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Tribuna:CUESTIONES SOBRE LENGUAJE Y GENTE
Tribuna
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De idioma, pueblo y pedantes / y 2

Por tremendos que parezcan los estragos que la pedantería oficial y literata pueda hacer en la lengua de la gente, en verdad los manejos de individuos o instituciones, negociantes, académicos, regentes de medios de formación de masas, sobre la lengua apenas pueden pasar más allá de sus zonas más superficiales, especialmente la más superficial, la del vocabulario de palabras con significado. Es ésa también la única o casi (quitando cierta atención a las formas de ejecución de las entonaciones de frase, diferentes en capas sociales o regiones, a lo que suelle llamarse "acento") adonde llega a veces la conciencia de los hablantes corrientes sobre su lengua, de ordinario para cometer las alteraciones que dicen los lingüistas "por etimología popular", como nuestro bedel de Salamanca, el seÑor Alejo, de hecho pronunciaba, cuando se acordaba, noera en vez de nuera, porque, según me explicó una vez que se estaba quejando de la suya, "ya lo dice la palabra: que es hija, pero no era". Y es esa zona casi también la única en que pedantes de más envergadura, campiñas de publicidad o academias, pueden intentar sus manipulaciones y mandatos.Pero es que el vocabulario de palabras con significado (dejando ya aparte los Nombres Propios) es a tal punto superficial respecto de la lengua, que bien puede decirse que ese vocabulario seinántico (junto con los Nombres Propios: un diccionario con una enciclopedia) es ya sin más la Cultura misma, fácilmente por tanto asequible a la conciencia y a las corisiguientes alteraciones voluntarias.

Por debajo de eso queda todo el sistema de la gramática, fonemas, prosodias, flexión de palabras, índices sintácticos o mostrativos y anafóricos, reglas de sintaxis, inasequible, al menos directamente, a conciencia y a manejo. A lo más que ahí pueden alcanzar las autoridades, aprovechando lugares de regulación vacilante en la gramática popular o que se hallan en trance de mutación, es a tales intervenciones de reglamentación externa (semejantie a las reglas de urbanidad, de las que las del bien hablar son parte) como el recomendar que se diga "Le soltó un lapo", mejor que "Ia soltó un lapo" (inútilmente para la parte de la poblacíón que haya perdido el 'Dativo'; a la otra parte no le hace falta regla externa), o dictaminar, con buen éxito, que el orden de proclíticos sea "se rne" y no "me se". Por bajo queda casi todo aquello a lo que apenas si torpemente alcanzan las descripciones de sus Gramáticas, y en lo que nada tienen que hacer los señores de la Cultura.

Lo cual, sin embargo, no les empece de querer intervenir en ello.

Dictaminan, por ejemplo, sobre limitaciones en la multiplicación de los Gerundios (que no se diga "Sabiendo que persiguiéndola corriendo no la alcanzan, siguen persiguiéndola corriendo") y así, con una reglita de estilo y gusto (más o menos averiado) que no toca para nada a la gramática, se creen que están enseñando a bien hablar y velando por la pureza de la sintaxis; y así se forman los maestros de pedantería, los periodistas y los correctores de estilo de las Editoriales.

Pedantería

O, por ejemplo (y vamos entrando un poco más adentro en la gramática), no les gusta ahora que la gente haya cogido mucha costumbre de poner un como modificando predicados, cuantificadores, cualíficadores y hasta nombres ("Está como parado", "Son como ocho", "Son como muchísimos", "Había una tela como verde", "Apareció un como capitán"). ¿Qué es lo que les molesta? Ese uso tiene su función: no es lo mismo "Es tonto" que "Es como tonto". Llenas están las lenguas de índices imprecisadores de palabras, las cuales a menudo se sienten demasiado definitorias y precisas: el ático antiguo, sobre todo en el uso coloquial que leemos estilizado en los diálogos de Platón, a cada paso emplea con tal función un enjambre de partículas y giros; hasta nuestra lengua culta acude a otros del tipo "por así decir", que vienen a lo mismo; y las sufijaciones que torpemente llamamos de Diminutivo o de Aumentativo tienen esa misma función general ("Es tontito", semejante a "Es como tonto") de imprecisadores o desfiguradores de palabras. Entonces, ¿qué?

Les molesta también que en nuestros días la gente se haya puesto a emplear de que en lugar de que para subordinadas completivas (una tendencia que era antaño pueblerina y ahora parece que quiere hacerse urbana). Y bien, ¿qué pasa con eso, tíos? De momento, la doble forma de conectiva mantiene diferencias de sentido; no es igual "Me contó que" que "Me contó de que", ni siquiera "Le pidió al jefe que" que "Le anda pidiendo al jefe de que". Pero, aun supuesto que el de que se generalizara hasta el punto de que remplazara simplemente al que, ¿qué habría sucedido?: cuántas veces en la evolución de nuestras lenguas no se habrán renovado conectivas por acumulación de dos o más partículas. La lengua, como no acaba de encontrarse del todo contenta consigo misma, sigue cambiando todavía (aunque es cierto que, desde que hay un español oficial, unos cinco siglos, hasta la lengua coloquial muda mucho más lentamente) y cambiando según sus leyes, que no controla nadie, y así se ríe de lo que a los pedantes les guste o no.

La lengua popular y viva no puede nunca cometer faltas, por la razón perogrullesca de que es ella la que establece, allá en lo subconsciente, sus propias leyes.

