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Entrevista:

Michel Rocard: "El programa económico de los socialistas franceses fue durante demasiado tiempo poco realista"

"En el discurso de la izquierda, la empresa no existía" -"Si no lo programamos Europa será dentro de 40 años una colonia"

Soledad Gallego-Díaz

Michel Rocard, el ex ministro de Agricultura del Gobierno socialista francés que negoció la adhesión de España a la Comunidad EconómicaEuropea, se encuentra en España, donde mantendrá una serie de entrevistas políticas y pronunciará una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid, titulada España y Francia, una cita con Europa. Rocard analiza en esta entrevista con EL PAÍS la derrota de los socialistas franceses en las pasadas elecciones, el futuro de su partido y la modernización del concepto de izquierda en Europa.

"Estoy persuadido de que los historiadores dirán un día que el congreso de Toulouse (octubre de 1985) fue el Bad Godesberg del Partido Socialista francés (PS)". Michel Rocard, una de las personalidades más conocidas y controvertidas del PS, posible candidato a la presidencia de la República en 1988, consiguio entonces que se reconociera el papel de la empresa como unidad de producción y la importancia de una economía de mercado, abierta y competitiva. El congreso no tuvo, sin embargo, la repercusión pública de aquel otro en que los socialdemócratas alemanes rompieron definitivamente con el marxismo. "No se le quiso dar un carácter solemne, y sigo pensando que fue una tontería, porque si hubiéramos acentuado su importancia histórica y su verdadera significación habríamos ganado cinco o seis puntos más en las elecciones del pasado 16 de marzo", explica.Toulouse tampoco tuvo los mismos efectos internos que Bad Godesberg. Rocard impuso una "resolución de síntesis" que recogía la sustancia de sus críticas, pero a la hora de contar sus seguidores comprobó que no sumaban más del 29% y que hay sectores del partido que no le han perdonado todavía que no estuviera presente en el congreso de Épinay (1971), en el, que se reestructuró el PS y se potenció la figura de François Mitterrand, ni su decisión de lanzarse a la carrera presidencial en 1980, sin esperar a saber si Mitterrand era candidato.

Han pasado los años y Michel Rocard prepara ahora cuidadosamente sus próximos movimientos. Es un hombre brillante, pequeño, nervioso y delgado, al que todo el mundo, incluidos sus enemigos, le reconoce coraje político e ideas. Durante la campaña electoral, y aun a riesgo de perder popularidad (de hecho ha bajado más de cinco puntos en las últimas semanas), decidió mantenerse al margen de las polémicas cotidianas y sólo intervenir en grandes temas nacionales, una opción que algunos de sus colegas no han apreciado, pero que ayuda a preservar su imagen presidenciable. ¿Proyectos personales? "Ahora estamos en pleno rodaje de la cohabitación y lo más importante es hacer bien el trabajo parlamentario. Yo aprovecharé para inscribirme en la comisión de defensa, un sector que me interesa, pero en el que no he tenido hasta ahora responsabilidades directas".

Pregunta. ¿Qué papel debe jugar el Partido Socialista?

Respuesta. Hemos perdido las elecciones y de forma evidente, puesto que el porcentaje total de la izquierda ha sido el más bajo desde 1968. Sin embargo, se han producido movimientos notables, con el hundimiento no sólo de la extrema izquierda, de los ecologistas y de los radicales de izquierda, sino también del Partido Comunista Francés (PCF), al mismo tiempo que progresaban los resultados del PS. Los socialistas no habíamos superado el 30% de votos más que una vez en la historia, en 1981, y todos los especialistas están de acuerdo en considerar que fueron unas elecciones especiales, una especie de referéndum de los resultados obtenidos en las presidenciales. Ahora bien, en un sistema democrático ese 30% no es suficiente para asegurarse el poder. No tenemos todavía el tamaño de un partido capaz de provocar por sí solo la alternancia, aunque no estamos muy lejos de ello. Yo diría que lo importante ahora es la evolución ideológica, incluso cultural, del partido, no sólo en su discurso escrito, sino también en las actitudes. El programa económico de los socialistas fue durante demasiado tiempo poco realista. Un pensamiento según el cual el Estado podía pagarlo todo y no existían problemas de dinero. Era un programa preciso sobre la redistribución de la riqueza, pero omitía precisar el problema de cómo producir esa riqueza. En el discurso general de la izquierda, la empresa no existía, era simplemente un campo de batalla social. Todo eso, por fin, se ha acabado. Por primera vez en 80 años, el congreso de Toulouse aprobó un documento político que no es una obra de arte desde el punto de vista literario, pero que tiene una importancia fundamental.

