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José María Fuster

Vulcanólogo español, participó en el equipo internacional que estudió la erupción del Nevado del Ruiz

Javier Rivas

"La gente te preguntaba inmediatamente si tenían que abandonar sus casas". La gente a la que se refiere José María Fuster, geólogo y vulcanólogo, son los afectados por el volcán colombiano Nevado del Ruiz, cuya erupción del 14 de noviembre de 1985 acabó con la vida de más de 20.000 personas. Días después, Fuster, junto a siete científicos españoles más, comprobaría sobre el terreno y durante tres semanas los efectos de la catástrofe en compañía de especialistas de Estados Unidos, Canadá, Suiza y Francia.

Un currículo extenso y lleno de sobresalientes, que rebosa en una de las múltiples carpetas de su despacho, es la mejor muestra de la carrera profesional de este vallisoletano de 62 años, catedrático de Petrología Ignea y jefe de departamento en la Universidad Complutense de Madrid.Está considerado el mejor vulcanálogo de España, aunque él prefiere afirmar que "Io que sucede es que en el país de los ciegos, los tuertos son reyes, y en España somos muy pocos en esta especialidad. Además, establecer comparaciones no es labor mía".

Dedicado a la investigación y a la enseñanza universitaria desde hace casi 40 años, vive su trabajo como una pasión, aunque teniendo claro que "dedicarse de lleno a la Universidad es excesivamente absorbente; por otra parte, un profesor universitario debe ser un hombre al día, tanto en su materia como en las aplicaciones de su ciencia a la realidad práctica, y esto es algo que se aprende sobre el terreno".

"Si yo, por ejemplo, no tuviera experiencia en erupciones reales, cualquier dibujo que hiciera de una de ellas no sería sino caricaturesco".

Creer en la necesidad absoluta de la experiencia sobre el terreno es lo que ha llevado a Fuster a estudiar el Etna, en Sicilia, el volcán canario Teneguía, durante casi un año, y ahora, el Nevado del Ruiz.

"En España", cuenta, "se formó un comité oficial para responder a la solicitud de ayuda del Gobierno colombiano, y se constituyó un equipo de ocho científicos, en el que yo me integré".

"Nuestra labor consistía en reconocer desde un avión, los días que el tiempo no lo impedía, las zonas altas del volcán a las que no se podía acceder directamente. Observábamos cuidadosamente las modificaciones en el cráter, la columna de humo, etcétera, y comparábamos los cambios que se producían. Por tierra ascendíamos hasta una altura aproximada de 4.800 metros y allí estudiábamos los efectos de la erupción en las zonas altas".

Junto a la experiencia científica, está la experiencia humana: "Los supervivientes nos veían revestidos de un manto sobrehumano. Su temor principal radicaba en no poder medir el peligro, pues no habían sido educados para ello".

No cree que hubiera imprevisión del peligro por parte de las autoridades colombianas. "Los riesgos de una erupción del Nevado del Ruiz estaban delimitados con bastante precisión. Pero evacuar a la población es un problema de muy difícil respuesta al ser imposible precisar el momento exacto de la erupción. No es nada fácil decirle a una persona que se marche de su casa sin dar le una medida absoluta del peligro que corre. Creo que lo que falló fue la falta de una conciencia de catástrofe tanto en la población como en los políticos. Y ahora, por el contrario, lo que puede ocurrir es que se repita el cuento de Pedro y el lobo".

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Sobre la firma

Javier Rivas
Forma parte del equipo de Opinión, tras ser Redactor Jefe de la Unidad de Edición y responsable de Cierre. Ha desarrollado toda su carrera profesional en EL PAÍS, donde ha trabajado en las secciones de Nacional y Mesa de Cierre y en las delegaciones de Andalucía y País Vasco.

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