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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las tres caras de Lulú

Las películas, españolas o no, acostumbran a estar protagonizadas por hombres, al menos últimamente. Lulú de noche es una historia en la que se busca la mujer soñada y en la que ellas son las auténticas heroínas. Assumpta Serna, Amparo Muñoz y Patricia Adriani son las tres posibles Lulús imaginadas por un cineasta misógino y burlón que se identifica, esquizofrénicamente, con Imanol Arias y su pasión destructora, y con Antonio Resines y su infantil manera de servirse de la representación. Una Lulú, la interpretada por Assumpta Serna, es una mujer práctica, razonable y dominadora, que se sirve de los hombres y sabe llevar una vida ordenada; la segunda, la encarnada por Patricia Adriani, es la clásica falsa tonta, esa ingenua inculta y atractiva que se pasea desnuda como si de pronto se hubiera olvidado de que todo el vecindario la ve y sueña con seducirla; la tercera Lulú es Amparo Muñoz, la más misteriosa, la única dispuesta a dejarse arrastrar por el lado oscuro de las historias.Son tres opciones, peligros y sueños para Antonio Resines e Imanol Arias, empeñado el primero en un ideal falso que ha de concretarse sobre el escenario aun cuando él sólo desea conocer, una tras otra, distintas mujeres que se le ofrecen en ese espacio equívoco que enmarcan las bambalinas. Para Imanol Arias, que conoce esa especial síntesis que es Asunción Balaguer o la animalidad de Pilar Marco, está Plaro que Amparo Muñoz será su Lulú. Ella juega fuerte y, como él, quiere que la pasión lo comporte todo, incluido el peligro de muerte.

Lulú de noche

Director: Emilio Martínez Lázaro. Intérpretes: Amparo Muñoz, Imanol Arias, Patricia Adriani, Assumpta Serna, Antonio Resines, Asunción Balaguer, Fernando Vivanco, Pilar Marco y el Gran Wyoming. Guión: Emilio Martínez Lázaro. Fotografía: Joan Amorás. Música: Ángel Muñoz Alonso. Española, 1985. Locales en Madrid: Gran Vía y Vaguada.

Con esos personajes e historias que se entrecruzan, Emilio Martínez Lázaro ha fabricado un producto divertido y extraño que es una rara mezcla de comedia y de drama en la que los cambios de tono (indicados incluso fotográficamente) se suceden sin que se produzca fractura alguna.

La película de Emilio Martínez Lázaro es como una bicicleta: si se para, se cae. Pero, sin ir nunca a grandes velocidades, Martínez Lázaro logra un ritmo constante, que la alternancia de farsa, comedia o drama se sostenga tanto en el entramado argumental como en el humor -incluso la frialdad de la puesta en escena es posible- que destila el conjunto.

El trabajo de los actores

Así, de la misma manera que Assumpta Serna invade la clausura de una concentración futbolística para reclamar los servicios eróticos de su musculoso novio, el Papa aparece, omnipresente, cuando Rufo se deja llevar por su deseo de dinamitarlo todo. En el primer caso, la solución es evidentemente vodevilesca, mientras que en el segundo es de naturaleza buñueliana.En un filme como Lulú de noche, la elección y el trabajo de los actores es un elemento fundamental para el logro del filme, y más aún teniendo en cuenta el tipo de planificación preferido por el director, que renuncia a menudo al montaje estricto en favor de tomas más largas y con movimiento en el interior del cuadro. Por ejemplo, la intensidad que adquiere la secuencia de amor automovilístico entre los personajes Rufo y Nina nace en buena medida de lo prolongado de la toma y de la complicación que comporta, incluso física, para los actores.

Pero volvamos a ellos. Amparo Muñoz (Nina) se confirma como una presencia elegante y muy dotada para la comedia y todas las formas de interpretación que requieren una cierta ambigüedad; Imanol Arias ofrece una imagen muy distinta de la habitual, menos blanda y simpática, más agresiva, y sale bien librado aunque peca con la parte más teórica de la película; Patricia Adriani está formidable en un tono caricaturesco; Assumpta Serna compone la Lulú más adulta sin perder el humor, y Antonio Resines y Fernando Vivanco son los que más de acuerdo se mueven con su imagen tradicional. Asunción Balaguer, en su reaparición cinemafográfica, es una madre esperpéntica, a mitad de camino entre Almodóvar y la imaginada por Perkins en Psicosis.

Lulú de noche no es una película redonda, quizá porque el ensamblaje, de todas las piezas resulta trabajoso hacia el final, cuando la pasión destructora entre Nina y Rufo deja a los demás en un obligado segundo término. Es lógico. Ése era el núcleo del proyecto, aunque luego Martínez Lázaro haya tendido muchos más hilos. Wedekind o Pabst, en esquema, están ahí -eso lo resume a la perfección el Gran Wyoming-, pero la posibilidad de contemplar el mito con ironía surge del embrollo suplementario.

En definitiva, Lulú de noche, de Martínez Lazaro, es algo mejor: una película que te hace pensar que el cine español, si no se deja atrapar por la veneración para con los textos literarios, si aprende a tomarlos como pretexto porque tiene algo que decir sobre ellos y lo que explican, no está falto de gente con talento, capacidad para hacer cosas distintas y, sobre todo, con ganas de hacerlas.

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