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Tribuna:REFLEXIONES SOBRE LA POLITICA EXTERIOR FRANCESA
Tribuna
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La 'guerra de las galaxias' no refuerza la seguridad de Europa

La Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) no nació ayer. Ni el debate público sobre ella. Reagan lanzó la idea el 23 de marzo de 1983 en una declaración televisada. En una carta que me envió ese mismo día, el presidente americano me informaba de sus intenciones: "Debemos esforzarnos por todos los medios posibles en reducir el nivel de los sistemas ofensivos... Mis consejeros, especialmente el comité de jefes de Estado Mayor, han recomendado un examen más profundo de las posibilidades existentes en la tecnología de defensa, dando así a nuestro pueblo, y a todos aquellos a los que protege el paraguas de la OTAN, la esperanza de que a largo plazo podremos un día garantizar nuestra seguridad sin amenazar a nadie ni a ningún territorio". Y añadía: "No hace falta que explique que soy perfectamente consciente de los problemas que suscita cualquier esfuerzo centrado esencialmente en la defensa estratégica. ¿Vamos a hacer de América una fortaleza? ¿Tenemos la intención de violar, de una o de otra forma, el tratado ABM o de no respetar nuestro compromiso con nuestros aliados? ¿Buscamos la capacidad del primer golpe? Todas estas eventualidades no tienen ningún sentido".Reagan esperó dos años antes de dar forma a su proyecto y de dirigirse a los países invitados a sumarse a él. Ya se sabe de qué se trata: un rosario de satélites dando vueltas en torno a la Tierra, fuera de la capa atmosférica, vigilando nuestro planeta; dotados con armas adecuadas, destruirían en vuelo los cohetes balísticos adversarios. Se conoce también la filosofía: borrar Hiroshima de las conciencias, reenviar a la prehistoria la pesadilla de la destrucción mutua asegurada, sustraer a la especie humana de los estragos de una inquietud sin igual, asegurando al mismo tiempo la defensa del mundo libre.

La visita de Weinberger

A principios de 1985 Reagan me confirma sus intenciones. Recibo el 27 de marzo la visita del secretario estadounidense de Defensa, Weinberger, encargado de traerme las deseables precisiones. Mi visitante insiste en tres puntos: se trata de investigaciones, no de fabricación, y todavía menos de despliegue. La nueva estrategia sería por naturaleza y por definición puramente defensiva y Europa quedaría protegida de la misma forma que Estados Unidos. Respecto a la invitación, Washington esperaba una respuesta rápida. ¿En qué plazo? El secretario de Defensa sigue siendo evasivo. Sin duda, ante la reserva irritada de las cancillerías europeas, ha renunciado a los 60 días previstos inicialmente. Una gestión amigable pierde su carácter cuando cede a la impaciencia...

De entrada observé que Francia no consentiría en suscribir ningún tipo de acuerdo, especialmente de índole militar, sin haber tomado parte en la decisión, y que el papel de ejecutor que nos había sido adjudicado era suficiente para justificar mi negativa. Después abandoné ese argumento para discutir lo bien fundado de la estrategia, al término de la cual se veía apuntar la guerra de las galaxias. Contesté en su oportunidad, cuando los negociadores rusos y americanos acababan de convenir en discutir en Ginebra; discutí el fondo: la defensa espacial no podría sustituir a la nuclear antes de medio siglo por lo menos. ¿Qué sucedería mientras tanto en Europa? ¿Por qué abandonar un equilibrio que garantiza la paz desde hace 40 aflos? Esta conversación convenció a nuestros amigos americanos de la resolución francesa de no compro meterse en la SDI. No volvió a plantearse la cuestión.

Quiero profundizar ahora la razones esbozadas durante mi (posterior) entrevista con Ronald Reagan, que me han llevado a eludir su propuesta y a correr el riesgo de un aislamiento que impresionó a la opinión pública francesa cada vez que uno u otro de nuestros aliados, incluidos los más próximos, anunciaba su adhesión, y que obligará a nuestro país, en un primer momento, a mantener la ruta por nuestros propios medios. Llegará después el momento en que, unos tras otros, los discípulos de la doctrina americana, los entusiastas y los tibios, comprenderán que al precio de algunos buenos negocios no tendrían acceso ni a la estrategia militar, ni a la industrial, ni a la más mínima elección, y que no tendrían ningún margen de apreciación autónoma sobre la marcha de las piezas grandes o pequeñas en el tablero de la guerra de las galaxias. Comprendo que las potencias que no poseen el arma nuclear tengan dificultades y deseen acceder lo antes posible a las nuevas reglas de la estrategia mundial. Pero temo, por una parte, que Europa padezca la evasión, al otro lado del Atlántico, de sabios, técnicos y de créditos que se ría preferible movilizar para otras ambiciones y, por otra, que la SDI no consiga lo que no han logrado desde la II Guerra Mundial ni las campañas aislacionistas ni los envites soviéticos: desenganchar o separar América y Europa en dos sistemas de defensa, desigualmente protegidos.

