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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Terapia de grupo y de lujo

Con un presupuesto de 25 millones de dólares -unos 3.500 millones de pesetas, que son muchos millones cuando de lo que se trata es de filmar un espectáculo musical de Broadway sin ninguna complicación escenográfica-, Richard Attenborough se ha lanzado a la siempre difícil aventura de trasladar a la pantalla un montaje teatral de éxito.La dificultad no es de orden técnico o artístico -el hecho de disponer de suficientes cámaras como para poder elegir siempre entre una toma cenital otra fija desde la platea, una tercera en movimiento de travelin y una última aérea móvil, facilitada por la grúa, y de contar también con los servicios de un montador eficiente, capaz de poner en orden todo ese océano de celuloide impresionado lo simplifica todo-, sino de mero prestigio. Richard, o mejor dicho, sir Richard Attenborough, es un reciente ganador del óscar con un Gandhi a través del cual pudo vehicular un leve sermón humanista no el del cineasta, no el del líder hindú-, de esos que convierten a quien los formula en el autor por excelencia a ojos de esas publicaciones empeñadas en ayudar al Tercer Mundo a basó de bailes de gala.

A chorus line

Director: Richard Attenhorough. Guión: Arnold Schulman, a partir del montaje teatral de Michael Bennet. Intérpretes: Michael Douglas, Alyson Reed,Terrence Mainn, Danet Johes y Yamil Borges. Fotografía: Ronnie Taylor. Música: Marvin Hamlisch y Ralph y Burris. Coreografía: Jeffrey Hornaday. Estadounidense, 1985. Estrenos en los cines de Madrid Callao y Carlos III.

Su condición de artista depende, pues, de su capacidad para apropiarse del discurso de otro y hacerlo digerible, evidente, de manera que nadie dude de que su labor no ha consistido en un mero trabajo de puesta en escena -el realmente propio de un cineasta-, sino en los cambios más flagrantes respecto al original.

A chorus line, en su versión teatral, nos mostraba a un grupo de bailarines que aspira a hacerse, después de sucesivas cribas, con un puesto en el espectáculo.

El coreógrafo responsable era una mera voz que no se corporeizaba hasta el final, después de someter a los 16 finalistas a una suerte de terapia de grupo en la que cada uno expone sus previsibles traumas -homosexualidad, falta de atractivo físico, enfrentamientos familiares, conflictos raciales, etcétera- al demiurgo que permanece en la sombra como el ojo que todo lo ve. Attenborough ha optado por saltarse esa cuarta pared, que era la boca del escenario, y da mayor protagonismo al coreógrafo, un inflexible Michael Douglas. Y ahí es donde comienzan los problemas.

Situación del personaje

La distinta situación del personaje exigía también un trabajo de dirección concreto, y esa necesidad no la ha sentido el director, que ha dejado a su nuevo protagonista sin otras indicaciones que las surgidas de los diálogos. Por eso, Douglas mira, pero mira mal, demasiado a menudo, preocupado en su historial personal -también sobredimensionada, gracias a la obviedad de unos flash backs-, con los ojos fijos en el suelo o en los papeles desparramados sobre su mesa de trabajo. Al ser de carne y hueso, Dios pierde entidad y nos resulta más incomprensible tanto la pasividad de los dominados como la del dominador, que apenas da otras indicaciones que esa vaga exigencia de pedir que bailen al estilo de los años treinta.Si el director británico Richard Attenborough se hubiera conformado con la estricta traslación del teatro al cine, no nos quedaría más remedio que embarcarnos en una apasiona da defensa de la rarificación de los movimientos de cámara como única vía para devolverles sentido, pero como ha querido que su firma de autor resaltase, entonces ese tipo de sutilezas sobran: A chorus line ha reducido el creador a la condición de psiquiatra y ha convertido las butacas de platea en los divanes en los que, de uno en uno, se recuestan los fatigados bailarines para desgranar algu nos recuerdos de infancia. No creo que hayamos salido ga nando con el cambio.

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