Pero, en cambio, voy ahora a decirle lo que puede, con otro sentido y más propiamente, llamarse error o vicio de lenguaje: a saber, el que proviene, no del senado subconsciente de los hablantes, sino de la obediencia y temor del vulgo semiculto a las normas de bien hablar de las autoridades (igualmente semicultas siempre), de lo que ya en la primera entrega han aparecido casos, con la pronunciación de locutor (eKsaKto) y con vocabulario horrísono (explosionar), pero que ejemplifico ahora con casos de otras partes de la gramática.

Así, a consecuencia de ese mismo asunto del de que que sacábamos ahora: se habrán fijado algunos de ustedes, en la cintita de avisos del TALGO susodicha, que en uno se dice "Deseamos informarles que este tren dispone...", en otro "Les informamos que media hora antes de la llegada...", y en otro, consecuentemente, "Les informaremos oportunamente la llegada...". Pero ¿de cuándo acá se dice en español "Les informamos que" ni "Les informamos la movida"? Ya ustedes ven el intríngulis de la cosa: como el semiculto que prepara los textos de la cintita está atemorizado con el de que tachado de vulgar y de incorrecto por los pedantes, se pasa un poco en la obediencia, y ahí tienen ese botón de muestra como resultado.

Y otra muestra. Nunca había oído yo que, hablando corriente, se dijeran cosas como "Habían unos fusiles", "Habrán disparos", "Han habido tantos heridos". Pues bien, cosas como ésas pueden oírse (y leerse) en los ámbitos más propensos a la mentalización lingüística (dicho sea lo de "mentalización" con el debido cachondeo: porque ése es otro de los términos horrísonos que, reemplazando al más difícil de concienciación de hace unos años, se empeñan en meterle a la gente desde arriba los Poderes, para sus intenciones), digo en las redacciones de Prensa y otros medios de formación. Se ve que (no sin intervención seguramente de la vieja contienda entre "Se vende naranjas" y "Se venden") alguien por allá arriba o algún fantasma escolar les ha sugerido que nuestro especial índice 'hay' es un Verbo como los demás y lo que viene detrás en la frase su Sujeto, y es elemental, Watson, que el Verbo concierta con su Sujeto. En fin, no parece probable que la cosa cunda, sobre todo porque está el Presente hay, donde al semiculto se le pone más dura la concordancia; pero, cunda o no, ahí tienen cómo una especie de miedo escolar produce, al traicionar la subconsciencia popular a favor de la norma externa, errores de lengua propiamente dichos.

Meter la pata

Claro que hay otros que, ante el miedo de meter la pata en tales construcciones, deciden cortar el nudo y sustituir el peligroso índice 'hay' por el Verbo 'existir', cuya creación en las escuelas medievales, para el Sujeto 'Dios' y como Predicado vacío con apariencia de lleno, he indagado un poco en otra parte, y que ha llegado, en ese uso, a tener algún éxito con la gente ("¿Existen los ogros?"., preguntan ya los niños; "El Amor no existe", declara otra); pero me refiero aquí a su otro uso, antepuesto, donde es mero sustituto del 'Hay' ("Existen buenas razones..."), con la cual sustitución el semiletrado timorato de autoridades se sacude el problema y puede concertar tranquilamente todos los Sujetos que se le pongan. Así ha llegado ese "Existe(n)..." a convertirse en el acaso más notorio distintivo del hablar pedante, no ya sólo en nuestros locutores, sino aun en nuestros señores en conferencia o señoras en visita. Aunque no se lo quieran creer ustedes, he recogido el otro día de la voz de un meteorólogo televisivo la siguiente perla: "Existirán algunos chubascos...".

Sólo a cosas tales merece tal vez la pena llamar errores o vicios de lenguaje: surgidos siempre de arriba y del temor a lo de arriba, de la impertinente intervención de la conciencia y la voluntad en el lenguaje, a lo que técnicamente denominamos pedantería; o por lo menos, a tales como ésos es a los que puede sentir deseos de llamarlos vicios y coridenarlos el gramático que se ha asomado con relativa inocencia al tinglado de una lengua y de la lengua, y que desde entonces no puede menos de padecer un hondo enamoramiento del pueblo desconocido que en la lengua late; y sentir, por ende, un ferviente odio de los torpes señores de la Cultura, reconociendo que en la imposición del Dominio (Capital, Estado, Religión, Ideales, Masculinidad) es; tan imprescindible la pedantería como las armas, más aún, que sin ella no funcionan fusiles ni misiles. La sangre, con letra sale; y el Capitoste lleva siempre un pedante a su lado; o dentro.

Pues, en cambio, por la razón tautológica que antes enunciaba, la lengua, el pueblo, nunca se equivoca contra leyes que sólo ella misma dicta: se equivocan los individuos, que ocasionalmente tartamudean, o caen en anacolutos (o sea, que se lían con una frase complicada hasta perder el hilo), y que también, lo que es más grave, intervienen a voluntad y a mala conciencia, por miedo de la escuela y la autoridad, en los mecanismos de su lengua. Pero los individuos no son el pueblo.

Y ahí está justamente lo malo para ese amor del gramático por el pueblo: que el pueblo no es nadie, que es incontable, indefinible, y para ser libre (al menos en su lenguaje), ha de cumplir la condición de no saber él mismo quién es ni qué hace. Puede que el lector no acabe de entender el tipo de política que late en todo esto; pero puede quedarse pensando un rato.

Agustín García Calvo es escritor y catedrático de Universidad.

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