La mojiganga de la muerte
Este coro de ulanos en torno a una mujer uniformada a caballo, mientras suena una marcha, podría ser efectivamente un número de revista; pero los militares, del color de la plata vieja, están como desenterrados, y vuelven a morir, y el caballo es un esqueleto, y la marcha tiene un dejo fúnebre, de viernes santo. ¡Que revienten los artistas! el espectáculo de Tadeusz Kantor, es una gran fiesta macabra, una mojiganga de la muerte como las que hacían nuestros cómicos primitivos: después de todo, cierta necesidad de desahogarse de una forma de catolicismo apremiante y culpabilizador, desde dentro de él, unifica tiempos y espacios aparentemente lejanos. También podríamos ver algo de los grabados de Goya.Esta mojiganga centroeuropea de Kantor profundiza en el mundo ceniciento y consumido en el que vive desde hace años su obra teatral, y en la necesidad de aliviarlo con el humor en su forma de convertir la impotencia en superioridad. Tiene el color del cine mudo cómico, y algunos de los personajes, bombín, levita ridícula, bigote lacio, movimientos entrecortados. Pero con otras dimensiones de angustia. Los seres que transitan están como descerebrados, en esa especie de suspensión entre la muerte y la vida de los zombis, sobre todo de la literatura, también centroeuropea, del vampiro.
¡Que vienen los artistas!
De Tadeusz Kantor. Intérpretes: Tadeusz Kantor, Leslaw Janicki, Waclaw Janicki, Micha Gorczyca, Maria Kantor, Maria Krasioka, Mira Rychhcka, Zbigniew Bednarczyk, Lech Stangret, Roman Siwulak, Teresa Welminska, Eva Janicka, etcétera. Producción: Cricot-2. Director: Tadeusz Kantor. VI Festival de Teatro de Madrid. Sala Olimpia. Madrid, 4 de marzo.
Ver morir
Les estamos siempre viendo morir de todas las formas posibles -en la cama del hospital, en el campo de batalla, en la horca, en el palo de la tortura, que es donde hay más aproximación goyesca- y seguir viviendo incesantemente para volver a morir (hay un sistema repetitivo que duplica o triplica los efectos, de forma que penetran cada vez más), y esa muerte es siempre patética y cómica. Como en Samuel Beckett.Citar a Samuel Beckett, a Francisco de Goya, la mojiganga o el cine mudo, no indica en ningún caso que haya una servidumbre de Tadeusz Kantor, sino una tradición y una larga línea: una cultura y una posición ante la vida y ante la muerte.
Tiende la evocación de esas reminiscencias a rechazar la idea fácil de la polacidad de Kantor o de una forma de nacionalismo que haría proceder su teatro de las violentas ráfagas de historia sangrienta sobre Polonia; todo país ha sido víctima mil veces, y lo que refleja Kantor es la condición de la víctima.
Probablemente, la denominación de artista que hay en su título se refiere más a una generalidad de personas consideradas como inútiles y sobrantes por unas sociedades de rigor político y militar, que al desarrollo de un oficio en sí. Habla de una mentalidad.
Kantor, como siempre, está en escena rodeado de sus personajes, que son un desdoblamiento de sí mismo de su sentimiento de agonía para un antiguo espectador de Kantor, todo lo que sucede y cómo sucede es familiar.
Los mismos actores, con las mismas caracterizaciones y la misma perfección mimética; los mismos artilugios de mecánica primitiva, con sus torpes poleas y sistemas de tracción, con sus maderas agrisadas.
El mismo rigor de siempre. Con Kantor no hay que esperar sorpresas; a cambio de ello se tiene la tranquilidad de que hay una corroboración, una confirmación continua de su línea de pensamiento.
Quizá en ésta la barricada final, que es como un remedo -inútil decir que fúnebre- del famoso cuadro de Delacroix, suponga una brizna de esperanza. Por lo menos, el espectáculo es de una belleza teatral, de una elegancia plástica admirables.
Los actores, y personalmente Kantor, fueron aplaudidos con el entusiasmo de siempre y realizaron su desfile, con el aire de remedo de revista que subraya este espectáculo, como en un apoteosis final.
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