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Revolución científico-tecnica, crisis económica y sindicatos

Ha pasado mucho tiempo desde las luchas obreras del Chicago de 1886. La revolución científico-técnica y la crisis económica están repercutiendo en la estructura interna de la clase, algo que, en opinión del autor, deben tener en cuenta los sindicatos, porque ello exige nuevas formas de organización, si quieren ser capaces en el futuro de representar y defender a los trabajadores de hoy y del mañana.

Hace poco más de 70 años, pasar de la investigación pura a la investigación aplicada, a la fabricación, a la industria, necesitaba una media de 50 años como regla general; hoy, sobre todo en la investigación espacial, se pueden crear nuevos materiales en tres años y menos; como media se precisan nueve años. En poco más de medio siglo, de la investigación pura a la investigación aplicada, se pasa de 50 a 9 años; a esa aceleración llamamos revolución científico-técnica.Esquemáticamente podríamos centrar las nuevas tecnologías en la microelectrónica y sus derivados: informática, telemática, etcétera, en la robótica y en la ingeniería genética o bioingeniería.

Por el lado de la crisis, tres elementos básicos convergen en ella en las sociedades dominadas por el gran capital, en la sociedad capitalista. Una crisis cíclica de ciclo más largo que todos los conocidos -incluido el de Kondratief, de 20 años-; una revolución científico-técnica, que si no arrancamos la reducción de la jornada en la medida que aumenta la productividad, y se aumenta el consumo interior y exterior, destruye más puestos de trabajo que crea, y una crisis del sistema financiero, caracterizada por una deuda externa del Tercer Mundo, así como de los países en vías de desarrollo fundamentalmente, de cerca de un billón de dólares -casi 150 billones de pesetas, al cambio actual-, y de una deuda pública cuatro veces mayor, en el caso de España de 10 billones de pesetas.

Simultáneamente, los gastos militares, impulsados fundamentalmente por el complejo militar-industrial estadounidense, alcanzan la cifra de un billón de dólares anuales e impiden toda recuperación económica.

¿Cuáles son las repercusiones de estos dos hechos, revolución científico-técnica y crisis económica, en la estructura interna de la clase? Primero, aparecen nuevas profesiones, técnicos de todo tipo, programadores, etcétera; en las próximas generaciones será necesario cambiar de oficio dos veces en una vida. La revolución científico-técnica crea nuevos materiales, automatiza y robotiza, reduce grandemente o elimina esas masas de trabajadores de las cadenas, se erosionan en número, ya no se concentran masas en los talleres o en las oficinas, sustituidas ahora por pequeños núcleos en los centros de programación y dirección y a veces a distancia.

"A partir de 1980 se está produciendo una transformación de la estructura de las cualificaciones, cada vez más orientadas hacia las tareas de concepción, realización y mantenimiento de equipos automatizados". "En 1985, el 20% de la mano de obraen operaciones de montaje, del sector del automóvil, había sido ya sustituido por sistemas automatizados, robotizados". "En 1987, el 20% del total de los empleos de la industria en general, no sólo del automóvil, verá profundamente remodelado su contenido; el 25% de los sistemas de montaje -que son los más difíciles de automatizar- se habrán robotizado". "En 1988, el 50% de la mano de obra ocupada en eI montaje de los pequeños componentes habrá sido sustituido" (estudios universidad de Michigan).

Cambios en la clase

Los cuadros superiores y medios en Francia representaban el 8% de la población asalariada en 1954 y el 19% en 1975" (Ediciones Obreras, Marc Descosty y Jean Luis Roter, París, 1984). En nuestro país, el 45% de la plantilla de la empresa FEMSA-Robert Bosch son técnicos de diferentes grados. Y la factoría de ATT-España de Tres Cantos tendrá 674 trabajadores, de ellos 150 técnicos superiores, y 450 de grado medio.

La revolución científico-técnica repercute en las profesiones y en la estructura interna de la clase, modifica su presencia en el centro de trabajo y la relación entre los distintos colectivos que la componen.