Nadie está en condiciones, sobre la base de los datos existentes, de demostrar que sea posible en mucho tiempo una defensa espacial hermética. Sin esa seguridad, ¿qué vale la defensa estratégica? (...)

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Dicho todo esto, no hay duda de que otros sabios piensan y dicen lo contrario. Son más numerosos y lo suficientemente competentes e influyentes como para haber convencido al presidente Reagan y a sus consejeros. Tienen la misma seguridad en su aprobación que la de sus contradictores en la denuncia. No diré quién tiene razón y quién está equivocado. Siempre hay, o casi, respuestas de la misma, naturaleza para las objeciones, científicas y técnicas. Teniendo en, cuenta los conocimientos de hoy, no prejuzgaré el fracaso final de una experiencia que se proyecta en el futuro. Creo, como Reagan, en la inagotable riqueza del espíritu humano, en su invencible necesidad de llevar a la práctica lo que ha concebido. Pero, rendido homenaje a la imaginación y al credo en el progreso continuo del saber, yo debo examinar la situación creada por la SDI desde el punto de vista de mis responsabilidades y de las de mis sucesores, respecto de Francia y de sus sistemas de defensa, y también respecto de una Europa occidental en estado de desequilibrio, de dependencia y de dudas sobre ella misma. Bajo ese ángulo, mi razonamiento se limita a esta única consideración: en los tiempos en que corren, ¿la SDI refuerza o no la seguridad de Francia y la de Europa? Yo pienso que no.

Editorial Fayard, París. 1986.

La maestría de Gorbachov

Como todos los amigos de la paz, saludé el regreso de los dos interlocutores (EE UU y URSS) a la mesa de negociaciones. Mientras tanto, la puesta en marcha de la Iniciativa de Defensa Estratégica del presidente Reagan y el ascenso de Gorbachov habían devuelto al diálogo su trágica necesidad. Pero la prioridad que se había dado a las armas intermedias estaba pasada de moda.El nuevo amo del Kremlin, que lo había comprendido así, prepara la cita de forma inteligente, con propuestas que volvían a colocar la conferencia en el campo de lo real. Su última propuesta, que retorna en s u propio interés la de Reagan sobre la supresión del armamento nuclear, sugiriendo llegar a ella sin pasar por la etapa de la Iniciativa de Defensa Estratégica, demuestra que Rusia sigue siendo la patria del juego de ajedrez y que Gorbachov es un maestro en él. Durante su visita a París pude apreciar su claridad de espíritu, su percepción aguda del mundo tal y como es. Física e intelectualmente, la personalidad de Gorbachov me pareció compacta, recogida sobre sí misma, como la de un atleta que está en la línea de salida y al que la acción libera, prestándole así la soltura de movimientos y de expresión de la que carecían sus predecesores.Escuchándole, pensé que él asumiría el riesgo de negociar, no el de ceder, y que sería sabio no confundirse al respecto.

El encanto de Reagan

A primera hora de la tarde del 2 de mayo, un helicóptero me recoge en el aeropuerto de Colonia y me deposita en el jardín de un diplomático destinado en Bonn. Allí me espera Ronald Reagan, rodeado de sus principales colaboradores. La cumbre anual de los siete países más industrializados se inaugura una hora después en esa ciudad. No hay tiempo que perder. Intercambiados saludos, mi interlocutor ataca de golpe el tema difícil: la Iniciativa de Defensa Estratética.El asunto no está inscrito en el orden del día de la conferencia, pero forma parte de todas las conversaciones y llena las columnas de los periódicos. Se sabía que el presidente de Estados Unidos deseaba obtener rápidamente el acuerdo de sus asociados. Se sabía también que cinco de ellos darían su opinión y que Francia se mostraría reacia.

Reagan me explica metódicamente sus argumentos y da a su convicción el acento caluroso y la sinceridad que constituyen el encanto de su persona. Reagan respeta en el diálogo a aquellos a los que quiere seducir. Se puede no estar de acuerdo con su política, pero no negar al hombre las atenciones que prodiga. He tenido con él rudos combates, y seguramente tendremos más. A veces hubiera preferido bajar la guardia para resultarle agradable, pero no se solucionan de esa manera los asuntos del mundo ni se trata así con los imperios.

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