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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Donde dije Diego, digo...

EL DEBATE parlamentario sobre política exterior y de seguridad -aplazado en varias ocasiones y postergado hasta hacerlo coincidir con la discusión sobre la convocatoria del referéndum de la OTAN- se ha concentrado de forma casi exclusiva en el recordatorio de los cambios de posición de Felipe González y el PSOE en torno a la Alianza Atlántica y sobre la conveniencia de la consulta. El presidente del Gobierno subrayó la necesidad de un consenso de las fuerzas democráticas sobre las grandes líneas de la política internacional, consenso capaz de garantizar su estabilidad a largo plazo por encima de las alternancias en el poder.Los argumentos de Felipe González en favor de la permanencia de España en la OTAN fueron desarrollados con vigor y convicción por su parte. Sus críticas contra las alternativas neutralistas trataron de ajustarse a planteamientos geoestratégicos y no utilizaron argumentos demagógicos contra los movimientos pacifistas ni transformaron a la OTAN en una realidad celestial.

Pero era inevitable que tanto Manuel Fraga como Miquel Roca pusieran en evidencia las contradicciones de los socialistas, adversarios hasta su llegada al poder de la pertenencia de España a la Alianza y partidarios ahora de ésta. El presidente del Gobierno justificó el cambio de la actitud de los socialistas con argumentos orientados en buena parte a explicar su anterior postura: según estos, la decisión del Gobierno de Calvo Sotelo de entrar en la OTAN rompió el consenso entre las fuerzas políticas, modificó unilateralmente las prioridades de la transición democrática, alteró el statu quo internacional y resultó gratuita por la existencia previa de un tratado bilateral con Estados Unidos que nos vinculaba ya con la defensa occidental. El principal elemento autocrítico fue el reconocimiento por Felipe González de que sus temores a que el ingreso en la Alianza Atlántica significaran un recorte de la soberanía nacional española eran infundados. Esta reafirmación de que la soberanía queda intacta no es gratuita: Felipe González insistió en el bien de España y apeló a los valores nacionales en su defensa del sí al referendum y sí a la OTAN. Pero las soberanías, hoy, están todas recortadas por la existencia del poder atómico de las dos superpotencias, y halagar el espíritu patriotero no es el mejor sistema de ayudar a comprender el mundo.

Fraga y Roca no estaban dispuestos, por su parte, a prescindir de las hemerotecas (que el líder de Coalición Popular debe manejar con cuidado si no quiere encontrarse sorpresas desagradables para él). Los Congresos del PSOE y las declaraciones de prensa e intervenciones parlamentarias de González cuando estaba en la oposición suministran una cantera de citas demasiado rica para ser desaprovechada. Los análisis, descripciones y condenas de la OTAN realizados por los dirigentes socialistas hasta bien entrado 1983 contienen verdaderas perlas cultivadas, tanto más valiosas cuando se las compara con los actuales juicios -por ejemplo, las vinculaciones de hecho entre la CEE y la OTAN- sobre esa alianza militar. Lo espectacular del cambio es explicable sólo porque el poder define responsabilidades y realismos a veces macabros y, siempre crueles para quienes los padecen. El mensaje de Felipe González a los españoles, ayer, era: como yo y el Gobierno hemos cambiado, los ciudadanos todos deben hacerlo.

Junto a esa exhumación de textos de Felipe González y de otros dirigentes socialistas, no sólo contrarios a la pertenencia de España a la OTAN, sino también descalificadores de la Alianza misma, la primera sesión de un debate teóricamente dedicado a la política exterior y seguridad sirvió de escenario a las críticas vertidas por Fraga y Roca contra la convocatoria del referéndum, una maniobra de Felipe González y del PSOE para salvar la cara ante su propio electorado. El presidente del Gobierno justificó la consulta no sólo como el cumplimiento de una promesa electoral, sino como el instrumento para enraizar la decisión de permanencia en la Alianza en la voluntad popular, acortar la brecha existente entre los representantes y los representados y poner fin a una polémica histórica. Es obvio, sin embargo que esa polémica no se acabará si el referéndum se pierde por el Gobierno, si la abstención es aplastante o si los márgenes de victoria son ínfimos. Según González, una disolución anticipada de las Cámaras habría resultado para los socialistas una solución mas cómoda y menos traumática que la celebración del referéndum. Sin embargo, los intereses de España están mejor servidos, en su opinión, por la realización de la consulta. Fraga y Roca rechazaron los supuestos móviles patrióticos de la decisión, rebajándolos a maniobra electoralista.

El argumento de que la política exterior de consenso propuesta por los socialistas difícilmente puede descansar sobre la celebración de un referéndum repudiado por la oposición no carece de lógica, con independencia de los propósitos -igualmente electoralistas- subyacentes a su formulación. El dato más importante -tal vez el único con relevancia política- de la sesión fue la alusión de Fraga al eventual corrimiento del abstencionismo de la derecha hacia el no ante las urnas, predicado ya ayer a toda plana por El Acázar, diario al que es difícil negar conexiones con sectores del Ejército. El planteamiento del referéndum hace factible esa alianza impía entre los neutralistas, pacifistas y comunistas, que hacen campaña abierta -con sus argumentos y razones propios- para que España se salga de la OTAN, y los proatlantistas -incluso si son de ultraderecha-, que pueden utilizar el referéndum para poner al Gobierno contra la pared.

Eso sí, de una cosa estamos seguros: los españoles no sacaron ayer nada en claro sobre cuál debe ser la política de seguridad de este país, cuáles son las amenazas y los riesgos, cuáles los eventuales caminos a elegir y cuáles los costos y los réditos.

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