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Cristales rotos, techos hundidos, relojes parados

La serie de artículos -por lo general excelentes- de Enzensberger publicada en las páginas de este periódico el pasado otoño bajo el título de Cristales rotos de España, produjo en mí una impresión más bien desazonante. ¿Hay de veras en España tantos cristales rotos, en el, sentido más amplio de la expresión? Los había y los hay en el cinturón industrial de Barcelona, pero para mí eso no tenía nada de raro: la crisis, las ruinas de una industria desarrollada al abrigo del proteccionismo del Estado: textiles, línea blanca, etcétera. Ya se sabe, el pan nuestro de cada día.La segunda decena de marzo realicé una corta visita a Murcia, Albacete y Alicante. Mis conferencias coincidían con las fechas prevías y subsiguientes al 12, día del referéndum. La impresión de la mayoría de las personas con las que hablé en Murcia a este respecto, confirmada por la de la mayoría de pancartas, carteles y octavillas, era la de que el no barría. Había algo de dado por obvio en algún caso, al igual que en Albacete el propio día del referéndum, donde los carteles que anunciaban mi conferencia se perdían en un mar de invitaciones al no. El porqué de esa obviedad, la razón de que se diera por supuesto que había que votar no y de que el no iba a barrer, habrá que examinarla en otra ocasión. Por el momento volveré al tren que me llevó de Murcia a Albacete. Murcia y yo somos ya viejos amigos; Albacete, en cambio, era para mí una novedad, un lugar por el que había pasado de largo hacía ya bastantes años.

Terminados los últimos vestigios de huerta, la entrada en La Mancha se hace casi imperceptible, merced al largo plano inclinado del terreno. El tren marchaba a buen ritmo y con suavidad, y la impresión que causaba el vagón de clase única, confortable, impoluto, no podía ser mejor. Tuve que intentar acceder a los servicios para que esa primera impresión favorable se viese modificada: tras abrir la puerta, había que meterse en un charco de líquido oscuro que manifestaba una fuerte tendencia -el plano inclinado- a salirse fuera. Más allá, una taza llena de papeles de periódico y mierda íntimamente compenetrados. Renunciando a entrar, volví sobre mis pasos mientras rumiaba una explicación: el tren, más que limpio, estaba sencillamente recién estrenado.

Algo más tarde subió una mujer de pueblo, gruesa y menuda, de piernas y manos finas, cargada de paquetes y suspiros, esos suspiros que tienen por objeto despertar la comprensión general y, ocasionalmente, suscitar un poco de charleta con algún viajero especialmente comprensivo y poder así contarle su drama. A las diez en punto revuelo de papeles: el bocadillo. Luego, unos chasquidos intermitentes. Picado en mi curiosidad, caminé unas cuantas veces arriba y abajo del pasillo. La causa, de los chasquidos residía en las habas crudas -un gran montón- que se estaba liquidando; también a mí me gustan las habas crudas, aunque no en tales cantidades. Terminado el almuerzo, la mujer se trasladó con todos sus paquetes unos cuantos asientos más allá; se había guardado las vainas de las habas, sea para consumo propio, rehogadas, sea para las gallinas. Pero algún que otro tipo de residuo, migas, etcétera, habría quedado en su antiguo asiento.

En el exterior, casas de campo abandonadas y con el techo hundido; casas y más casas también en las proximidades de las estaciones, sin techos ni cristales en pie, y ni un alma. Lo mismo podía decirse de muchas de las propias estaciones, sin duda canceladas por no rentables; pero no

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se trataba sólo de los techos o de los cristales: también los relojes. Donde quedaba alguno, si conservaba las agujas, estaba parado. ¿Quién era el responsable no ya del estropicio sino de que lo roto permaneciese ahí olvidado? únicamente cuando mis ojos se habituaron a tanta ruina caí en la cuenta de que llevaba ya rato avistando largos tramos de carretera en construcción y, sobre todo, de que a uno y otro lado se extendían kilómetros y kilómetros cuadrados de nuevas instalaciones de riego por aspersión: hasta el horizonte.

En Albacete, el delegado del Departamento de Cultura que me había invitado, aficionado como yo a la agricultura, además de a la cultura, me puso al corriente del objetivo principal de esos regadíos: maíz y otras forrajeras, pero principalmente maíz. La abundancia de agua -bajo la provincia hay un verdadero lago subterráneo-, junto al sol y las temperaturas veraniegas, convierten a Albacete en una excelente réplica europea del Midodle West americano; gracias a ella, España puede pasar en pocos años de ser país importador de maíz a ser país exportador. No un cinturón de maíz, pero sí, al menos, un ombligo de maíz. Subsiste el problema del paro, por supuesto. Al menos de momento. Porque cuando en 1984 participé en un simposio celebrado en Columbus, Ohio, me enteré de que había paro en las ciudades industriales del norte del Estado, no en la capital, una ciudad de millón y pico de habitantes situada en la zona agrícola.

La conferencia finalizó cuando ya empezaban a conocerse los primeros resultados del referéndum. En la mesa electoral situada en los bajos del edificio en el que acababa de hablar había ganado el sí. Durante la cena se supo que el no había ganado únicamente en las dos mesas de la capital que son feudo de Coalición Popular. Merced a la televisión, supe que el había ganado también en Murcia y en Alicante, donde, el 13 y el 14 me encontré con la euforia provocada por el análisis de los resultados obtenidos.

A los 10 días exactos del referéndum, al finalizar un viaje a Tenerife que tuvo para mí marcados rasgos alucinatorios debido al contraste entre lo mal que me sentía, víctima de un fuerte catarro bronquial, y las excelencias del. mundo exterior, encontré un hueco. para realizar una excursión por la isla a través de esa inmediatez entre sol y niebla, de ese paso sin apenas transición de un paisaje lunar a Galicia y de ahí a una plantación de plátanos, con un litoral lleno de bañistas al fondo. De regreso, camino de Santa Cruz, observé que de la fachada de uno de los edificios universitarios de La Laguna colgaba una pancarta: vota no. ¿Testimonio? ¿Dejadez? Otro cristal roto.

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