Las cuentas del pasado

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P. ¿No cree que hace falta otro congreso para consolidar ese cambio?

R. No, el problema ya está tratado hasta el fondo. Es cierto que no dimos un carácter demasiado espectacular a ese cambio, pero supongo que para darle más realce hubiéramos tenido que arreglar también las cuentas sobre el pasa do, discutir el cómo y el porqué, quién tenía razón y quién estaba equivocado. Hubiera sido una cirugía dolorosa. Pienso que esto nos restó fuerza electoral, pero en cualquier caso no merece la pena reabrir el debate para saldar las cuentas del pasado. Lo importante es que yo necesitaba sentirme cómodo en el partido y que ahora me siento a gusto. En el futuro nos apoyaremos en una resolución que es complicada y poco literaria, pero que es buena. Felipe González podría firmarla, y Helmut Schmidt, también.

P. ¿Puede hablarse ahora, a partir de la resolución de Toulouse, de una línea política socialdemócrata?

R. No me gusta la palabra socialdemocracia porque tiene un sentido histórico y sociológico bien definido, que no es aplicable a Francia. La socialdemocracia hace referencia a un tipo de organización de la izquierda que se da en Escandinavia, en la RFA, Austria o Bélgica, y bastante ampliamente en el Reino Unido, y que responde a unas características determinadas: es un movimiento con muchos miembros, en su mayoría trabajadores manuales, con una relación muy fuerte con un grupo sindical, y además es casi siempre el partido único de la izquierda. La situación en Francia es diferente. Además, la socialdemocracia se identifica con el Estado-providencia, y ahora sabemos que en sociedades de crecimiento lento y fuerte índice de paro no se puede seguir asumiendo un nivel de protección tan alto. Los propios suecos son los primeros en decir que hay que buscar otra cosa. Por eso yo me contento con la palabra socialismo.

P. ¿Y cuáles son las características de ese socialismo?

R. Digamos que el socialismo francés, por ejemplo, se ha desembarazado del irrealismo económico y de la idea de que la victoria, aunque fuera electoral, era una victoria de clase, al término de la cual se destruía al otro. No hablo de una destrucción física, porque los socialistas siempre fueron defensores de los derechos humanos; me refiero a la destrucción económica de la burguesía y del capitalismo, lo que es absurdo. En ese sentido sí podíamos reivindicar la socialdemocracia, porque siempre practicó el compromiso social.

P. ¿No existe ahora el riesgo de que se confunda el mensaje de la derecha y de la izquierda? Cada vez hay más gente que dice que da igual votar por unos o por otros, porque todos terminan haciendo lo mismo cuando llegan al poder.

R. Creo que hay muchos malentendidos, porque el sistema de información caricaturiza demasiado. Cuando los socialistas ya no hablan de romperlo todo, cuando ya no dicen que hace falta una economía completamente nacionalizada, los medios de comunicación deducen que la izquierda es como la derecha. Por favor, no hay ninguna coincidencia en lo que afecta a la redistribución de la riqueza, la inmigración o el tratamiento de la delincuencia. Las diferencias siguen siendo importantes, aunque en efecto, ya no es hablar del infierno o del paraíso.

Concesiones al PCF

P. ¿Existe también una diferencia en el papel que se adjudica al Estado?

R. Sí, claro. Los socialistas y toda la izquierda europea no creen en el liberalismo económico. El pensamiento según el cual toda intervención del Estado es necesariamente malsana y antieconómica es absurdo. Quisiera decir que me parece una estafa intelectual utilizar la palabra liberalismo en sentido diferente cuando se habla de política y cuando se habla de economía. El liberalismo político es el reconocimiento de los derechos humanos, la organización del pluralismo, y nadie discute que el Estado debe fijar las reglas para que la libertad de cada uno no conlleve la destrucción del vecino. Cuando se pasa al plano económico las cosas cambian y parece que el Estado ya no tiene derecho a fijar reglas de juego. Observe, por ejemplo, a Margaret Thatcher en el problema de la crisis del petróleo. Ella rehúsa que el Estado pueda interferir en la política de producción de las compañías y provoca una situación internacional insostenible. El pensamiento liberal económico está reapareciendo ahora con toda su fuerza. La derecha pretende desreglamentar todo, volver al salvajismo y hacer retroceder la civilización. El rechazo de ese liberalismo no quiere decir que haya que volver al pensamiento según el cual la explotación desaparecerá el día que el Estado lo haga todo. Marx no escribió nunca eso y debió pensar más bien lo contrario, pero la evolución posterior de esa idea llevó al Gulag y a 50 millones de muertos. Quiero decir que no es un debate teórico, sino una práctica social temible y sanguinaria. La clave hoy día es la autonomía de decisión del jefe de empresa, como un Estado

Entrevista con el ex ministro de Agricultura de Francia

(Viene de la página anterior)que fija las reglas del juego y obliga a respetarlas, que organiza la protección social y actúa como introductor de futuro en el presente, en el capítulo de la investigación o de los grandes proyectos.

