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Tribuna
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Los obispos, ante la consulta

El autor de este artículo recuerda, a propósito del referéndum, el espíritu de paz del Evangelio y de lo mejor de la tradición cristiana en favor de la paz, aun cuando cree que los obispos deben respetar las decisiones de los ciudadanos y sus legítimos representantes, sin inmiscuirse en sus responsabilidades. El articulista termina propugnando, sin embargo, la participación en el referéndum.

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Todo el mundo parece estar de acuerdo en desear la paz, con excepción de algunos pocos exaltados. Abundan las declraciones de principios en contra de la guerra y en favor de la paz. Desde este punto de vista, no parece que tengamos motivos de inquietud: nunca habrá guerra, porque nadie la quiere. Siempre habrá paz, porque todo el mundo "la ama, la ama". El problema comienza cuando entran en juego la semántica, la economía y la política. ¿Qué entiende cada uno por la paz? ¿Qué precio está dispuesto a dar por ella? ¿Qué camino seguir para alcanzarla?¿Para alcanzar la paz? Pero ¿es que hay guerra? Mejor sería hablar con claridad: Dejando aparte que existen guerras localizadas en algunos países, habría que decir que en el mundo en general no hay verdadera paz, porque no hay paz sin libertad y sin justicia. Salvando, por supuesto, las excepciones de rigor, bien podemos decir que en el primer mundo hay libertad, pero no hay justicia, con lo que tampoco hay verdadera libertad; en el segundo hay justicia, pero no hay libertad, y tampoco hay, por tanto, justicia verdadera; y en el Tercer Mundo, en muchos países ni hay justicia ni libertad.

Eso sin contar con la injusticia planetaria que representa la carrera de armamentos, que devora para la muerte lo que millones de hombres necesitan para no morir de hambre y de miseria, además de estar preparando la leña para encender el holocausto de la humanidad en una posible guerra nuclear. (Doy por sabidas del lector las escalofriantes cifras que demuestran que todo esto no es tremendismo ni retórica, sino una espantosa realidad que nos recuerda que todavía hay que alcanzar la paz".)

Informar al pueblo

El pueblo español se encuentra ahora ante una grave decisión que tomar, en relación con la pertenencia de España a la OTAN. Contar con el pueblo es bueno, por principio. ¿No es el verdadero soberano? Las circunstancias han hecho complicada esta consulta; de todos modos, parece positivo desengrasar, siempre que sea posible, los mecanismos necesarios para pasar de la democracia indirecta y parlamentaria a la democracia directa y popular. Pero es necesario informar al pueblo con toda claridad, sin secretismos innecesarios, que a veces están en manos de cualquier periodista avisado o de un espía de tres al cuarto; sin presiones ni manipulaciones; sin simplismos de charanga callejera ni eslóganes efectistas; sin voluntarismos retóricos; sin partidismos ni apasionamiento. Debemos confiar en el instinto político y el buen sentido práctico del que los españoles de hoy han dado ya pruebas en estos años de la transición.No es competencia de los obispos descender a la arena de las decisiones políticas. Desde la fe cristiana, todo tiene una dimensión, trascendente, y religiosa, pero la sociedad civil, como recordó el Concilio Vaticano II, tiene una legítima autonomía, que no significa independencia de Dios, sino que para conseguir su fin tiene sus propios cauces, sus medios y sus mediaciones. Pueden relacionarse a este respecto los dos párrafos siguientes de la Constitución Gaudim et Spes: "Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios" (G. S., 39). "Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía" (G. S., 36).

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Respeto al ciudadano

Son los seglares los que, con los demás ciudadanos, deben intervenir en la sociedad para colaborar al bien común, aunque el cristiano lo haga con unas motivaciones propias de su fe, que le presentan nuevas exigencias, nuevos esfuerzos y nuevos horizontes, desde el Evangelio, desde los sacramentos y desde la escatología. Los obispos debemos, como pastores de la comunidad, orientar y animar a los cristianos en su compromiso con el hombre y con la sociedad. En este caso, nos compete recordar el espíritu de paz del Evangelio y de lo mejor de la tradición cristiana hasta hoy mismo, con las repetidas intervenciones del Papa y los obispos en favor de la paz. Pero cuando se trata de elegir unos medios concretos, optar entre proyectos diferentes y alternativos que se presentan como posibles, debemos los obispos respetar las decisiones de los ciudadanos y sus legítimos representantes, sin inmiscuirnos en responsabilidades que no son de nuestra competencia. Lo mismo habría que decir, proporcionalmente, de los presbíteros; al menos, de los que tienen en parroquias o instituciones similares un ministerio pastoral. Naturalmente podemos -y creo que debemos- actuar en cuanto ciudadanos, pero aun ahí hemos de observar la mayor cautela para evitar hasta la mera apariencia de proselitismo o propaganda camuflada. Una colaboración al bien común significativa y, a la vez, discreta es acudir a las urnas, como cualquier ciudadano. Debo añadir en esta circunstancia que siempre me ha parecido más cívico votar que la abstención, salvo en los casos de fraude manifiesto, que ahora no se da. Por eso, en ocasiones anteriores me opuse al abstencionismo de la izquierda, y voté; ahora me opongo al abstencionismo de la derecha, y votaré.

Alberto Iniesta es obispo auxiliar de la diócesis de Madrid-Alcalá.

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