Los grandes centros industriales, fortalezas del sindicalismo en la era industrial, se erosionan. La clase obrera clásica sigue siendo una fuerza muy importante por su número, organización y combatividad, pero ya no es mayoría. El peso numérico de los trabajadores de la industria tiende a reducirse en relación con los trabajadores de los otros sectores, a lo que hay que añadir la multiplicación de pequeñas unidades de producción diseminadas por todo el país y la movilidad en la profesión y en el empleo.

Hoy los parados no son sólo los producidos por las crisis cíclicas del capitalismo, sino también por las nuevas técnicas, en el cuadro de ese sistema. El gigantesco ejército de parados, de reserva del capitalismo contemporáneo, es la consecuencia de una profunda y general crisis estructural.

El trabajo sumergido, el trabajo negro, los falsos autónomos, los mensajeros y otros, el trabajo en el domicilio, son vertientes de la degeneración del sistema económico que domina el gran capital, que transforma el empleo fijo en empleo precario, y suprime -a partir de la situación creada que analizamos anteriormente- conquistas del medio siglo pasado. Estos sectores no constituyen, de ninguna manera, un aumento del proletariado clásico de ese sector combativo de la clase obrera, sino más bien la creación de un subproletariado, que ha sido alejado de la fábrica, de la organización y de la lucha.

El sindicalismo de clase es tan imprescindible como cuando se creó, su unidad y su lucha, tan necesarias como el mayo de 1886 de Chicago. Su papel y eficacia dependerá sobre todo de la correlación de fuerzas y de la situación económica. La correlación de fuerzas de los trabajadores dependerá a su vez de su grado de organización, de su grado de unidad, de su grado de lucha. También de su capacidad de elaborar respuestas y alternativas, capaces de dar bases de racionalidad y justeza a sus planteamientos, lo que le permitirá obtener el apoyo de la amplia mayoría de la clase y la simpatía de sus aliados, muy necesaria sobre todo si se trata de servicios públicos.

El paro, las nuevas profesiones y nuevas situaciones en el trabajo exigen nuevos métodos y formas de organización. La revolución científico-técnica y la crisis provocan modificaciones en la estructura interna de la clase, y hacen necesarias ciertas modificaciones en su sindicalismo. La nueva forma no niega sino que confirma su contenido de clase y su necesidad nacionaL

Nuevas formas de organización

Un sindicalismo de clase, flexible en sus formas de organización, capaz de basarse en la clase obrera clásica y de apostar fuerte al mismo tiempo por los nuevos trabajadores que se están desarrollando, y por todos los marginados, parados, juventud, mujeres, etcétera. Amplia democracia sindical, asambleas y referendos para lo vital, amplio cauce participativo para lo espontáneo -sin caer en la espontaneidad-. Capacidad de integración de todo lo nuevo, también de todo lo marginado, además de los sectores básicos.

Creando, a partir de esas bases, podemos defender eficazmente los intereses de los trabajadores en activo; podemos defender eficazmente a los pensionistas; podemos defender eficazmente a los marginados.

Podemos y debemos defender eficazmente la paz y la vida. Podemos, como define el sindicalismo de clase desde su origen, conseguir la emancipación de los trabajadores y trabajadoras y llegar a una sociedad socialista con el máximo de autogestión e igualdad, con amplias y profundas libertades jamás conocidas.

Comisiones Obreras, ese movimiento socio-político transformado y asumido como confederación, tiene amplias posibilidades de ser, como dicen nuestros principios, un sindicato de clase y de masas, pluralista y unitario, democrático e independiente.

La mejor manera de conmemorar el centenario de las luchas heroicas, y de los mártires de Chicago en 1886, es poner al día nuestra capacidad de organización, nuestra capacidad de unidad y nuestra capacidad de lucha por las reivindicaciones antes citadas. La reivindicación de la jornada de 35 horas semanales en 1986 es igual (salvadas las distancias) a las 48 horas que se reclamaban en 1886, hace un siglo.

es el secretario general de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras.

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