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FESTIVAL DE CINE DE BERLIN

El ombligo

¿Qué hace en una pantalla pública ese cortometraje ultraprivado del eminente Ingmar Bergman titulado El rostro de Karin? Es humano que, de tanto oír alabanzas, el alabado acabe sintiéndose ombligo del mundo, pero de ahí a comportarse como tal hay un paso que es tonto, cuando no obsceno, dar.

En el caso de este cortometraje de Bergman sobre el álbum familiar de su madre no hay, ciertamente, ninguna obscenidad, porque hay contención, pero sí hay un gramo de tontería, esa vanidad un poco pueril que amenaza incluso a las personas más ascéticas cuando son insinceras en algún momento de su vida.

La insinceridad de Bergman comenzó cuando hace unos años dijo, con voz cansada de Dios en el sexto día de la creación, que nunca haría más cine. Pues bien, lo ha hecho y va a seguir haciéndolo.

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Este documento íntimo de Bergman es todo lo contrario de intimista. En cierta manera es casi exhibicionista: una manera de estar presente guardando la coartada de la ausencia.

Hay que esperar al gran Bergman que pronto enviará al Festival de Teatro de Madrid su montaje teatral de Señorita Julia, de August Strindberg, pero a éste olvidémoslo.

El tierno amor del cineasta sueco por su madre es probablemente una fuente de su obra, pero la mediocre elegía visual de este cortometraje es cine de mesa camilla, apto para sus nietos, lo que indirectamente deja entrever que Ingmar Bergman, con El rostro de Karin, ha mirado a su público como a gente no adulta.

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