_
_
_
_
Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos días que estremecieron al mundo

Joaquín Estefanía

La expectación iba creciendo por momentos, por cuartos de hora. Los periódicos lo habían anunciado discretamente, como si fuese una noticia que hubiera llegado en el último momento y sin posibilidades de desarrollarla y de valorarla más: el Presidente iba a intervenir ante las cámaras de la televisión y las emisoras de radio para hablar "de la situación económica". No tenía precedentes, excepto si se recuerdan las medidas adoptadas por José López Portillo en el verano de 1982. Lo cual, evidentemente, no servía más que para sembrar inquietud.Los rumores aumentaban en los corros. En el Vips de la plaza del Ángel de la Independencia, en el que todos los días desayunaban decenas de ejecutivos y funcionarios, si se ponía el oído, se escuchaban las cosas más disparatadas: "El Gobierno ha dicho que ya está bien y que va a comunicar a los gringos que se acabó de pagar la deuda"; "el Presidente va a anunciar una devaluación de muerte y el peso va a perder en las próximas horas la mitad de su valor: las agencias de viaje internacionales están haciendo cálculos para el Mundial de fútbol con un peso a la mitad de precio"; "Van a congelar las cuentas corrientes para financiar la economía paraestatal"; "Los americanos se van a vengar del impago, expropiando las cuentas de los mexicanos en San Diego, Nueva York, o donde las tengan dentro del territorio norteamericano"; "Yo, si tuviera dólares, los mandaría inmediatamente a Suiza", etcétera.

Todo valía. Pero la realidad es que el peso fue perdiendo fuerza en las casas de cambio conforme avanzaba el día. Empezó al cambio de 1 dólar = 468 pesos. A la una de la tarde, cualquiera que pasase por las agencias del paseo de la Reforma podía ver un dólarcrecido a casi 600 pesos. Y algunos de los rumores parecían hacerse realidad por el momento. Un banquero norteamericano con muchos años de estancia en el distrito federal llamaba al funcionario amigo: " ¿Qué está sucediendo? Me dicen que hay un movimiento inusitado de cuentas mexicanas en San Diego: llegan dólares, y, por otra parte, se hacen transferencias a Europa. ¿Crees que el presidente va a anunciar la moratoria?".

DEUDA Y FRÉJOLES

El ambiente se estaba caldeando desde hacía algunos días. Probablemente desde que el círculo íntimo del Presidente había tomado la decisión. Sin embargo, como cada vez es más corriente en este país, el Gabinete en pleno no había sido informado de nada. Sencillamente, todos los secretarios del Gobierno habían sido citados a las cinco de la tarde en el Palacio Nacional, dos horas antes del mensaje anunciado. Aquella mañana se hacían notar grupos no muy numerosos pululando por el mismo centro, ebrios de un cierto nacionalismo. "Moratoria, sí; no queremos deuda, queremos fréjoles", se cantaba en alguno de esos grupos de no más de una treintena de personas. Sus gritos parecían premonitorios.La hora de la siesta fue como un punto y aparte. Aunque era febrero, el calor ya atizaba la ciudad. A partir de las cinco de la tarde se produjo un cierto hervidero de tráfico, y poco a poco las calles se fueron vaciando. Todo el mundo iba a ver la televisión. Se desconoce si pasó lo mismo en el Gran México, en ese gran cinturón de miseria y cochambre que rodea al distrito federal, y que, conjuntamente, aglutina a 18 millones de almas. Un amigo que volvía de hacer turismo a la Ciudad de los Dioses, en Teotihuacán, me contó su impresión de que en esas villas miseria que se ven desde la carretera, y que van ganando terreno al monte, tampoco parecía haber mucha actividad. Seguramente las familias veían la televisión, pero como cualquier día; es un dato sociológicamente significativo el que en decenas de kilómetros de marginación no falte la antena de televisión en ninguna de las covachas que parecen reventar el paisaje.

A las siete en punto de la tarde, la ciudad parecía una foto estática. Incluso un homenaje del Colegio de México a Octavio Paz, casi un héroe nacional, anunciado con profusión desde varios días antes, quedó suspendido. Los siete canales de televisión y todas las emisoras de radio interrumpieron al punto sus programas. Una voz grave dijo: "A continuación entra el ciudadano presidente de la República", y se vio al Presidente, mirando al frente, avanzando hacia un estrado en una habitación abarrotada de gente, que inmediatamente comenzó a aplaudir. Parecía que algunos iban a romperse las manos. Las cámaras de televisión batieron el salón del Palacio Nacional, y todo el mundo pudo distinguir a los presentes: el Gabinete entero, los gobernadores de todos los Estados, los presidentes de los poderes judicial y legislativo, la cúpula empresarial, líderes sindicales y muchos uniformes militares.

