Torres le recuerdan como un hombre -un maestro- tremendamente rígido, y se suele citar como ejemplo sevelador su negativa a, entrar en el mercado del arte. Puede que esa misma rigidez fuera la que le llevara a dejar de hablar a su sobrino Antonio durante una larga temporada. "Porque es muy absorbente", dice este último; "y cuando mi pintura derivó hacia influencias más modernas me dijo que me había echado a perder".

Con sus 84 años y su sueño de tener un museo en su pueblo cumplido, López Torres parece desesperarse porsu actual inmovilidad. Como estuvo haciendo hasta el pasado año, quisiera volver a coger la bicicleta y, con el caballete y los lienzos colgados en la espalda, volver a pararse en medio del campo para pintar durante horas el paisaje y las gentes de su tierra. Y, antes que cualquier otra cosa, López Torres quisiera terminar de arreglar el cuadro de Los borricos, propiedad del Ayuntamiento de Ciudad Real, que se encuentra en malas condiciones y que: es uno de sus preferidos.

Hijos favoritos

Al hablar de esta última obra, López Torres dice primero que todos sus cuadros son sus favoritos, "porque son como mis hijos y no puedo hacer distinciones", aunque instantes después su sobrino le hace reconocer que el retrato de su abuela. Juana siempre le ha merecido una atención especial, hasta el punto de que no ha dejado que, estuviera fuera del alcance de su vista. Sólo se ha separado de él ahora, para que ocupara un lugar especial en el museo, y se résistió hasta el último momento, hasta que consintió en que lo sacaran de su habitación. "Yo siempre he querido tener libertad para pintar y poder guardar mis cuadros sin tener que vender. Si soy yo el que los guardo, es lógico que los quiera estar viendo".

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