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Tribuna:EL FINAL DE UNA SAGA DE HOLLYWOOD
Tribuna
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Un gánster atormentado

La silueta de James Cagney será ya para siempre la del gánster atormentado, con aroma de alcohol, nicotina y pólvora, opuesto a la prepotencia sádica del pequeño césar del hampa que Edward G. Robinson instituyó en 1930 con Hampa dorada. Al año siguiente de Hampa dorada, que hizo de Robinson el primer zar armado de las junglas de asfalto, Warner Bros hizo que James Cagney le diera la réplica con la excelente The public enemy (1931), un filme de William Wellman que por alguna extraña razón no es estrenó en España en su momento. En esta película, Wellman biografió la carrera del gangster Tom Powers, hijo de un policía y de una madre bondadosa que siente pasión hacia él (como volverá a ocurrir en Al rojo vivo), pero presentando su carrera delincuente como un producto bastante típico de la infancia que vive en los suburbios pobres de una gran ciudad. Su iniciación a la delincuencia sería, por lo tanto, más que un problema psicológico, un problema social de dimensión planetaria.La productora Warner Bros se apuntó un tanto con este filme innovador y al año siguiente juntó a Edward G. Robinson y a James Cagney en Smart money, que prosiguió la saga de Hollywood acerca del crimen organizado. De la fascinación social que produjo la imagen emblemática de Cagney nos ilustra el que el dibujante Chester Gould diese a su detective Dick Tracy, primer gran héroe policial de los cómics americanos, un rostro inspirado en el perfil de Cagney y en su característica mandíbula.

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En esos años Warner Bros, que tenía al actor bajo contrato, fue la productora que más estrechamente cooperó con la política social y reformista del presidente Roosevelt durante la depresión, hasta el punto de que hablar del cine social americano de entreguerras es casi sinónimo de hablar de la producción de Warner Bros. Esto explica que la creciente inquietud del Departamento de Justicia acerca de la popularidad carismática de James Cagney se tradujese en discretas insinuaciones oficiales que condujeron a la producción de Contra el imperio del crimen, en 1935, en la que James Cagney se convirtió, en detective contra natura, en lucha contra el crimen organizado. Al igual que en Public enemy, Cagney exhibió esta vez unos orígenes sociales humildes, para explicar así didácticamente a las plateas que en los suburbios pueden nacer tanto cardos como orquídeas. De todos modos Contra el imperio del crimen demostró que los hombres de la ley utilizaban tretas y artes de tan mala ley como sus antagonistas delincuentes. La redención moral de James Cagney se completó definitivamente con el desenlace moralizante de Ángeles con caras sucias (1939), de Michael Curtiz, en su gesto ejemplarista final en el umbral de la silla eléctrica.

En la cumbre del mundo

De los muchos gánsters que James Cagney tuvo que encamar en la pantalla, ninguno resultaría tan turbio y brillante como el Cody Jarrett de Al rojo vivo (1949), de Raoul Walsh, filme que constituiría una de las cimas del cine negro americano. En esta ocasión el actor encamaría, como resaca de la boga del freudismo divulgado por la ola de neuropatías de la Segunda Guerra Mundial, a un gánster edípico y epiléptico, que acaba sus días encaramado jubilosamente a la cumbre del mundo, que para su desgracia no es más que un tanque de gasolina. De este modo reanudó Al rojo vivo el discurso ideológico en tomo a la patología criminal que había iniciado Cagney en Public enemy.

Pero junto a su silueta de gánster, que será para siempre la más recordada, James Cagney demostró una versatilidad dramática poco común. Cagney había debutado en el mundo del espectáculo como bailarín en 1920. No sería raro, por lo tanto, que, Hollywood le pidiese también que luciera tal habilidad ante las cámaras, en unos años en que el cine musical estaba muy cotizado. La lució con brillantez en Yanqui dandy, de 1942, que fue una contribución masiva que Warner Bros hizo a la propaganda patriótica al entrar los Estados Unidos en la guerra. Yanqui dandy biografió al músico George M. Cohan, bien conocido por su patriotismo militante, y mereció los honores de incluir entre su flamear de banderas la aparición de Roosevelt en persona. A este filón político y coyuntural perteneció también Sangre sobre el sol (1945), que fue una contribución de Frank Lloyd a la propaganda antijaponesa, y sobre todo 13, Rue Madeleine (1946), un notable filme-documento de Henry Hathaway sobre el contraespionaje frente a los alemanes, y que adoptó ciertas técnicas veristas propias del neorrealismo.

La propaganda militar y el cine musical volvieron a reencontrarse en su carrera con The West Point story, de Roy del Ruth, pero este James Cagney amable jamás consiguió eclipsar al delincuente carismático que escribió una atormentada página de gloria en la historia del gansterismo cinematográfico. No obstante, en el ocaso de su carrera tuvo ocasión todavía, de reivindicar su capacidad para la comedia en el sarcástico Uno, dos, tres (1961), en donde Billy Wilder le hizo interpretar al representante de la Coca-cola en Berlín occidental, quien intenta introducir esta bebida en la Unión Soviética. De su apartamiento del cine lo rescataría por última vez Milos Forman en su movido Ragtime, de 1981, quien rindió un homenaje al gánster veterano haciéndole interpretar con ironía el papel de un comisario de policía.

Con la muerte de James Cagney se extingue uno de los más fascinantes mitos del cine de Hollywood, quien supo combinar con rara sabiduría la fidelidad a un estereotipo dramático y la matización personalizada. Fue, desde luego, un producto de la factoría de estrellas de Warner Bros entre las dos guerras, pero fue también una presencia mágica a la que siempre recordaremos nostálgicarnente como un ectoplasma en blanco y negro, gruñendo entredientes en un cuerpo nervioso y menudo.

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