"REQUIERO A MIS COMPATRIOTAS"

Se hizo el silencio, y el Presidente inició su plática con la frialdad que le es característica. Tampoco se había inmutado su cara o el tono de su voz cuando cinco meses antes visitaba los barrios más afectados por el terremoto y los reporteros le hacían hablar en directo ante las cámaras de todo el mundo. Aquella tarde, como hoy, el Presidente no movió ni un músculo. "Mexicanos, la economía nacional enfrenta hoy uno de los retos más adversos del presente siglo. El mercado petrolero mundial está envuelto en una competencia caótica y en una guerra de precios generalizada. ( ... ) Hoy he convocado a mis compatriotas para hacerles saber en qué consiste la actitud y la acción del Gobierno en el ámbito nacional y en el internacional, y qué requiero de los mexicanos en esta hora dificil de nuestra historia...".Conforme iba avanzando el discurso, que el Presidente leía en un tono monocorde, los presentes en el Palacio Nacional, y probablemente todo el país, intuían que algo grave estaba a punto de ser conocido. No se oía ni una mosca y se cortaba el aire con un cuchillo.

"...Hoy no pueden hacerse más sacrificios. Muchos de vosotros habéis llegado al umbral de subsistencia. Llevamos tres años de austeridad, a veces casi inhumana, y no percibimos ninguna respuesta, ningún apoyo, ningún aliento del exterior. Y en este exterior hago mención preferente, aunque dolida, de nuestros 'vecinos distantes', los Estados Unidos de América, como los ha definido un exitoso periodista. Pensamos cada vez más que están abusando de nosotros. Y ahora, cuando la situación de la economía internacional nos es adversa, se proponen y nos aconsejan otra vuelta de tuerca...".

Algo está pasando. El Presidente no se caracteriza por ese lenguaje tan directo habitualmente. Por algo le llaman el huevos tibios. Parece un torero que da capotazos interminablemente, pero no mata. En cada corrida termina con tres avisos.

"...Ya basta de expolios. Os pido un nuevo esfuerzo, pero esta vez para instaurar una economía de guerra interna, de modo que todo lo que produzcamos sea para nosotros mismos. Hemos de trabajar más con menos, pero todo será, para el pueblo de México. Nadie nos volverá a decir el dónde, el cuándo o el cómo de nuestra política económica. Así volveremos a ser grandes...".

MÉXICO INSURGENTE

Quién no ha recordado la imagen de López Portillo el 1 de septiembre de 1982, en la plaza de la Constitución, anunciando ante la multitud la nacionalización de la banca, culpable del despojo? En la sede de la Asociación de Corresponsales Extranjeros, los dos periodistas del Financial Times se miran incrédulos. El corresponsal estable le dice al redactor encargado de la economía de América Latina, enviado especial al evento: "No te muevas de la televisión. Voy a llamar a la redacción central para que retrasen el cierre de la edición. Esto es algo gordo". El periodista detiene sus ojos en las pocas muecas del Presidente, y por un instante le pareció realidad algo leído recientemente. Se trataba de algunos párrafos del libro El 'shock' de la deuda, escrito por un colega, en los que se puso a imaginar, a borbotones, qué pasaría en el mundo si López Portillo hubiese avanzado en la línea estatalizadora de sus últimas medidas o si algun país le hubiese acompañado en la ruptura con el sistema financiero internacional."...Por tanto, no pagamos ni pagaremos la deuda. Nos parece una hipocresía retrasar una y otra vez el problema. Es mejor que digamos de una vez a nuestros acreedores: repudiamos los 100.000 millones que decís que os debemos. Disminuir en esa misma cantidad los gastos militares y no pasará nada, no se hundirá nada, y los pueblos os lo agradecerán".

En el Palacio Nacional nadie reacciona, continúa el silencio, no se mueven las cabezas. Los invitados parecen hipnotizados, o la consciencia de lo que se les viene encima les inmoviliza. En la Asociación de Corresponsales Extranjeros ocurre al revés: es la estampida. Télex y teléfonos se han ocupado como por arte de magia. Los periodistas europeos blasfeman pensando que la diferencia horaria les impedirá llegar a tiempo. Es el siglo de los medios audiovisuales, que pueden conectar en directo.

