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Estados Unidos y sus falsos amigos

La Administración norteamericana intentará vincular la restauración de la democracia en Manila y el derrocamiento de Duvalier con la llamada doctrina Reagan de apoyo a los movimientos anticomunistas de Angola, Nicaragua y Granada. Para el autor de este artículo, sin embargo, hay una gran diferencia entre una intervención a regañadientes y tardía en favor de la democracia en Filipinas y la ayuda a dudosos luchadores por la libertad tales como los contra y Jonás Savimbi.

A partir de la II Guerra Mundial, Estados Unidos ha venido enfrentándose siempre a un problema que ha resultado ser mucho más difícil que la contención de la Unión Soviética: el problema de qué hacer con los líderes extranjeros que presumen de ser amigos y le ponen en aprietos.Estos líderes se declaran en una postura anticomunista, piden ayuda, proporcionan bases o apoyo internacional a Estados Unidos, y, sin embargo, se enajenan a su propio pueblo y con bastante frecuencia radicalizan a la oposición a causa de la corrupción o de las violaciones de los derechos humanos.

El caso de Ferdinando Marcos viene después de la caída de Jean-Claude Duvalier en Haití, la de Anastasio Somoza en Nicaragua, la del sha de Irán, la del régimen prooccidental en Vietnam del Sur, la de Fulgencio Batista en Cuba y la de Chiang Kai-chek en China.

Siempre que la oposición al tirano amigo era predominantemente comunista, Estados Unidos lo ha sostenido (con resultados desastrosos en China y, Vietnam). Siempre que creía que la oposición era radical, pero no, o no todavía, dominada por los comunistas, ha tratado de disociarse en el último minuto de un aliado embarazoso y vacilante.

Amargas disputas

El resultado han sido unas amargas disputas internas cuando los nuevos regímenes se mostraban hostiles hacia Estados Unidos, como el Irán del ayatollah Jomeini, o evidenciaban ser marxistas-leninistas, como la Cuba de Fidel Castro o la Nicaragua de los sandinistas.

La disociación del régimen de Duvalier en Haití se vio facilitada por el hecho de que la alternativa no parecía constituir una arrienaza para los intereses estadounidenses. El divorcio de Ferdinando Marcos fue un proceso lento y doloroso a causa de la creencia errónea del presidente Reagan de que Marcos era la única alternativa

los comunistas.

Pero Reagan desistió de su postura imparcial y de su absurda llamada al compromiso cuando se hizo evidente a los republicanos del Congreso que existía realmente una alternativa democrática enormemente popular, que seguir apoyando a Marcos sólo conduciría a un baño de sangre y que si vencía Marcos, ello llevaría a una radicalización de la oposición.

Ahora, la Administración intentará confiar en la restauración de la democracia en Manila y ligar los recientes acontecimientos de Haití y Filipinas con la llamada doctrina Reagan de apoyo a los movimientos anticomunistas de Angola, Nicaragua y Granada.

Sin embargo, hay una diferencia como de la noche al día entre una intervención un tanto a regañadientes o al menos tardía en favor de la democracia en Filipinas y la ayuda a dudosos luchadores por la libertad tales como los contras y Jonás Savimbi. Por otra parte, los casos futuros; pueden no estar tan claramente definidos como la batalla tipo Dairid y Goliat entre Corazón Aquino y Ferdinando Marcos.

Variedad de factores

La lección a aprender de lo sucedido en Filipinas es que el problema real no es la insurrección comunista, sino la variedad de factores que la alimentan. Esto es algo que Estados Unidos ignoraba cuando consintió la violenta sustitución del presidente Ngo Dinh Diem en Saigón, en 1963, no tanto porque deplorara su forma de gobernar como porque pensaba que ésta le había hecho ineficaz en la lucha contra el comunismo.

La lección a aprender del pueblo filipino es que el prolongado apoyo a líderes que violan lo que Estados Unidos defiende es siempre un error. Un apoyo así hace más fácil para la oposición tomar una dirección violentamente antiestadounidense o bien, cuando el resultado es tan satisfactorio como en Manila, hace que la proclamación norteamericana de las virtudes democráticas parezca profundamente hipócrita. Y permite a los propios clientes de Estados Unidos chantajearle, como trató de hacer Marcos con las bases estadounidenses en Filipinas.

Me temo que una de las consecuencias de la pacífica revolución filipina sea la defensa neoconservadora de los regímenes autorítarios como opuestos a los totalitarios.

En realidad, uno de sus argumentos es que los regímenes autoritarios pueden cambiarse más fácilmente que los totalitarios. Pero resulta grotesco, en efecto, ahogar por un compromiso de Estados Unidos con los Gobiernos autoritarios sólo porque en esos países (a diferencia de Polonia o Checoslovaquia) no existe un Ejército Rojo capaz de aplastar una rebelión popular.

Si la única lección que la Administración de Reagan aprende, de la caída de Marcos es una lección de disociación cuando una rebelión así está próxima al triunfo, Estados Unidos continuará apoyando el horrible régimen de Augusto Pinochet en Chile, y probablemente contribuya a reforzar la posición de los comunistas entre las fuerzas que: se oponen a aquél. Y dejará de ejercer su considerable influencia en Seúl para moderar los excesos autoritarios de la jefatura militar de Corea del Sur.

El Salvador

Si la lección que la Admínistración de Reagan aprende de Manila es, la posibilidad de abandonar a un régimen autoritario sólo cuando la oposición es a todas luces moderada y pronorteamericana, dejará de insistir en que sus amigos más ilustrados en el Gobierno de El Salvador lleven a cabo una valiente reforma del Ejército y del sistema social, el único derrotero que puede dividir o debilitar la rebelión.

Washington también seguirá, resistiéndose a ejercer presión sobre el régimen surafricano, aun cuando la continuada negación de la ciudadanía básica y de los derechos humanos a la inmensa mayoría de la población de ese régimen parezca no dejar ninguna otra salida que una larga guerra civil. En este conflicto, Estados Unidos aparecerá en el lado de la opresión, y la Unión Soviética tendrá una oportunidad preciosa para defender a los oprimidos.

La política de Estados Unidos en todos estos casos debe ser la de promover reformas democráticas y repudiar a esos falsos amigos cuando se niegan a moverse, determinados sólo a conservar su poder.

Stanley Hoffman es director del Centro de Estudios Europeos de la universidad de Harvard y autor de Duties beyond borders (Obligaciones allende las fronteras). Ha aportado este comentario a Los Angeles Times.

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