El Sur en el Norte
Manuela Vargas pertenece a una categoría de bailarinas que no sólo se desmarca cualitativamente de la norma, sino que es especialmente sincera en su baile. Ya ha pasado para ella la etapa de extroversión dramática directa y entra en una madurez donde el paso es un acto de interioridad; la concentración es transmitida al espectador en un despliegue de esencialidad dancística. Esto es muy importante, pues es aquí cuando la danza supera sus límites formales de género y estilo para situarse en un rango más elevado. Cada muchos años se da una bailarina así. En el árbol genealógico del buen flamenco Manuela es -hasta ahora- una rama sin progresión. En ella parece culminarse una leyenda y un ciclo de baile sanguíneo, fuerte, humano. Enrique el Cojo -el maestro que marcó sus años iniciáticos-, deliberada y sabiamente, la dejó volar. El arbitrio, incluso cierta anarquía. rítmica, han devenido estilo, y tan personal que se la ve una vez (esos hombros cargados hacia delante, el ceño eternamente fruncido) y no se la olvida.En el flamenco, como en el ballet clásico, asistimos a una época paradójica: crisis y chispazos de genio, recuperación del pasado y alumbramiento de cambios decisivos. Será un momento histórico para la danza. Manuela y José Granero no son conservadores a priori, todo lo contrario. Han entendido que sólo a través de esa depuración oficiosa está el camino. Coreógrafo y bailarina se entienden muy bien -Medea fue el primer producto catalizador de esa unión artística-. El primero exige un concepto, una ordenación, y la segunda le responde con la herencia viva de un baile ancestral. La Petenera trasciende la arqueología para convertirse en un verdadero ejercicio de resucitacion. Variante exquisita que exige dominio total del lenguaje flamenco para llegar a una abstracción. El tortuoso camino del personaje es sesgado de manera tal que la estantigua de Petenera asiste, junto al público, a una sesión de magia. El mantón prolonga, trémulo, la periferia última del cuerpo de la bailaora. Hay una brevedad de poses lentas, un estremecimiento que va de la cadera a la mano plegada, y nada es exagerado. A los que se' aterran con la palabra folclor convendría sentarlos a ver este discreto espectáculo. En El Sur, por otra parte, hay profusión de maneras y se da un contraste muy agudo entre las dos piezas, pues allí donde en la primera había indagación, aquí hay cierto pintoresquismo bastante controlado, menos en el final. Pocos detalles desentonan: un diseño de luces (que en La Petenera usa y abusa de la penumbra) plano; el traje amarillo de Manuela, que, desafiando los malos hados del teatro que ese color atrae, dificulta y oculta el baile. El resto de los artistas que intervienen mantienen una calidad elevada, pero pasa que todo subyace a la Vargas. La concepción de El Sur ha hilado fino en este aspecto repartiendo el tiempo y la acción escénica de manera pareja. La revelación joven es Antonio Canales -un sevillano que ha estado en París con la compañía de Maguy Marín hasta hace poco-; tiene una presencia imponente, su figura en escena se crece a medida que el ritmo sube y su baile es virtuoso y seguro. La aparición de Adela, la chaqueta es conmovedora. Su voz trasciende, quebrada, como arañando un muro encalado de colores profundos: algo que respira autenticidad. Granero se ha adentrado en una búsqueda formal llena de claves sutiles. Su trabajo persigue una síntesis no argumental, sino de atmósfera. El Sur tiene números memorables: la farruca de Canales, las alegrías de Adela y esas bulerías creativas de Manuela, donde puede calibrarse hasta qué punto es ella capaz de apartarse de la convención aún dentro de una ortodoxia flamenca. Todavía es pronto para decir si esta agrupación ocasional devendrá compañía estable. El flamenco tiene en su base algo de errante. Toda la vida ha habido un trasiego de bailaores y músicos en efimeras agrupaciones, que, como en este caso, han sido capaces de nuclear elementos de calidad.
El Sur y La Petenera
Compañía de Manuela Vargas. Coreografía: Manuela Vargas y José Granero. Bailarines principales: Juan Quintero, Antonio Canales y Julio Príncipe. Percusión: Motoo Ishiwa y Guillermo Mac Gill. Música: Juan Maya, Marote; Paco de Antequera, y José Maya, Marote. Teatro Victoria Eugenia. San Sebastián, 5 de abril.
[Este mes, el espectáculo se presentará también en Bilbao, Pampiona, Jerez, Huelva, Granada, Córdoba, Málaga y Alicante; en mayo en Barcelona y varias ciudades gallegas; en junio en Madrid y en el Festival de Mompelier, Francia, y en julio en Sicilia.]
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