"...Os confirmo que no cederemos. Antes de comenzar a hablaros he dado instrucciones a las autoridades pertinentes para que controlen, en nuestras fronteras, y en el interior del país, cualquier conate, de violencia o de sabotaje de los elementos reaccionarios. El Ejército nacional queda militarizado a partir de este momento. ( ... ) Por último, no quisiera dejar de dirigirme a los pueblos hermanos, a las naciones latinoamericanas. Para que reaccionen ante el expolio, para que nos acompañen en esta segunda independencia económica, para que nos ayuden al previsible aislamiento a que intentarán someternos. A que definan de una vez por todas ese club de deudores y lo conviertan en un elemento activo de repudio de los créditos. Juntos no podrán contra nosotros. A los servidores públicos les exijo redoblar la vigilancia y la disciplina para evitar los sabotajes; a los ciudadanos gobernadores del Estado les pido fortalecer la convivencia, todos hechos una piña; a los obreros de mi país les pido que luchen junto al Gobierno de la República para proteger nuestras industrias y para ampliar la producción; a los campesinos les convoco para que incrementen su esfuerzo para producir los alimentos que el país requiere.

( ... ) Convoco a la nación a participar unida y a sumarse toda para defender los principios básicos que hemos sostenido los mexicanos a través de nuestra historia. Nadie puede quedarse fuera del gran combate que libramos. Todos los sectores de la sociedad tienen, ante este reto, un compromiso: tomar su lugar en la batalla por la nación". Es el México insurgente de aquel soberbio periodista norteamericano, John Reed, el que vivió los Diez días que estremecieron al mundo.

EL DÍA DESPUÉS

El Presidente no fue descortés con la banca y las autoridades monetarias occidentales al anunciar su economía de guerra. Es más, fue todo un detalle dar a conocer las medidas un viernes por la noche. Así, concedió el largo fin de semana a la comunidad financiera internacional para reaccionar, justo los días en que la mayor parte de las bolsas de valores permanecen cerradas. Evitó, por tanto, un crack inmediato.El sábado amaneció en el distrito federal como un sábado cualquiera. A las siete de la mañana se adivinaba el calor que los mexicanos iban a pasar, pero, al igual que una semana antes, a esa hora los coches no circulaban. Los puestos de periódicos permanecían abiertos: la totalidad de ellos titulaba a toda página y con no muy distintas frases: "DLM (las siglas se estilan mucho en el periodismo mexicano) repudia la deuda", "Moratoria final de la deuda externa. Viviremos con lo nuestro", "México recupera su dignidad: no a la deuda". En los antetítulos y sumarios se desarrollaban las ideas básicas del discurso del presidente: "Militarización de la sociedad para evitar el sabotaje", "DLM pide la solidaridad de América Latina", "Hemos llegado al umbral de subsistencia; les corresponde a ellos hacer sacrificios", "Eliminar la deuda reduciendo gastos militares", "Convoca DLM a resistir y no ceder", etcétera.

Prácticamente ningún diario se salió de la línea; unos, por afinidad ideológica con las medidas; el resto proseguía con la clásica trayectoria institucional de apoyo al Gobierno. únicamente El Financiero, vinculado a intereses empresariales, se atrevía a editorializar distinto en su primera página, esbozando tímidamente una pregunta en un titular secundario: "¿Qué pasará?", planteando, entre otros interrogantes, qué iba a suceder con el mundial de fútbol a celebrar tres meses después.

En el interior de los diarios, además de la reproducción íntegra del discurso del mandatario y de las primeras reacciones positivas de los líderes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de los pequeños partidos de izquierda y dirigentes gremiales, grandes planas publicitarias convocando al pueblo de México a una manifestación monstruo en el Zócalo.

POR LA DIGNIDAD NACIONAL

Casi toda las páginas de publicidad llevaban el mismo encabezamiento: "Por la dignidad nacional. No cederemos", e iban firmadas por la Confederación Mexicana de Trabajadores o por algunos de los sindicatos de rama o empresa existentes. Al resto de las organizaciones sociales o políticas (colegios profesionales, agrupaciones sectoriales, etcétera) no les había dado tiempo de reaccionar. Sin embargo, la respuesta inmediata había sido impresionante.Conforme iba avanzando el mediodía, la ciudad se parecía más a un hormiguero, con su sede central en el Zócalo. Fotógrafos de todas partes, que no se sabía de dónde habían aparecido, se agolpaban en los edificios altos del paseo de la Reforma para reflejar las multitudes. La piscina del hotel María Isabel Sheraton, uno de los lugares que mejor habían resistido los terremotos anteriores, era testigo de un gran contraste; por una parte, los turistas que tomaban el sol y se bañaban en el agua climatizada; y a su alrededor, decenas de reporteros gráficos que sacaban sus instantáneas de las columnas humanas y salían corriendo para no perder un lugar privilegiado en las cercanías del Palacio Nacional.

