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De la historia a la autobiografía

Desde la convocatoria del referéndum, e in crescendo hasta el 12 de marzo, se revivió por los adultos, y vivieron por primera vez los jóvenes, el sentimiento de un compromiso personal de libertad y autenticidad que estuvo en la base del existencialismo, y que años después, en la década de los sesenta, cobró significación comunitaria. Fue, en efecto, el testimonio colectivo de una voluntad de: liberación, una ilusión de soberanía nacional y la voluntad de "que nos dejen en paz". (Y, después de la provocación del golfo de Sidra, pueden quedar pocas dudas sobre de dónde es de temer que venga la guerra.) Nunca el voto de un no volverá a ser menos secreto ni más orgulloso de lo que ese día de marzo lo fue. Ni, por otra. parte, el "quedarse en casa" más triste, o el votar sí más resignado o disciplinado y, a la vez, vergonzante. Y como a mí me gusta enredar sorprendiendo, confesaré a mi viejo amigo Antonio Garrigues y Díaz Cañabate que esa. tarde, cuando volvía casa, tomé en mis manos su libro Poemas en la, encrucijada de Roma y, con sentimientos mezclados, a causa de su muy otra probable intención y relativa ambigüedad, releí el bello poema La gente, gente, pensando que los mejores de aquellos noes habían venido, justamente, de: "La gente que no acumula, la gente que desparrama / echando lo que no tiene / en las corrientes del agua. / La gente pobre por dentro, / desprendida, confiada. / la gente vacía de todo, / la gente que nada espera, / pero llena de esperanza".Mas el día 13 fue el del anticlímax, el del regreso a la realidad, lejos, otra vez, de toda clase de revoluciones y liberaciones, el de la vuelta a la vida privada o cotidiana, cuya máxima aspiración es la de cubrir el hueco de la soñada Historia comunal con la solitaria biografía o autobiografía personal. En la autobiografía me refugio yo también cuando me pongo a escribir este artículo teniendo a la mano el libro ya citado y, junto a él, Escrito de noche, de Federico Sopeña, dos obras, cada una a su modo, autobiográficas, y una excelente memoria doctoral (aún no leída oficialmente) sobre la autobiografía en la España franquista, que ha escrito una inteligente y sensible estudiosa catalana, Anna Caballé. Sí, es muy verdadero el título de Federico Sopeña: todos, excepto los noctámbulos, hacemos nuestra vida de día; pero es siempre de noche, es decir, después y ya a solas, cuando nos damos cuenta de ella y, reflexionando, la reflejamos, como en un espejo que unas veces abrillanta y apaga otras su color, pero nunca deja de re-actuar sobre lo vivido. Y es así, en la mediación de la vida por la reflexión -que es también vida, pero remansada y estructurada-, como escribimos la novela, cada cual la suya, de nuestras andanzas, y como trazamos la figura -que no figurón de El retrato, poema satírico del libro de Garrigues- de nuestra existencia.

Y puesto que ni Antonio ni Federico han hecho de su persona "un personaje (a veces ni eso, convertirla / en uniforme, en traje)", ni pondrán su retrato colgado de un clavo "(que es más o menos como quedar ahorcado)", estoy seguro de que la época decisiva para la autocreación de su propia personalidad no fue, para Antonio, la de su Embajada en Washington o en Roma, ni para Federico la de su dirección de la Academia de Roma o del Museo del Prado, pero quizá sí, para el primero, la de las conversaciones católicas de Gredos, la de los tiempos de la iglesia de la Ciudad Universitaria para el segundo. (No extrañe a nadie el recuerdo: estoy escribiendo en plena Semana Santa.) Fue entonces cuando -pienso ahora, a la luz idealizadora de la memoriaellos, y yo con ellos, fuimos felices. Con ellos, pero, por supuesto, discrepando de ellos. Federico Sopeña escribió, hace años, el libro titulado Defensa de una generación, la de él, benjamín, y la mía, casi decano. Yo discrepé, no expresamente del libro, sí de su tesis. ¡He discrepado tantas veces de él y bien que, cariñosamente, es verdad, y con razón, me lo recuerda! Lo que no ha obstado a que siga siendo para él "mi antiguo Aranguren".

Sí, antiguos ya y refugiados, qué remedio, en el recuerdo del pasado, somos los tres. (No en Cambio la cuarta persona mencionada aquí, nuestra doctoranda e inminente doctora Anna Caballé.) "Contra Franco vivíamos mejor", se dijo, como réplica, añorante también, de las añoranzas franquistas, en los tiempos de UCD. Paralelamente, en los tiempos preconciliares, los de la ortodoxia a machamartillo y la religión verdadera, cuando, por lo mismo, se podía ser, de verdad, "heterodoxo", y aún no se había producido la nueva especie de los delincuentes "banqueros de Dios", también vivíamos mejor nuestra paradójica fe. (Empleo un plural que, sin embargo, ocioso parece precisarlo, no se refiere ni a Antonio Garrigues ni a Federico Sopeña.) Ahora todo viene a ser lo mismo, las ilusiones apenas duran unos primeros días de marzo, todos los gatos, son ya pardos (ni blancos ni negros), la Semana Santa, parda también (ni verdaderamente religiosa, ya, como según su nombre, ni tan secularizada, aún, como un largo fin de semana o unas breves vacaciones).

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No, ya no nos volveremos a reunir, ni en Gredos ni en la Ciudad Universitaria. Cada uno de nosotros tres proseguirá su camino, en el cual ya no puede quedar mucho que andar. El vuestro, vosotros sabéis, o sabréis, cómo será. El mío, espero, simple prosecución de una moderada pero firme disidencia.

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