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Tatuar con gracia la piel de los libros

Encuadernadores españoles exponen sus diferentes estilos de envolver la literatura

Los tres volúmenes de una Divina comedia encuadernados por Ramón Gómez dejan ver, si se miran sus portadas a través de un cristal verde, alegorías de muerte y desolación tomadas del Guernica de Picasso, o, en el tercero, su conocida paloma de la paz. A simple vista parecen mosaicos un punto enloquecidos, algo así como vidrieras de cuero moderno. Los tres volúmenes de Ramón Gómez pertenecen a la muestra sobre La encuadernación española actual que se exhibe en la Biblioteca Nacional hasta el mes de abril. Según este autor, los perfiles de Calixto y Melibea, vistos al revés, dan la cara de Celestina.

El de los encuadernadores, es otro de esos mundos semisecretos, por minoritarios, más o menos gobernados por corrientes de gusto específicas, un mercado de selección natural muy cruel, pese al renacer del oficio, y unos cuantos, muy pocos, maestros reconocidos. En la muestra exponen algunos de ellos.Antolín Palomino, por ejemplo, hijo de un cordelero castellano que, durante la guerra, después de haber ya vivido una existencia que daría para varios volúmenes de Dickens, ingresó en el Ministerio de la Guerra para restaurar planos y encuadernar documentos. Luego viajó a El Salvador y a la República Dominicana, engañado por el dictador Trujillo, que le dejó con el contrato colgando pese a sus múltiples firmas oficiales. Ahora, consagrado por la admiración de sus discípulos, se queja de inactividad después de haber vendido su taller a las Artes Gráficas Municipales, a iniciativa de su antiguo cliente el bibliófilo Enrique Tierno Galván.

Parece ser, según expertos, que hoy en día el estilo que predomina es la ausencia de ellos, como en tantos terrenos, pero los trabajos de Palomino podrían indicar lo que es el clasicismo en esta parcela. Salvo algún ejemplar figurativo de las Rimas de Bécquer, o de La gitanilla de Cervantes, la encuadernación de Palomino tiende a ornamentar. Los motivos no son fantasías, aunque lo parezcan; por el contrario, están clasificados de antiguo no sólo por sus formas, sino por los instrumentos que tatúan los dibujos en las pieles de los libros para siempre. Para el neófito, estos instrumentos sugieren a veces tanto como sus obras.

Lujosa eternidad

La tentación del para siempre es probablemente la que impulsa a los aficionados a encargar una piel de lujo para un libro. Porque es un lujo: una encuadernación de arte puede llegar a valer millones. Es más, en este mundillo un libro suele valer por la piel, por el valor de su tatuaje, no tanto por su contenido, que en casos puede ser perfectamente ilegible. De ahí que los libros que llegan a manos de los encuadernadores sean principalmente obras trascendentes. Clásicos de la poesía, la religión, la política. Se exhibe en esta muestra una Constitución española de 1978, encuadernada por Elvira Julieta Miguélez; en marroquí tostado, representa un mapa de España que se abre como una puerta de doble batiente para dar pago a un escudo constitucional en el que la artesana ha perfilado imaginarias autonomías en rojo y negro.El catalán Emilio Brugalla, de 85 años, es otro de los maestros reconocidos en España, y, en efecto, su biografia se puede superponer sobre las de otros artistas mediterráneos. Precoz aprendizaje en talleres de su tierra, emigración al norte, regreso con el privilegiado estatuto de artesano independiente creación de escuela. Su estilo cambia según el libro, pero parece apreciarse cierta tendencia barroca y sentimiento religioso. Su hijo Santiago, también encuadernador reconocido, piensa que los pasos que debe dar el artesano son impregnarse bien del contenido del libro e intentar evocarlo.

Si de eso se trata, Miquel Plana lo Consigue plenamente. Es quizá el más moderno de los que exponen. Suyo es un ejemplar de El cuervo, de Edgar Allan Poe, que no solo es negro como el pájaro, según el tópico, sino que las cubiertas, con el juego de luces de las vitrinas, parecen tener una textura aterciopelada de ala de cuervo.

Libros giratorios

La exposición se ayuda de una emisión de vídeo, en la que los maestros explican sus técnicas dos veces al día en el espacio oscuro de un pequeño cine creado al efecto.Algunas de las vitrinas de la muestra incluyen pequeños podios giratorios para poder ver el libro desde más de un ángulo, considerándolo una suerte de escultura. Igualmente, algunas guardas (el forro de las cubiertas) reciben consideración de obra de arte por sí mismas, y se exhiben enmarcadas. Pese a su carácter abstracto, suelen evocar también el tema del libro. Por ejemplo, las guardas de Sin novedad en el frente, de Eric Maria Remarque, pintadas a mano por Palomino, evocan, en su abstracción, la nieve, las alambradas, quizá también las balas y la sangre. Las guardas de Castilla, de Azorín, son ocres y amarillas.

El gusto de algunos encuadernadores se presta a veces a la polémica. Como dice Luis Revenga, diseñador de la exposición, es un arte que suele oscilar entre el refinamiento y el pastel". Así, un ejemplar de las Rimas de Bécquer -motivo frecuente de encuadernación- puede ser ilustrado con unos ojos verdes flotando sobre un campo romántico con tumba, cipreses, niebla.

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