En algunas pequeñas oficinas, generalmente de matriz multinacional, en las que los pocos burócratas de nacionalidad norteamericana o europeos acostumbraban a trabajar los sábados por la mañana, ondeaba la bandera rojinegra que anuncia la huelga, y pelotones de piquetes impedían la entrada. Bastantes días después de estos sucesos se conoció el gasto desproporcionado en conferencias telefónicas internacionales de aquella noche. Varios establecimientos multicentros y supermercados -Vips, Sanborn, Gigante, Aurrerá, Liverpool- que no habían tenido la perspicacia de cerrar sus puertas, fueron arrasados por centenares de personas, que acabaron con las existencias. Justamente ese día, los guardias privados que habitualmente vigilaban las cajas de cobro de estos lugares habían desaparecido como por encanto. "Son los costes del hambre", justificaría varias fechas después el secretario de Gobernación al predicar la calma y avisar que no se tolerarían los desmanes incontrolados.

Pancartas y gritos repetían las esencias del discurso presidencial. Se bebía el fervor nacionalista; todo el mundo parecía atacado del delirium tremens. En un pueblo tan aficionado al deporte, y especialmente al fútbol, como el mexicano, el mundial parecía haberse convertido en un enemigo: "No queremos goles, queremos frijoles", decían algunas de las sábanas pintadas precipitadamente. "Es incompatible la fiesta (el mundial) con el dolor", se leía en una pancarta sofisticadamente intelectual. Incluso el ídolo nacional hasta un día antes, el delantero centro del Real Madrid, el mexicano Hugo Sánchez, era insultado por estar fuera y no acompañar a sus conciudadanos en la rebelión.

LA FIEBRE NACIONALISTA

Una hora después de lo previsto, a la una de la tarde, aparecía el Presidente en el balcón principal del Palacio Nacional, en la Plaza de la Constitución. Es imposible describir la euforia y la fiebre nacionalista y populista de las miles y miles y miles de personas que abarrotaban el Zócalo y las calles adyacentes. Del interior de la multitud parecía brotar la frustración de muchos siglos. Un detalle significativo: acompañaban al presidente los miembros del Gabinete calificados comúnmente como los políticos; destacaba ostensiblemente la ausencia de los tecnócratas, especialmente del secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, quien hasta poco antes era considerado como el futuro tapado para la presidencia de la República en el próximo sexenio. Los que se dieron cuenta inmediata de esta circunstancia se preguntaban: ¿Se habrá ido del país?El Presidente repitió su discurso del día anterior. Es curioso, pero ni en estas circunstancias le salía apenas una palabra más alta que la otra. Conservaba su frialdad. El Presidente aportó algunos datos de última hora que enervaron más los ánimos, si cabe: en el norte del país, en los Estados de Sonora y Chihuahua, había sido detenidos algunos dirigentes del partido de extrema derecha Acción Nacional y varios empresarios, acusados de sabotaje y de fuga de capitales. No se descartaban otras acciones desestabilizadoras. El mandatario apeló a la serenidad y al sentido cívico de los ciudadanos y les exhortó a vigilar que no se cometieran desmanes contra la propiedad privada. Anunció que se reforzarían los puestos de policía en el distrito federal (6.000 policías más en pocas horas) y que se nacionalizarían sin contemplaciones los bienes y las propiedades de los desestalbilizadores. El Gabinete estudiaría a continuación la necesidad del Estado de sitio en las ciudades y se suspendían los espectáculos públicos y la Liga de fútbol....

Mientras esto ocurría en el interior de México, en la metrópolis del imperio todo eran entrevistas. Tras unas horas de preocupante silencio, el secretario del Tesoro norteamericano, James Baker, convocaba en Washington una conferencia de prensa. Se conocía que el presidente Reagan había suspendido su habitual descanso del fin de semana en Camp David y que permanecía reunido con el Gabinete de crisis, sus más directos colaboradores civiles y militares. El director gerente del Fondo Monetario Internacional y el presidente del Banco Mundial, Jacques de Larosiere y Thomas Clausen, habían volado de Nueva York a Washington y se encontraban encerrados con el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, y el comité de bancos asesores de México, encabezado por el presidente del Citibank.

