_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pez

Con singular vesania se cebaron los hados sobre esta calle inerme, hasta hace unos años próspera gran vía de un barrio hospitalario que acogía a los estudiantes de la universidad de San Bernardo.Cuando los pretorianos de turno decidieron trasladar a los revoltosos estudiantes extramuros de la urbe, creyeron haber firmado la sentencia de muerte de la zona. Pero la calle del Pez resucitó y sus comerciantes, unidos ante la adversidad, ofrecieron a su mermada clientela bonos y rebajas, iluminaciones navideñas y una campaña radiofónica con el eslogan, en forma de SOS: Quien compra en la calle del Pez, bien sabe lo que se pesca.

Los especuladores inmobiliarios tuvieron que esperar; poco a poco fueron cerrando las pensiones, las casas de comidas y las librerías. Mientras, se iban abriendo en el asfalto inexplicables zanjas, socavones impertérritos que entorpecían el tráfico y ensuciaban los escaparates. Caían de las alturas fragmentos de cornisa, e incluso edificios enteros se desplomaban en silencio.

Sobreviven, La Pelota de Goma, uno de los primeros bazares madrileños dedicados a juguetes y objetos de este material, y una antigua droguería que exhibe sus orgullosos, reclamos La Cervantina, ya que no libros de textos, ofrece en sus anaqueles la última edición del Zaragozano, relamidos cuentos infantiles, éxitos de venta editoriales y libros de salud. El Arca de Noé, esquilmada por los coleccionistas de recortables, sigue ofertando artículos de broma, fiesta o escritorio; hay una discreta fábrica de papeles pintados y pantallas para lámparas, una filatelia, una tienda de modas infantiles con un maniquí manchado de chocolate y en un piso una fábrica de cajas de cartón y sombrereras de esas que tan garbosamente portaban hace unos años las modistillas del barrio.

Todavía se puede desayunar en El Palentino entre la abigarrada clientela, o en el Mokambo, con su decoración de trofeos de caza y estatuillas africanas, y, despreciando el riesgo, penetrar en los humildes atrios del Palacio del Vino, parapetado entre las vigas que apuntalan el edificio.

Entre los más notables destaca el Palacio de Bornos, cuya destrucción fue frenada in extremis. Quirúrgicamente vaciada, según el último subterfugio inmobiliario, la que fuera mansión de una de las familias más ricas de la villa, y que albergó en sus últimos años de existencia un salón de billar, un colegio y una almoneda, se reconvierte en edificio de apartamentos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

En la esquina de la calle Ancha está el palacio del banquero Bauer, representante de la casa Rotschild, que jugó a mecenas y legó lo que sería el viejo conservatorio y la Escuela de Canto. En sus bajos, Beringola recuerda los tiempos de la Universidad con sus orlas fotográficas.

Pero el edificio más notable, pese a su humilde traza actual, es, sin duda, el viejo monasterio de San Plácido, entre San Roque y Madera, modestamente reconstruido, escenario de las correrías nocturnas de Felipe IV y del mismo Lucifer, que tomó posesión de sus más jóvenes y escogidas novicias a través de su confesor, en una trama que hubiera hecho empalidecer a los demonios de Loudun y demás íncubos de la crónica negra.

Para otro día han de quedar muchas de las historias que acaecieron en San Roque y en Madera, donde tuvo casa Quevedo, y en otras bocacalles como Minas y Tesoro, Molino de Viento, Pizarro o Cruz Verde.

El viejo cinematógrafo de sesión continua, tras una breve etapa como teatro, ofrece dobles programas marcados con la X frente a los muros del convento, y junto a la desolada plazoleta de Carlos Cambronero abre sus bellos balcones la Casa de León, en cuyas salas se celebraban populares bailes dominicales.

Un pequeño pez incrustado en una de sus fachadas recuerda los orígenes de la calle. Aquí tenía su finca Juan Coronel, padre de una de las primeras novicias de San Plácido, que decidió tomar los hábitos afectada por la muerte de su pez favorito en el estanque doméstico.

Cubierta de cicatrices y remiendos, la calle del Pez mira día a día cómo van cayendo sus cornercios tradicionales, desconcliándose sus muros y quebrantándose sus cimientos. Su devastado paisaje es una denuncia a voces del abandono criminal al que se ve sometido el centro de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_