Andresín, as de espadas
La corrida -mixta- era una de tantas hasta que Andresín se volcó sobre el morrillo del sexto ejemplar y le hundió la espada por las agujas. En el otro también había cobrado una buena estocada., Resulta ser, así, que en estos tiempos taurinos de matachines y pinchauvas, Andresín se perfila as de espadas de la torería.Pasar entera la corrida con un frío de mil demonios y luego decir que mereció la pena la espera por una estocada cobrada en el último minuto, seguramente es síntoma de adicción incurable a la fiesta. Pues de estos había unos cuantos ayer en Valdemorillo. De todos modos hay que comprenderlo. Se ve tan pocas veces perfilarse en corto, bajar el engaño, vaciar con limpieza, meter por la cruz el acero y salir limpiamente del costillar, que cuando alguien hace la suerte de esta forma, la afición entra en nirvana.
Plaza de Valdemorillo
9 de febrero. Sexta y última de feria.Cuatro toros de La Laguna y dos novillos de José Vázquez. El rejoneador Antonio Ignacio Vargas, oreja y silencio. El matador Gabriel de la Casa, aplausos y vuelta. El novillero Andresín, palmas y oreja.
Hasta el nirvana, sin embargo, Andresín fue un ajetreado novillero, cuyo extrovertido temperamento desbocaba la lidia. Recibió a su primer novillo con largas cambiadas, bregó como si jugara al fútbol y prendió tres estupendos pares de banderillas. El último de ellos, al quiebro, le salió tan bién, que perdió el oremus y quiso poner tres más, que le salieron desastrados. Ya perdido el oremus, en la muleta se peleó con el novillo, sin que la encastada condición de éste exigiera tanta molestia, y al otro le armó una bronca. Hasta lo de la estocada no recuperó el oremus.
Parte de la mixtura del festejo era Gabriel de la Casa, que torea poco en España y en Madrid prácticamente nada, no se sabe muy bien por qué. Su forma de parar los toros de salida, cargando la suerte y echando abajo el capote, era de maestro y dibujaba con gusto las verónicas. En las faenas de muleta demostró técnica y también escaso repertorio, una especial predisposición al derechazo, de los que dió mil. La afición sufrió empacho de derechazos y le pedía que acabara de una vez, por caridad.
El rejoneador Antonio Ignacio Vargas toreó a caballo con gusto y oficio, prendió banderillas, clavó rejones de muerte en lo alto, que es difícil ejercicio. Si Andresín era as de espadas a pie, Vargas lo fue a caballo. Valdemorillo se convirtió ayer en el olimpo de la suerte suprema.
Babelia
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