Baker apareció acompañado del secretario de Estado, George Shultz, que fue quien dirigió el escueto mensaje sin derecho a preguntas: el Gobierno norteamericano apoyará sin reservas a los bancos afectados (700 bancos de todo el mundo eran acreedores de México), entre ellos, las 20 instituciones financieras más grandes del mundo, y no permitirá su quiebra; se intervendrán inmediatamente las cuentas, bienes, acciones, depósitos del Gobierno de México en Estados Unidos, y aun los de los ciudadanos particulares de nacionalidad mexicana. Ya ha comenzado la incautación de los aviones de Aeroméxico y de Mexicana, y de los barcos de esta nacionalidad, incluidos los buquetanques, remolcadores abastecedores, chalanes, barcazas, remolchadores y lanchas que en número de 111 pertenecen a Petróleos Mexicanos. Por último, se interrumpe la actividad de las bolsas de valores, sine die, mientras se aclara la situación a partir del lunes. Naturalmente, se defenderá la divisa norteamericana para que no caiga "anormalmente".

Más que conferencia de prensa, fue la lectura de un comunicado. El portavoz de la Casa Blanca, Larry Speake, cerró el monólogo de las autoridades estadounidenses inmediatamente.

Pocas horas depués, a media tarde del sábado, la cadena norteamericana de televisión CBS conseguía un gran scoop: las primeras declaraciones del joven presidente pertíano, Alan García: "Estamos considerando la llamada a la solidaridad de México. La ruptura con los acreedores es el resialtado de la rapiña y de la inflexibilidad de la banca internacional y de Estados Unidos. Perú ayudará en lo que puede a México. Hemos pedido una reunión de urgencia del Grupo de Cartagena para definimos multilateralmente sobre el hecho. Nos parece valiente y positiva la posición de Miguel de la Madrid". El canciller uruguayo, Enrique Iglesias, secretario del Grupo de Cartagena, confirmó que los 11 países más endeudados de América Latina, mejor dicho los 10, ya que México no asistiría se reunirían al día siguiente en la Casa Rosada, teniendo como anfitrión al presidente argentino, Raúl Alfonsín. En Venezuela se producían manifestaciones convocadas por los partidos de oposición a Jaime Lusinchi, que acababa de firmar en Nueva. York una reestructuración de parte de su deuda externa en condiciones consideradas como onerosas para el país petrolero. Saúl Ubaldini, líder de la todopodera Confederación General de Trabajadores argentina, se enganchaba al carro de los rebeldes y reclamaba del Gobierno radical "una respuesta tajante y positiva hacia nuestros hermanos mexicanos".

En esta vorágine sorprendía en el mundo entero el silencio sepulcral de laUnión Soviética. El PCUS celebraba justo en esos días su 27º congreso. Los líderes comunistas del mundo se encontraban reunidos en Moscú. Horas antes del discurso de ruptuira del presidente mexicano, había intervenido en el congreso el presidente cubano, Fidel Castro, que repitió sus tesis de costumbre: la deuda del Tercer Mundo es impagable y hay que caducarla inmediatamente.

Algunos diarios europeos, que por la diferencia horaria no habían podido alcanzar en sus ediciones normales las noticias procedentes de México, distribuyeron ediciones especiales. En ellas se especulaba sobre la posibilidad de que desde primeras horas del lunes miles de millones de dólares saliesen de Estados Unidos y se transfiriesen a cuentas de los países de la Comunidad Europea. El francés Libération, muy sarcástico, se preguntaba: "¿Acabará siendo la socialista Francia más segura para el capital que los ultraliberales Estados Unidos"?

Los principales periódicos españoles eran voceados por las calles de Madrid y vendidos en los quioscos de las Ramblas barcelonesas. En ellos se incluía una declaración del presidente del Gobierno, Felipe González, ofreciéndose a una inediación entre los países acreedores (de los que España es apenas una gota, el 2% del total) y el Gobierno mexicano. La mayoría delos iniedios de comunicación condenaban la acción unilateral de Miguel de la Madrid, pero matizaban que se había dejado pudrir el problema de la deuda externa hasta la exasperación.

En la edición habitual del domingo, The Wall Street Journal, diario norteamericano conservador, portavoz del mundo financiero, titulaba: "Se desconoce la magnitud del crack. ¿Ha empezado la tercera guerra mundial?".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_