P. Eso no es precisamente lo que figuraba en el programa socialista de 1981.

R. He dicho a menudo, e insisto en ello, que cuando se planteó la unidad de acción con los comunistas y se redactó un programa común, mis camaradas hicieron demasiadas concesiones al PCF. Creo que hubiéramos podido imponer condiciones menos alejadas de la realidad, pero hay que tener en cuenta que quienes negociaron por parte socialista compartían bastante en el fondo la idea de una economía dirigida por el Estado, como si el Estado tuviera virtudes particulares o como si un funcionario fuera por sistema más inteligente que un patrón.

P. La izquierda ha cambiado en toda Europa, pero ¿se puede decir que la derecha también lo ha hecho?

R. La derecha acompañó en los años sesenta y setenta el movimiento de la izquierda, exigiendo seguridad, empleo y protección social. En esos momentos ellos no tenían un proyecto propio; creo que ahora vuelve a existir un verdadero plan de la derecha, porque la situación económica, las sociedades de crecimiento lento, no permite mantener el nivel de protección, y en esas condiciones reaparecen con, un capitalismo salvaje que quiere desembarazarse del Estado.

P. ¿Qué sentido tiene hablar de derecha o de izquierda a nivel nacional si después, en la realidad, ningún país puede actuar soberanamente, dada la interdependencia de la economía?

R. Tiene usted en parte razón, pero todavía hay algunos políticos que creen que pueden tomar decisiones sin saber lo que está sucediendo a nivel internacional. Por eso soy un decidido, defensor de la construcción de Europa. Por eso y porque creo que, si no lo programamos, dentro de 40 años seremos una colonia americana o japonesa.

Construcción europea

P. ¿Cree usted que Norteamérica aceptaría una Europa auténticamente unida?

R. Estados Unidos es incapaz de saber lo que quiere en ese problema concreto. El Departamento de Estado alienta la construcción de Europa, mientras que el Pentágono mantiene una posición más complicada, impidiendo la normalización del armamento europeo, que contribuiría a la formación de una conciencia de defensa común. Además, el Pentágono piensa que el fortalecimiento del pensamiento estratégico, en Europa supondría, evidentemente, la redistribución de mandos en la Alianza Atlántica, algo que no le gusta nada. Desde un punto de vista comercial, esta todavía más claro que Estados Unidos no quiere ni oír hablar de una Europa unida. Ahora que España y Portugal han entrado en la Comunidad Europea, Washington quiere lanzar un nuevo round en el GATT. Si consiguieran destruir la política agraria común, impedirían la construcción de Europa. Creo que sería una auténtica catástrofe estratégica, y no sólo diplomática, pero que Washington se daría cuenta. demasiado tarde. En fin, lo preocupante es que no existe en Estados Unidos una célula, un organismo donde se coordinen las corrientes de pensamiento las posturas antagónicas del Departamento de Estado, del Pentágono y del sector comercial.

"La adhesión española se negoció bien"

Michel Rocard fue el hombre decisivo para la integración de España en la Comunidad Económica Europea, porque fue él responsable de la negociación agrícola. "Se supone que yo estaba en el Ministerio de Agricultura para impedir precisamente la ampliación, pero yo siempre fui partidario de la adhesión de España y de Portugal", explica. "Hay mucha gente en España que piensa que fui brutal en la negociación y que ustedes no debieron aceptar nunca las condiciones que se les imponían sobre el vino y las frutas y verduras. Acepto que fui firme, pero la verdad es que si yo no hubiera impuesto esas condiciones la ampliación no hubiera podido producirse, porque Francia hubiera estallado. Creo que la adhesión española se negoció bien".Pregunta. Afortunadamente, la adhesión de España se ratificó antes de que nombraran ministro de Agricultura al dirigente sindical François Guillaume, que teóricamente propone ahora una renegociación.

Respuesta. No creo que a ustedes les interese defender el actual tratado y no soportar una renegociación, aunque crean que puedan tener un interés parcial en ella. La adhesión se negoció con mucho cuidado, y, aunque se produzcan tensiones, creo que las reglas pactadas son válidas para todos. Si no se respetan, hay una corte de justicia europea a la que se puede acudir.

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