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Castelao 86

Fue Castelao, el centenario de cuyo nacimiento conmemora este año Galicia, un fundador de tradición. Frente al apoderamiento totalitario de la historia, o frente a la historia como forma de error, tuvo y mantuvo explícitamente la tradición como fuente de verdad. "Por fortuna", afirma en esa bella pieza oratoria que intituló Alba de gloria, "Galicia cuenta con algo más que una historia amputada; cuenta con una tradición de valor imponderable, y eso es lo que importa para ganar el futuro". No se sometió, pues, a la adversidad ni aceptó la historia como derrota. "La tradición", escribió, "no es sierva del tiempo". De ahí la inmediatez que su figura guarda y la proyección eminentemente política de ésta en el momento actual de Galicia.Sería difícil escamotear o mermar la significación política de quien ha sido, en lo próximo, el más definitivo y eficaz consolidador -Vicente Risco representa sobre todo la aportación del nutriente teórico- del pensamiento nacionalista gallego en una acción nunca abandonada. Sigue guardando ese pensamiento en tantos de sus puntos centrales -soberanía natural, autonomía, federalismo, pacifismo, antiimperialismo-, elementos e incitaciones de muy considerable vigencia. En rigor, Sempre en Galiza, el libro clave que Castelao publicó en Buenos Aires en 1944 y que, después de su muerte, volvió a publicarse allí en edición aumentada en 1961, debería utilizarse como elemento de base para la educación cívica de cuantos sean gallegos de nación.

Es curioso comprobar hasta qué punto lo galaico se sintió, y se sigue sintiendo, en otras latitudes peninsulares como lo propio de un ámbito naturalmente remoto y brumoso, y, en consecuencia, naturalmente propicio al desconocimiento. Galicia ha sido, a lo largo de la historia, la reiterada propuesta de un desconocimiento. Probablemente nada han hecho para disipar ese desconocimiento las minorías gallegas -aristocracias y oligocracias absentistas- que desde hace siglos han acarreado o traído de su tierra valores y riquezas -gallegos traedores les llamó bien pronto el muy extraordinario conde de Gondomar- hacia las áreas del poder central, con una vaga o inerte tendencia al olvido o a la postergación de su origen. De ahí que el camino de traedor a traidor fuese, ya al decir del propio Gondomar, tan breve.

Y de ahí también que el nacionalismo gallego encierre no sólo la reivindicación de una identidad exteriormente amenazada, sino también -y acaso sobre todo- la reivindicación de una identidad interiormente traicionada. También se explicaría así, y no sólo por inevitable arrastre arcaizante de sus orígenes románticos, el populismo de los nacionalistas gallegos y la imagen de Galicia, constituida fundamentalmente como nación de campesinos y marineros.

En esa tierra extrema, lugar del cabo del mundo, objeto de tan persistente desconocimiento, el nacionalismo se constituye, por supuesto, sobre la afirmación apasionada del hecho diferencial gallego, de la particularidad y de la identidad de Galicia ("energía étnica que vive en los limos de la conciencia nacional").

Pero, en rigor, el nacionalismo gallego no se estructura en formas excluyentes, sino que adopta muy pronto formas solidarias. Nacería, dijérase, no tanto para la separación como para formas superiores y más libres de unión. Es, explícitamente, en Castelao un nacionalismo universalista, y ese universalismo encuentra su primera proyección en el ámbito peninsular. "Creemos", escribe, "que el separatismo es una idea anacrónica, y solamente lo disculpamos como un movimiento de desesperación que jamás quisiéramos sentir. Esto significa que los defensores de la posición maximalista de Galicia no intentamos romper la solidaridad de los pueblos españoles -reforzada por una convivencia de siglos-, sino más bien posibilitar la reconstrucción de la gran unidad hispana o ibérica".

La soberanía natural, reconocida y respetada, fundamenta la conciencia solidaria de la nación, que puede así integrarse libremente en un Estado de estructura federal. Federalismo, federación ibérica, federación europea: progresión de la conciencia liberada de los pueblos hacia una unión mundial.

¿Utopía? Ciertamente. Pero no de otra sustancia fue el sueño que alimentó la acaso no renunciable propuesta de un socialismo internacional. Por castración temprana en su componente utópico y por obediente o precavida renuncia a su componente científico, los socialismos se reducen a cero. "Los gallegos", desliza oblicuamente la voz de Castelao, "no somos hombres lógicos, quizá porque nos anubla los ojos la brisa del Atlántico". La lógica, en efecto, está en la burda reducción de la política al arte de lo posible, en la desmovilización de lo imaginario colectivo, en el pragmatismo del poder que atiende sobre todo a la perduración de éste, en el hábil zurcido del discurso electorero que se teje y se desteje a la vez, en el hilo inconsiltil de la caciquería y el clientelismo. Todo lo que Castelao combatió. Todo lo que, pertinazmante, sobrevive. No, no somos hombres lógicos. La utopía, por eso.

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